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Actualizado:Narcos colombianos y mexicanos, blanqueadores estadounidenses, transportistas gallegos, traficantes italianos, camellos y yonquis británicos... Caben muchas otras denominaciones de origen en las Naciones Unidas de las sustancias estupefacientes, reflejadas en las mejores series sobre el asunto, con las que podríamos seguir la ruta de la droga sin perdernos.
El origen, con el colombiano Pablo Escobar en Narcos (Netflix). La ultraviolencia de sus vecinos del norte en Narcos: México (Netflix), necesarios para introducir la cocaína en Estados Unidos, donde una anodina pareja se encargará de blanquear el dinero en Ozark (Netflix). La empresa de mensajería urgente gallega, indispensable para la recepción y distribución de la farlopa en Europa, con las planeadoras de Fariña (Netflix) —basada en el libro homónimo de Nacho Carretero— surcando las aguas de Vivir sin permiso (Netflix) —inspirada en un relato de Manuel Rivas—.
También en el Viejo Continente, las mafias italianas de Gomorra (HBO / Disney+), Suburra (Netflix) y Roma criminal (ahora mismo no la emite ninguna plataforma), el cóctel de droga, prostitución y juego agitado por la banda de la Magliana, que convirtió su ciudad en una taifa del crimen organizado; y la penetración de la malavita en la política, la empresa y el Estado en la trilogía 1992, 1993 y 1994 (sin plataforma), donde el subidón lo provoca, más que la neve, la pasta —metálica o de papel— y el poder, sobre todo si lo proporciona un buen pelotazo.
Finalmente, la ley de la calle de The Corner (sin plataforma) y The Wire (HBO), procesión de camellos y yonquis en Baltimore. Una cofradía que rinde culto al dinero y a la muerte que también recorre las esquinas londinenses en Top Boy: Summerhouse y Top Boy (Netflix). Una ruta recorrida a toda pastilla, con el perjuicio correspondiente: por el camino se quedan los policías infiltrados de Operación Éxtasis (Netflix), protagonizada por un matrimonio hortera y su parentela macarra que viven en un cámping de caravanas, cuyo cabeza de familia es uno de los mayores productores de MDMA del mundo.
La producción belga abre otras vías. Por una parte, la de las drogas sintéticas, cuyo rey es Walter White, antihéroe de la maravillosa Breaking Bad y compinche de Jesse Pinkman, quien resurge en la película El Camino y en el genial spin-off Better Call Saul, que muestra los inicios en la abogacía del picapleitos Saul Goodman. Por otra, la de los negocios de familia: de Los Soprano (HBO) a Peaky Blinders (Netflix / Prime Video), pasando por la citada Ozark o Justified (Movistar / Prime Video), donde los malvados secundarios, con Boyd Crowder al frente, se comen el protagonismo del marshal Raylan Givens.
Allí, en un asilvestrado Kentucky, corría la marihuana igual que en la California de Weeds (HBO / Prime Video), donde una madre de familia empieza a vender maría para no bajar un escalón social tras la muerte de su marido. Un subgénero —el de los padres, ejem, coraje— en el que también entraría Breaking Bad, pues al apocado profesor de química Walter White jamás se le ocurriría cocinar meta si no le hubiesen diagnosticado un cáncer incurable que amenaza con arruinar a su mujer y a su hijo.
Mejor no profundizar en la figura de los consumidores, pues el vicio abunda en la pantalla —de Euphoria (HBO) a Californication (sin plataforma)—, pero sí en el estrago que provocan drogas como el crack —Snowfall (HBO / Disney+)— o incluso fármacos legales como la oxicodona y el fentanilo, causantes de la epidemia de los opioides en Estados Unidos. Protagonizada por Michael Keaton, Dopesick (Disney+) apunta a Purdue Pharma como la culpable de los enganches masivos, una acusación que trasciende la industria farmacéutica y alcanza la administración en la docuserie El crimen del siglo (HBO).
Tal es la demanda que los narcos del país vecino ya producen fentanilo ilegal, diversificación de una oferta donde mandaba la cocaína, como se refleja en Pablo Escobar, el patrón del mal (Netflix), El Chapo (Netflix) o Narcos: México, donde irrumpe la figura de un valiente agente de la DEA que se infiltra en el cartel de Guadalajara. La arriesgada misión de Kiki Camarena en su lucha contra la droga, que ahora no conviene destripar, es analizada en la miniserie documental The Last Narc (Prime Video).
Faltan tantos personajes, reales y ficticios, que darían para otra lista, aunque podríamos añadir la castiza Gigantes (Movistar), Operación Marea Negra (Prime Video) —inspirada en los narcosubmarinos, al igual que la docuserie homónima de Luis Avilés, subtitulada La travesía suicida— o la completista, por aquello de que abarca a productores, intermediarios, transportistas y distribuidores, ZeroZeroZero (Prime Video), basada en el libro homónimo de Roberto Saviano, autor de la novela Gomorra.
No es frecuente encontrar, sin embargo, producciones que reflejen el destino de los toxicómanos que deciden desengancharse. He aquí Sanpa. Pecados de un salvador (Netflix), un documental de cinco episodios que narra el nacimiento, la gloria y el declive de San Patrignano, una comunidad terapéutica italiana dirigida por un polémico patriarca que no dudaba en usar métodos coercitivos para someter a los heroinómanos en proceso de rehabilitación que se le resistían. ¿Se imaginan cuáles?
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