Han pasado casi veinte años y algunos aún desean que sea ese año noventa y tantos en el que por Navidad aparecían Martes y Trece en la tele, disparando contra todos. Descojonándose de todo el mundo. En el bar LaLina, pegado al Teatro La Latina, hay varias de esas personas que no olvidan los surrealistas sketches de Josema Yuste y Millán Salcedo. Josema (Madrid, 1954) todavía es una rockstar y tiene que ir parándose cada cinco pasos para hacerse una foto. Hace tiempo que se desligó del dúo y que se dedica a la televisión y sobre todo al teatro. Hasta el próximo año y desde hace muchos meses tiene en cartel la comedia Taxi, con la que por primera vez se ha encargado de todo un proyecto.
-Es la primera vez que te encargas y diriges un proyecto desde sus cimientos.
Está siendo una experiencia muy buena y positiva. Hacía años que yo quería construir la casa desde la base. He tenido un gran colaborador, guionista, que me ha ayudado, pero yo tomo siempre la última decisión. Es una sensación muy agradable poder hacer algo para equivocarte o para acertar y no tener a nadie encima. De alguna manera, yo he tenido siempre a alguien encima, o al lado, y ahora no tengo a nadie. Entonces, eso me ha dado mucha libertad para hacer lo que yo he querido. Y lo más bonito de todo es que eso ha funcionado.
-¿Por qué empiezas en la dirección tan tarde?
Es una buena pregunta, y es cierto. Quizás por inseguridad mía. No soy una persona muy segura de sí misma, aunque lo parezca. Me gusta pisar firme, trato de no equivocarme. Siempre me pregunto ¿cómo no me equivoco? en lugar de ¿cómo puedo acertar?. Y por eso ralentizo la toma de decisiones. No he dirigido hasta que me he sentido muy seguro y capaz de poder hacerlo. No es fácil manejar un grupo y dirigir todos los movimientos.
-¿De dónde te viene esa necesidad de tener que pisar sobre seguro?
No lo sé. Imagino que lo habré heredado de mi padre, que era una persona bastante parecida a mí. O yo a él, mejor dicho. Tomaba decisiones con bastante tranquilidad para no equivocarse, que es lo que hago yo.
-¿Hacer hoy en día humor sobre política está demasiado manido, no es fácil o no te interesa mucho?
A mí siempre me ha interesado un tipo de humor en el que yo pueda desarrollar mi faceta como actor cómico, y eso tiene que ver con el absurdo y con el surrealismo. Pero si yo me pongo a hacer surrealismo, la gente se va del teatro al cuarto de hora. Yo tengo que contar una historia, y lo hago como si fuera un rosal, la voy enredando con espinas, con gags, hasta llegar a la flor. Algunos chistes son realmente surrealistas. Pero, ¿la vida no es surrealista muchas veces? Sí, entonces también lo pueden ser situaciones puntuales en una historia.
Ese humor político que comentas ya lo hicieron Tip y Coll en su momento, y muy bien porque creo que eran dos genios. A mí la política no me interesa demasiado, lo justo más bien. Pago mis impuestos y voto (cuando lo hago). Creo que se puede hacer comedia política, pero basar una función en ello no me va y a la gente le puede hastiar. O quizás no, hay gente que lo hace muy bien, como Goyo Jiménez, que siempre mete un par de toques. Yo estoy más en el absurdo, más cerca de los hermanos Marx.
-¿Te hubiera gustado hacer algo aún más surrealista?
Sí, sí, lo reconozco. Ya lo hicimos con Martes y Trece y como actor me hubiera gustado.
-¿De qué es más fácil hacer humor?
[Se lo piensa unos segundos] Digamos que la desgracia ajena siempre ha funcionado mucho en este país. Muchísimo. A mí no me gusta humillar a nadie cuando hago comedia. Creo que si haces uno absurdo, blanco e inteligente (como yo creo que es el mío y lo digo sin falsa humildad), se puede hacer de todo. Hasta de la muerte. Todo es susceptible de darle la vuelta y convertirlo en algo divertido. Hasta un taco, como vete a tomar por culo, que suena horrible, depende de cómo lo digas y en qué situación, puede pasar por algo divertido.
