Este artículo se publicó hace 2 años.
Michael Mann se sumerge en los bajos fondos de una ciudad dominada por el crimen en 'Tokyo Vice'
HBO Max estrena este viernes la serie producida por Michael Mann sobre un reportero estadounidense en los noventa deslumbrado por la capital japonesa.
María José Arias
Madrid-
Tokio. Años noventa. Corrupción, crimen, violencia y luces de neón. Ese es el mundo en el que se adentra Michael Mann, productor y director del primer episodio de Tokyo Vice y todo un especialista en historias oscuras de personajes solitarios y complicados. Creada por J.T. Rogers, la serie que estrena este viernes HBO Max es una versión ficcionada de lo vivido por el periodista estadounidense Jake Adelstein en sus años como primer reportero extranjero en uno de los principales periódicos de una ciudad cautivadora donde es difícil encajar.
A Jake Adelstein le da vida Ansel Elgort, reciente protagonista de West Side Story que dio el salto a la fama con la saga Divergente y la adaptación de Bajo la misma estrella. Aquí interpreta a un joven de Missouri que se ha mudado a Japón dejando atrás a una familia que reclama su vuelta –incluida una hermana adolescente que le manda grabaciones de casete para contarle su vida–. Como extranjero en una ciudad tan vasta y apabullante como Tokio, Adelstein se convierte en los ojos del espectador y en su guía a través de una cultura tan desconocida como fascinante.
Vive en un cuartucho, se gana la vida como profesor de inglés y estudia en cada rincón para llegar a ser periodista en una de las cabeceras más populares del país. Lo consigue y se convierte así en el primer no autóctono de la redacción. Es un gaijin, como llaman a los extranjeros. Algo que supone un hándicap en la ya de por sí jungla que es esa redacción. Le miran por encima del hombro, le corrigen continuamente y su mente occidental no encaja del todo bien con el modo de hacer las cosas japonés. Tampoco ayuda la forma, con ciertos aires de superioridad en ocasiones, de acercarse a según qué asuntos y personas. Algo que le hacen notar.
La serie es una versión ficcionada de lo vivido por el periodista Jake Adelstein
Adelstein, como occidental, pone su perspectiva al servicio de la serie, a la que hay que reconocerle, como a Elgort, el valor de haber apostado por rodarla en japonés. Solo una pequeña parte de los diálogos de los tres episodios que se estrenan este jueves en HBO Max son pronunciados en inglés. La lengua de Shakespeare se convierte en una fórmula eficaz de aligerar el esfuerzo mental del espectador habituado a ver las series en VOS y queda relegado a conversaciones con algunos de sus compañeros, un agente de policía y la chica de compañía de un club, también occidental, con la que establece contacto y relación.
Samantha (Rachel Keller) es clave en el desarrollo de la acción, ejerciendo de bisagra entre dos mundos. Un personaje femenino que es de los más interesantes que pueblan el oscuro, sucio y algo retorcido mundo que pinta Tokyo Vice. Ella y Eimi, la supervisora de Jake en el periódico a la que da vida Rinko Kikuchi, son dos puntales de la historia. No solo por lo que significan para la evolución del protagonista, sino porque ellas mismas cuentan con una trama a desarrollar de la que se dan interesantes pinceladas a lo largo de esos tres primeros episodios vistos antes del estreno. La solvencia de ambas actrices ayuda a dar aún más presencia a dos personajes de universos distintos pero con más en común de lo que pueda parecer en un principio por su condición de extranjeras y mujeres. No pueden permitirse ni bajar la guardia ni confiarse.
'Tokyo Vice' es oscura y disecciona un mundo sucio donde el dinero lo mueve todo
De los bajos fondos en los que se mueve Samantha surge el personaje de Sato (Shô Kasamatsu), antagonista de Jake. Porque, como él, debe demostrar su valía en su trabajo –es un recién incorporado miembro de la yakuza– y porque también tiene interés en Samantha. En Tokyo Vice hay tres ambientes entrelazados: el del crimen, el del periodismo y el policial. En este último es donde entra en acción el personaje del detective del Tokyo Metropolitan Police Department, Hiroto Katagiri (Ken Watanabe). Un tipo recto, padre y marido afectuoso, que sabe moverse entre criminales y que decide albergar bajo su paraguas a ese gaijin curioso que se presenta en la puerta de su casa con helado y cerveza. Entre ellos se establece una dinámica de veterano y novato que sostiene su relación y, en parte, la serie.
Tokyo Vice es oscura y se afana en diseccionar un mundo sucio donde el dinero lo mueve todo. Y, aún así, no es una serie especialmente violenta. Al menos en los tres capítulos que se estrenan hoy. Una buena parte de las escenas son de personajes hablando, discutiendo, intercambiando información o jugando al juego del gato y el ratón. Tanto el protagonista como los cuatro secundarios que le arropan y dar forma a la trama se mantienen a flote a base de equilibrios profesionales y personales constantes. Una forma de vivir la suya que consiste en un tira y afloja entre el deber, la moral y el precio a pagar. Mann primero y Josef Kubota Wladyka en los dos siguientes episodios juegan con la cámara para convertir a Tokio en un personaje más.
Lo es la ciudad y también esa fotografía nocturna salpicada de luces de neón. La atmósfera, tanto en lo visual como en lo sonoro, contribuye a construir ese ambiente un tanto agobiante y propicio a lo ilegal que se ve en pantalla. Que sus protagonistas vivan de noche o, como en el caso de Jake, hagan jornadas maratonianas que se prolongan hasta que cae el sol ayuda mucho en ese sentido. La historia que cuenta Tokyo Vice se inspira, libremente según se apunta en las notas de producción, en el relato de Jake Adelstein plasmado en su libro Tokyo Vice: An American Reporter on the Police Beat in Japan (2010). Se ha rodado en localizaciones reales y, tras su estreno de hoy con tres episodios, su emisión se completará a razón de dos nuevos cada semana.
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