Este artículo se publicó hace 8 años.
Martirio: "Yo le quité a la copla el sambenito de BSO del franquismo"
Flamante Premio Nacional de Músicas Actuales, reinventó el lenguaje del género y abrazó el rock, el jazz, el blues y el flamenco, siempre con la insumisión femenina por bandera.
Madrid--Actualizado a
A Martirio le han concedido el Premio Nacional de Músicas Actuales, y la cacharrería electrónica de Maribel Quiñones (Huelva, 1954) no da abasto. La cantante que le quitó a la copla el estigma del franquismo ya sabe qué agujeros tapará con los 30.000 euros: que si una exposición, que si un disco. Pero ojo, que aquí el azar del bombo no ha contado: el galardón supone un reconocimiento a su itinerario tozudo por las carreteras nacionales de la música popular, en las que a lo largo de tres décadas ha adelantado a los utilitarios del bolero, el tango, el jazz, el blues, la ranchera, el rock y el flamenco.
Martirio, como los grandes artistas, burló la ortodoxia de los cantes y revolucionó palos tan cañís como la copla. Más allá de lo musical, un recreo en el mestizaje con savoir faire y sin complejos, reinventó su lenguaje, confirió protagonismo a la cotidianidad, sublimó lo doméstico, enarboló la insumisión femenina y situó a las marujas —sus maris— en el epicentro de la coplería. Un fenómeno sísmico que hizo temblar los cánones establecidos y azuzó la tiesura de los puristas, inconscientes de la magnitud de una mujer transgresora capaz de crear algo nuevo e insólito con los mimbres de siempre. Que la hojarasca barroca de sus trajes, peinetas y gafas —donde hay toro de Osborne, aunque también Bauhaus— no les impida escuchar su arte.
Después de treinta años de carrera, ¡premio!
El año pasado editamos un DVD que incluye temas remasterizados y un documental grabado por Sacromonte Films, también responsables de Omega, una gente maravillosa. El estuche es un encanto. El disco toca diversos géneros para que se vea el abanico de músicas que he abordado. Hay treinta y cinco colaboraciones, a cargo de personas especiales para mí. Una maravilla, porque nunca espero nada que no proceda de la lucha, el trabajo, las ganas y la ilusión. Es un premio no sólo a mí, sino también a todos los que no tienen una gran empresa detrás y que, sin embargo, están luchando constantemente y no se creen ninguna star. Gente sencilla, curiosa, que se junta con jóvenes, que está de vuelta pero no ha llegado… Es un premio a la fe.
Omega y, antes, La leyenda del tiempo, fueron un punto y aparte, aunque sulfuraron a los guardianes de las esencias. Debe de ser duro que los tuyos no lo comprendan.
He tenido la fortuna de tener a muchas personas detrás, que me consideraban un personaje colectivo al que prestaba la voz y la estética. Mucha gente me ha apoyado y a otra no le gustó.
¿Desde la copla se entendió?
Algunas maestras, como Marifé de Triana, sí. Todas entendieron que me gustaba, conocía y había estudiado la copla. Ahora, ¿por qué se pone ese vestido o por qué canta "necesito una pastilla pa ponerme a funcionar"? El lenguaje y el mensaje eran distintos. Y no fue fácil.
Usted reinventa las letras de la copla y…
No las reinvento. Conocía la tradición y, a partir de lo que transmiten, cuento una historia contemporánea con el lenguaje actual. Entonces, venía de Jarcha y me gustaba el folclore y los trajes populares, pero también me encantaba el diseño, la vanguardia, el rock y los cómics. Todo eso confluyó en un personaje de una manera disfrutona, muy telúrica, sin líneas trazadas previamente.
Para los niños de los ochenta, Martirio era gafas y peineta.
Pero era bellísima, ¿no? Rompedora, valiente, alucinante…
Como singulares eran los personajes de La bola de cristal.
Claro. Ese maravilloso momento en el que cada tribu tenía su propio programa de televisión. Podías escuchar baladas en una noche de sábado o a grupos extranjeros que venían a mostrar lo que hacían. Ahora no hay nada, la línea es monocolor.
¿Es necesaria la ira para alcanzar la libertad?
Sin duda. Para alcanzar la libertad tienes que estar enfadado con lo que tienes, que de algún modo puede suponer una prisión.