-¿No hay ningún tema intocable?
Yo tengo un respeto por una serie de cosas, como por las creencias religiosas o políticas de la gente. Hay una parte de la Iglesia que respeto, como aquellas personas que se remangan y se van a la India o África a limpiar culos de gente pobre o como el padre Ángel, y otra que no me interesa, como el Vaticano y todo su lujo. Y esto último no sólo es algo de la religión católica.
Hay que tener un cierto buen gusto para tocar ese tipo de temas. No es que me cierre a hacerlo, porque nosotros, joder, Millán y yo hace treinta años hicimos un gag de Jesucristo en la cruz que se moría [se pone en posición] y no nos pasó nada. Con cierta inteligencia puedes tocar todos los temas.
-Hay temas que tocabais en Martes y 13 que ahora sería casi imposible. Como el de la mujer maltratada: “Mi marido me pega”.
Por supuesto. Pero hay que contemplar las épocas. En aquel momento, hace treinta años, apenas aparecía en la prensa una mujer asesinada por su pareja. O, directamente, no aparecía. El machismo estaba mucho más extendido en España. Luego también estaba nuestra inconsciencia; nos sentíamos absolutamente libres para hacer todo. Yo no me arrepiento de nada de lo que hemos hecho, pero, visto con el tiempo, no hubiera hecho ese sketch.
-¿La inconsciencia, de alguna manera, fue la clave de vuestro éxito?
Sí, sin duda. Cuando eres joven y empiezas a hacer humor o lo que sea en un escenario, si te sientes libre y tienes un punto de inconsciencia y de locura, hay más posibilidades de tener éxito que si vas medido, controlado y autocensurándote. Luego ya tienes que sentar un poquito la cabeza.
-¿Algún sketch más que recuerdes que hoy no se habría podido emitir?
Es posible, pero muy pocos. Es posible que alguno ahora no tuviera sentido. Creo que el noventa y ocho por ciento de lo que hemos hecho es un trabajo absolutamente más que digno y creo que ha escrito una página en la historia del humor.
-¿La gente se autocensura hoy más que en la época de Martes y Trece?
Paradójicamente, en parte creo que sí. Con el inicio de la democracia, teníamos todos tantas ganas de democracia que era como aagghhh ¡me cago en tu puta madre! [realiza aspavientos con las manos y se carcajea]… era como una explosión. Ahora, como te juzgan o te prejuzgan por nada en Twitter, en las redes sociales y en todos lados, tienes que tener mucho cuidado con lo que dices para que no te den el hachazo. Aunque a mí el hachazo me importa tres narices; lo que me importa es mi conciencia. Pero sí estamos ahora más pendiente del qué dirán que hace treinta años.
-¿Cuál es tu mejor recuerdo de aquella época?
Los comienzos totales. Cuando estábamos trabajando por seis euros en una salita y la gente se reía, nos confeccionábamos el atrezzo y otras cosas, íbamos a comer a un bareto por tres euros, íbamos con lo justo en el bolsillo, me echaban de un bar porque llevaba tres horas con un café y no tenía más para otro. Esos momentos de ilusión, de decir: Coño, parece que esto coge forma, se han reído aquí…. De que nos llamaran de no sé dónde porque hay una sala en la que podemos entrar. Ese año de comienzo es maravilloso. El estar a punto de conseguir algo. El que nos llamen de la tele para una prueba porque nos han visto. El setenta y siete y el setenta y ocho son idílicos, mágicos.
-Lo surrealista os une con Faemino y Cansado. Quizás vosotros os vais más por lo costumbrista y ellos más por…
Yo tampoco sé cómo llamarlo [risas]. Quizás angelical, un poco etéreo. Pero fantástico, a mí me encantan. Es complicado definirlo, pero al final te ríes mucho. Al ser actores, nosotros hemos ido más por el costumbrismo, por el sketch, por la historia, porque al final es donde un actor muestra más sus cartas. Yo eso de ponerme de pie y contar cosas absurdas me cuesta más, y ellos lo hacen muy bien. Millán y yo, que veníamos de la escuela dramática, nos planteamos más hacer personajes, crear un personaje, como un actor, y que el sketch durara cuatro o cinco minutos. Eso lo tuvimos muy claro desde el primer momento.
