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Actualizado:Suburra ofrece lo que se espera de ella. A saber, políticos corruptos, clérigos que dan rienda a sus pasiones más bajas y prohibidas, traficantes de drogas, mafiosos enfrentados entre sí y mucha violencia, sexo y extorsión. En la nueva serie de Netflix que se estrena este jueves, su primera producción italiana, hay de todo eso y más. Ese más, es, principalmente, un ritmo acelerado a la hora de contar las cosas, la historia de dos familias que pelean por controlar la ciudad, jóvenes delincuentes que quieren su pedazo de tarta y una Roma que luce, como siempre, maravillosamente en la pantalla, incluso cuando se retratan sus bajos fondos.
"La Suburra, este lugar no ha cambiado en 2000 años. Patricios y plebeyos, políticos y criminales, prostitutas y curas… Roma". Esta frase, dicha por Samurai (Francesco Acquaroli), uno de los personajes más interesante retratado como una suerte de mafioso aficionado a los paseos y la filosofía que sirve de conexión entre todos los implicados en la trama, resume la esencia de esta producción que tiene un precedente en la película 2015 basada en la novela de Giancarlo De Cataldo y Carlo Bonini.
Bajo el nombre de Suburra, se conocía a un barrio de la antigua Roma en el que el crimen y la inmoralidad convivían mano a mano con el poder de la ciudad. Un universo podrido y oscuro trasladado a la Roma de hoy en día en el que las tácticas mafiosas lo dominan todo. Lo que se ve en esta serie –al menos en los dos episodios a los que ha dado acceso Netflix– es una historia de la mafia al uso pero sin ese halo de mito y leyenda, por decirlo así, que rodea a otras historias de mafiosos.
En la Roma actual que retrata Suburra hay dos familias enfrentadas que compiten, extorsión y violencia mediante, por gobernar una ciudad en la que no parece haber habitante sin mácula. Esos no interesan. Los que se ven en la pantalla son todos (o en su mayoría) políticos, religiosos, alguna prostituta y mafiosos envueltos en un sistema corrompido por el ansia de poder y dinero. A un lado, la familia italiana que domina. Al otro, la gitana que quiere arrebatarle el poder a la primera.
La serie cuenta la historia de dos familias enfrentadas por gobernar la ciudad
De fondo, un negocio en juego en Ostia y un alcalde con los días contados. Y mientras todo se derrumba desde abajo, tres chavales alían sus fuerzas para ascender en la escala con la única intención de demostrarles a todos que son más de lo que creen los demás. Ellos son Número 8 (Alessandro Borghi), Spadino (Giacomo Ferrara) y Lele (Eduardo Valdarnini), cada uno de una procedencia distinta. El hijo tremendamente violento del que su padre reniega, el joven del clan gitano que no puede ser quién es en su familia y el vástago de un policía que trapichea con drogas y organiza fiestas sexuales para curas. Los dos primeros, algo excesivos en su actuación en ocasiones, tienen la violencia por lenguaje.
Con personajes femeninos fuertes y con mucho recorrido –la mujer del alcalde y la hermana de Número 8 son un buen ejemplo–, Suburra cuenta con todos los ingredientes que se le pueden exigir a una serie sobre la mafia (los tópicos, también) conjugados de tal manera que el resultado es una ficción oscura, violenta y que no da tregua. Los dos primeros episodios son una auténtica carrera contra el tiempo en la que contar todo lo posible, como si los diez capítulos que componen la primera temporada no fuesen suficientes.
El único respiro que se encuentra son esos planos, gratuitos en su mayoría pero que se agradecen visualmente, de una Roma que luce tan atractiva como siempre en la pantalla. Algo que, por otra parte, sirve como contraste entre esos bajos fondos que pretende sacar a relucir la serie y la ciudad más turística y de postal. Dirigidos por Michele Placido, ambos adolecen de un abuso de las escenas de noche, como si los tratos bajo cuerda o el pecado solo apareciese al caer el sol.
Los capítulos arrancan con una escena que da paso a los títulos de crédito y luego saltar atrás en el tiempo
Resulta curioso y arriesgado, aunque funciona en gran medida, el orden narrativo elegido. Los capítulos arrancan con una escena que da paso a los títulos de crédito para luego saltar atrás en el tiempo y relatar los acontecimientos que desembocaron en esta escena de apertura del episodio que se convierte también en una de las últimas. Suburra juega a esconderle información al espectador y a ir dosificándola a placer según su estrategia narrativa. Algo que puede jugar a su favor, pero también en su contra.
Escrita por Daniele Cesarano y Barbara Petronio y dirigida por Michele Placido, Andrea Molaioli y Giuseppe Capotondi recuerda, inevitablemente, a Gomorra. Sin duda una jugada nada arriesgada por parte de Netflix, que apuesta por lo que mejor funciona como 'marca reconocida' de un país para que resulte más fácil de exportar a otros. En Francia fue Marseille, una serie con Gérard Depardieu como protagonista –pocos actores franceses hay más reconocidos fuera de sus fronteras–. En España, Las chicas del cable, un drama de época romántico. Y en Italia, claro, una de la mafia para recordar al espectador que, ‘con la mafia no se bromea’ y las consecuencias de hacerlo se ven en la pantalla.
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