¿La revolución nunca es incruenta?
No, creo en el diálogo y en el consenso. A lo mejor la palabra no es ira, pero para alcanzar la libertad te tienes que enfadar y prescindir de muchas comodidades. Si la buscas, debes abandonar el estado de confort y rebelarte.
Tras colaborar con Jarcha en la prehistoria de la canción protesta, entroncas con Kiko Veneno y los hermanos Amador, entonces muy rompedores.
El disco Veneno es de 1977 y todavía hoy da para inspirarse.
Usted, que siempre ha ido a su bola, ¿se sintió incomprendida?
En muchas ocasiones, sí. Todo el mundo me decía que aprovechase el momento, si bien no lo entendía, porque el momento es siempre. Cuando en 1988 tuvieron éxito las Sevillanas de los bloques, querían que hiciese mil cosas iguales, por lo que salí corriendo, me fui a otro lado e hice una copla con unos arreglos que tenían que ver con Peter Gabriel. Muchos no lo entendieron, pero era lo que sentía en mi evolución como mujer y como músico. Aparte de tener libertad y hacer lo que quiero, en directo he logrado que la gente me permita desde reír hasta llorar, desde emplear una letra de gran altura poética hasta un lenguaje cotidiano.
¿Tu cante es feminista?
Hay una lucha y una necesidad de encauzar la energía, de tener un mundo propio y de curarte las enfermedades, porque muchas veces las insatisfacciones se somatizan. La mujer no tiene que buscar una habitación propia, como Virginia Woolf, pero sí un lugar suyo donde se realice. Lo primero es educar a las niñas para que puedan tener independencia económica: la mujer debe poder ganarse la vida y, además, gustarle lo que hace. Y también hay que formar a la ciudadanía contra la violencia de género.
Cuántas seguidoras suyas se habrán quedado por el camino…
Muchísimas, por desgracia. Creo que las madres llevamos la batuta para educar a los hijos y a las hijas en el amor y en el respeto, con la mayor paridad posible. Eso, junto a la voluntad —que no la necesidad— de vivir con alguien, hace que las cosas cambien. Porque es muy difícil poder levantar la voz si estás sometida a un sueldo.
Se casó a los diecinueve años, dejó la universidad, tuvo a Raúl y trabajó como auxiliar de clínica.
Y mil cosas más. Vendí seguros por las casas, algo increíble para una tímida como yo. Era horrible, pero había que hacer lo que fuera para salir adelante. A la vez, estudiaba música en el conservatorio de Sevilla, donde viví de los veinte a los treinta años.
La explosión del rock andaluz: Alameda, Triana…
Lole y Manuel, Silvio, Goma, Smash… Aquello fue brutal. Como siempre he tenido una pasión absoluta por la música, poder vivir ese momento compensaba el aspecto económico. Entonces, no se sabía qué iba a dar de sí, sin embargo estaba suponiendo una eclosión y un estallido de libertad, de color y de esperanza.
De alguna manera, ha luchado contra el estigma de la copla.
En absoluto. Yo quería demostrar que la copla es un tesoro fundamental de la música española del siglo XX. Algunas no han pasado el filtro del tiempo, porque son más anecdóticas o muy de la época, pero otras son clásicos universales. Tanto es así que las he traducido. Una vez que las llevas al jazz, cantar La bien pagá en inglés es maravilloso.
Para usted, nuestros standards son la copla, ¿no?
Sí, junto a otros. Son un género que, además tener unos arreglos y unas melodías fantásticos, rezuman teatralidad, te enseñan a vocalizar y a estar en un escenario, y gozan del apasionamiento que pueda tener cualquier pieza de soul, jazz o incluso un baladón.
Antes no decía que fuese a la contra, sino...
Quería quitarle el sambenito de banda sonora del franquismo, como también hizo, en la otra cara de la moneda, Carlos Cano. Y lo he conseguido. No sola, sino junto a otros amantes de la copla que aportan personalidad y han innovado, no como los que copian y lo hacen igual.
¿Su público está formado por las protagonistas de algunas de sus canciones o…?
Es muy heterogéneo. En el último concierto, en Granada, había jóvenes y mayores, grupos de teatro y maris de peluquería: cariñosas, lindísimas y cercanas…
¿Se sigue sumando la juventud?
Sí, y yo me sigo sumando a la juventud. En febrero daré un concierto por los treinta años en el Teatro de la Zarzuela y me van a acompañar cuatro jóvenes que tienen que ver conmigo: El Niño de Elche, Maui, Rocío Molina —una bailaora espléndida, Premio Nacional de Danza— y Arcángel —un flamenco glorioso—. Aparte de afinidad, les tengo cariño y siento que estoy en la onda. Yo nunca me he apalancado, ni he pensado que ya llegué a la meta, ni me voy a sentar. Yo tengo un pipijerbe que no paro…
¿Quiénes han tomado el testigo de Martirio?
Yo no quiero que nadie tome mi testigo. Perdona, pero me queda mucho por trabajar. La cantante que más me gusta de este país es Silvia Pérez Cruz. También tenemos a Estrella Morente y Mayte Martín, tres personas más jóvenes que yo con las que alucinas.
Su hijo la acompaña desde 1994. Su guitarra se habrá convertido en un cayado.
Mi hijo no es un bastón, sino un compañero. Yo no me apoyo en mi hijo, porque tiene un mundo propio y muchas cosas que hacer. Es un enamorado de la música, con un gran criterio. Más que acompañarme, me persigue. Y lo hace como nadie, porque conoce hasta mi respiración. He tocado con gente maravillosa y lo sigo haciendo con los mejores músicos, pero la relación que se establece en el escenario con Raúl no tiene parangón. Y, al conocerme tanto, me ha producido varios discos maravillosos. En fin, nos profesamos amor y sinceridad. Es lo más bonito que tengo en mi vida.
¿Cómo lleva que la jefa sea su madre?
Aquí no existe jefatura. Hablamos mucho, personal y artísticamente, y lo ponemos todo en tela de juicio. Siempre llegamos a un punto donde convergemos, porque ambos buscamos la verdad, que está por encima de cualquier jerarquía. Nunca le he ocultado nada: ni cuando me ha ido bien, ni cuando me ha ido mal; ni cuando he estado segura y guerrera, ni cuando he estado tímida e insegura. Él ha visto todo eso, porque a los hijos hay que enseñarles cómo uno es y cómo uno está, para no llevarlos a engaños y que sepan distinguir la verdad de la mentira.
En 2005, se embarcó con Miguel Poveda en el espectáculo Romance de valentía. Un cantaor que también dio el salto a la copla y que demostró su valentía al salir del armario, pues no ha de ser fácil reivindicarse como pelícano entre tanto flamenco.
Pero no fue por mi culpa, eh [risas]. Trabajar con él fue una maravilla. Entonces, cantaba como gran aficionado al género, pues todavía no había hecho las Coplas del querer, un disco fantástico. Arcángel y Poveda son frescos, aman la tradición y no temen la vanguardia. Están revolucionando el flamenco. Y sí, él fue muy valiente, aunque si vas a cantar de verdad, no puedes engañar al público.
Hablamos del flamenco, como podríamos hacerlo del fútbol, , donde cuesta muchísimo hacerlo.
Cada vez menos. No obstante, sigue siendo difícil, porque son mundos en los que la cultura machista ha imperado durante muchísimos años. Sea como fuere, la única manera de ser alguien de verdad es mostrarte cómo eres. Por eso, si tienes la oportunidad, hazlo.
En su carrera, de repente, la copla se acuesta con el jazz.
Se casa [risas].
Precisamente, le iba a preguntar con qué no casa la copla, porque ha hecho blues, rock, jazz, flamenco, bolero antimachirulo...
Bueno, hay boleros que no son machirulos. El tango, en cambio, es más así, pero yo lo he llevado a la mujer con mucha naturalidad. Un artista es su repertorio, y esa elección te define. Como persona libre e independiente, siempre he cantado lo que he querido, nunca una canción con la que no estuviera de acuerdo. Aunque, por supuesto, sea la más apasionada, sentimental y nostálgica del mundo. Me encanta la música de Dime que me quieres, mas no puedo interpretar letras como “Dime que me quieres, / dímelo por Dios. / Aunque no lo sientas, / aunque sea mentira” o “Si tú me pidieras que fuera descalza, / pidiendo limosna descalza yo iría”. No, perdona... Como si es una metáfora.
David López Frías contaba en un espléndido reportaje que María la Portuguesa no se llamaba María, ni era portuguesa. Una mujer adelantada a su tiempo que dejó de ejercer la prostitución a los sesenta años y luego se dedicó al contrabando. El periodista añadía que, al final de su vida, sufrió síndrome de Diógenes. Aurora de Ayamonte: menudo historión.
¡Qué historia más bonita y qué lujo de canción! A los dos días de la muerte de Carlos Cano, me llamaron para que actuase en Canal Sur y la canté por primera vez en su honor. Desde entonces, no he dejado de interpretarla y, cuando menciono su nombre, el público lo aplaude con la necesidad de que estuviera aquí.
¿Hay copla para rato?
Hay copla clásica para siempre y hay acercamientos como el Romance de Curro el Palmo, de Serrat, o piezas de Javier Ruibal. Son canciones con ese olor —porque sus compositores han escuchado mucha copla— y un desarrollo narrativo muy hermoso. Al margen del sentimiento, te cuentan una historia, te colocan en un sitio y te permiten ver un paisaje.
¿Cantaría para el exministro en una fiesta privada?
No lo he hecho nunca.
[Sobre la mesa, una bandeja, dos tés y magdalenas. Tiene fama de excelente anfitriona]
Por cierto, le gusta el dulce, ¿no?
Me gusta todo.
¿Cuál es su plato favorito?
¡Ay, me gusta to! El dulce, el salado, el vino... A mi gente le gusta el puchero que hago, del que saco comida para no sé cuántas veces. Está espectacular.
¿Echa de menos Huelva y Sevilla?
No mucho, porque voy constantemente. Todavía conservo a la familia y los amigos, que me nutren muchísimo. Pero yo me siento más guerrera aquí. La soledad es fundamental para mí.
¿El sur de Despeñaperros es más España?
Este país es variopinto y alucinante. Cada español lleva quince Españas dentro. Lo único que nos falta es ponernos de acuerdo.
¿Cómo ve el panorama?
Como Machado: “Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”. Hace falta mucho diálogo, educación y respeto.
El premio, cuya dotación económica llegó a peligrar, al menos está exento de impuestos.
No tengo ni idea, pero si me da tranquilidad para poder ponerme a escribir —tengo muchas ganas—, si impulsa la exposición que estoy montando con todas mis cosas y si me ayuda a publicar el próximo álbum —porque los artistas como yo todavía nos seguimos pagando los discos—, bendito sea. Y estaría bien que me alcanzase para pintar la casa, porque todo lo que he ganado lo he invertido en las grabaciones y los trajes. Nunca me ha apasionado ganar dinero y he desperdiciado muchas ocasiones, porque no las veía. Jamás he hecho algo que no me gustara por ganar pasta, aunque he participado en concursos de televisión para tener un colchón que me permitiese abordar mis creaciones con libertad.
No le ha quedado otra que la autogestión, incluso antes de que se popularizase el término.
He tenido mucha habilidad para rodearme de gente inteligente y a la que admiro. Ellos me ofrecen mucho, aunque mi mano está presente en todo, de ahí que mi obra sea tan personal.
¿Le cuesta más cumplir con Hacienda tras ver cómo algunos se lo han llevado crudo?
Me cuesta la vida, porque yo trabajo para comer, eh. No me quejo, pero cuando pago cada trimestre, como cualquier autónomo, alucino. Sobre todo, con el 21% de IVA, porque resulta complicado cerrar un concierto, cobrar, pagar a los músicos, llevarlos a un hotel decente… ¡Dios mío de mi vida! El IVA tiene que bajar, porque aquí hay un talento que debe ser promocionado. No hablo sólo de subvenciones, sino del concepto: somos un país número uno en cultura.
Un valor.
Es un valor y un PIB. Antes, algunos grupos vendían discos y ganaban dinero. Yo todavía no sé lo que es eso.
Ha tenido que doblar el espinazo en el escenario.
Sí, aunque me lo paso muy bien. En realidad, me lo parto cargando maletas, porque tienes que ver los baúles de la Martirio... [risas]
También disfruta con Cantes rodados en Radio Gladys Palmera. ¿Añora el viejo transistor?
Mis padres [él, empleado de banca; ella, funcionaria en una mutualidad] hacían teatro radiofónico. Luego, cuando dejaron la radio, grababan las obras en una Grundig que les había traído un amigo de Alemania. Mi madre cantaba zarzuelas y arias para morirse, mientras que mi padre recitaba poesía muy bien. La cultura siempre estuvo presente en mi casa.
Había cierta vena artística.
No eran profesionales, pero mi madre tenía mucha vista. Cuando le agradaba un cantante, yo le preguntaba el motivo. “Me gusta porque no se escucha”, decía. Eran respuestas muy certeras, propias de una persona observadora que conoce el arte. Siempre aconsejo a las madres que fomenten las inquietudes artísticas de sus hijos, porque de esa forma no van a estar solos nunca.
Le ha dedicado un disco a Chavela Vargas, ha trabajado con Chano Domínguez, le ha gustado Atahualpa Yupanqui...
Y Mercedes Sosa, Soledad Bravo, Chabuca Granda y otras cantantes suramericanas. A algunas las he conocido e incluso he podido cantar con ellas.
Precisamente, durante un concierto de Chabuca en Lima, Rubem Dantas —de gira con Paco de Lucía— descubrió el cajón peruano, que luego sería rebautizado como flamenco.
Y desde entonces lo incorporó al sexteto. Conocí las canciones de Chabuca mucho después de escuchárselas a otros intérpretes. Yo hago collages y me los llevo a las actuaciones: ahí están mis santos, mis ídolos, mi gente querida y ella, que tiene una sencillez y unas composiciones increíbles. Estoy intentando meterle mano a Herida obscura y a Cardo o ceniza, que se pueden llevar perfectamente al compás flamenco.
¿Se considera la Camarón de la copla?
¡Qué va, por dios! Camarón hay uno y ya está. Fue un genio absoluto que abrió cantidad de puertas. Yo no me considero nada. Soy una mujer del sur de las cosas, una aficionada a la música hasta la muerte y una tía muy sentimental que procura ser lo más natural y sencilla del mundo. No me gustan las alfombras rojas ni el destaque. Cuando me subo al escenario, mira cómo me pongo, pero luego desciendo, me quito las gafas y no me conoce nadie. Y eso es maravilloso.
Una mujer del sur de las cosas…
Es que las cosas tienen sur, ¿no? Esa parte visceral… Y yo soy, en todos los sentidos, muy del sur.
¿Qué género le falta por abordar?
Una suerte de country o neofolk flamenco. En un momento dado, no sé si podría hacer algo electrónico.
Algo caerá con El Niño de Elche...
¡Cómo me revolucionó su concierto! Canté con él en Joy Eslava y, cuando salió a escena el improvisador vascofrancés Beñat Achiary, generó un momento de trance, libertad y aplomo que me encantó.
Cambiando de tercio, ¿por qué el PP no acusa en las urnas sus casos de corrupción?
Es muy sorprendente. La derecha vota muchísimo más y está completamente unida, mientras que nosotros, el electorado progresista, lo cuestionamos todo. Nunca he tenido carné, pero soy de izquierdas, aunque no radical. Ahora bien, la duda es inherente a las personas que piensan y debaten… En fin, creo que este país es cada día más conservador.
¿Hay salida?
Siempre hay salida. Yo creo en el futuro y en la juventud.
¿Ha sufrido su entorno los daños colaterales de la crisis?
Conozco a gente que trabaja a pie de calle para evitar los desahucios. Jóvenes valerosos y comprometidos que defienden a personas mayores que no saben qué hacer.
¿Qué le hace feliz?
El cariño de los otros, sentir que soy buena gente y darlo todo. En realidad, me hacen feliz muchas cosas: un paisaje, un libro, un disco, una comida, una tertulia...
¿Le sorprendió que le otorgasen el premio?
Sí. Y también que me lo diesen, entre otros motivos, por transgresora. Tal y como está el patio, me parece un logro. Quiero dedicárselo a mi hijo, a quienes siempre me han apoyado —desde el público hasta mis colaboradores— y, sobre todo, a la gente que lucha y tiene fe, vocación y ganas, porque con ilusión se puede…
¿A qué o a quién no le dedicaría una canción?
A los hipócritas, a los injustos, a los racistas, a los clasistas, a los sinvergüenzas, a los que se creen superiores por haber nacido en un lugar determinado y en una familia concreta, a quienes humillan a sus semejantes…
Al final no me ha dicho con qué no casa la copla...
La copla buena no casa con la música mala.
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