-Tú vocación siempre fue ser actor de comedia. ¿Cómo acabaste siendo humorista?
Por circunstancias de la vida. Yo empecé en arte dramático y después fui, como todo el mundo, yendo a castings. Tras varios papelillos, hice una comedia con Rocío Dúrcal y Millán vino a ver la función en el Teatro Reina Victoria. Al final, me dijo que no me conocía de nada pero que le había gustado mucho y estaba pensando en montar algo de humor con alguien. Me dijo que conocía a un chico que acababa de terminar la mili, Fernando Conde. Me pareció una idea divertida porque siempre me había interesado más la comedia que el drama. Empezamos a escribir y a buscar trabajo por los bares. Yo no dejé el teatro, pero eso fue cogiendo cada vez más forma. La función se acabó y la vida nos llevó a eso. Y tuvimos éxito.
-Fue un comienzo más propio de banda de rock.
Claro que sí. Fue como juntarse a tocar. Un día en un bar nos vio el hermano de José María Iñigo y nos dijo que nos quería hacer una prueba. Gustamos en Prado del Rey y nos contrataron para cuatro programas. Eso fue nuestro bum. Tuvo mucha repercusión porque además en aquella época sólo había dos cadenas. Entonces, claro, hicieras lo que hicieras, o te hundías o ibas para arriba. La gente dice que era muy fácil así. Pero no macho, porque si lo haces mal, a la mierda para siempre [risas].
-Cuando Martes y Trece os separáis sientes como una necesidad de desligarte del dúo.
Fue una estrategia. Cuando me iba a separar de Millán, yo tenía claro que no podía continuar haciendo lo mismo yo solo o con otro. Hubiera sido un error garrafal. Tenía que reconducir mi carrera de actor de comedia, demostrar que había dejado el humor con Millán y que no iba a hacer más sketches. Y tuve suerte de que me llamaron para hacer una serie y fui empalmando cosas. Tuve fortuna de poder reinventarme rápidamente. Ahora ya me llaman Josema, apenas nadie me llama Martes y Trece, pero me ha costado diez o quince años.
-Hablando de Martes y Trece has usado mucho la palabra separación. Una pareja cómica es como un matrimonio.
Sí, sin duda. ¡Si hemos estado juntos diecisiete años! Y creo que lo mejor que hicimos fue separarnos. Hubiéramos podido estirar más el chicle, pero tocamos tanto los cielos que ya no había más cielo encima. Era como el cuádruple salto mortal con tirabuzón. Era muy complicado. El cuerpo, el alma y el espíritu nos pedían cambiar. Esa fue la razón, más que otra. Se ha hablado mucho de que nos llevábamos mal, pero nos llevábamos como todos los matrimonios: nos queríamos y nos hemos divertido muchísimo, pero cada uno es como es y teníamos nuestros roces. Cuando en un barco mandan dos, es difícil. Pero aguantamos diecisiete años bastante bien.
-¿Alguien heredó ese humor de Martes y 13?
Realmente, creo que no. El de Faemino y Cansado es un estilo muy personal. Quizás Cruz y Raya tuvieron al principio algunas similitudes con nosotros, pero luego cogieron su línea. Creo que hemos tenido tanto sello que si alguien nos hubiera copiado, hubiera sido malo para ellos. Es como si yo ahora me pongo a imitar a Groucho… sería patético. Es único e inimitable.
-¿El humor de Martes y Trece murió con Martes y Trece?
Es una buena pregunta. Yo creo que morir es una palabra… es para siempre. Pero creo que un poco sí. Como el humor de los hermanos Marx murió con los hermanos Marx, el de Tip y Coll con Tip y Coll y el de Gila con Gila.
-Siempre consideraste a Tip y Coll como una especie de modelo a seguir.
Sí. Yo nunca he tenido un póster de nadie ni he idolatrado a nadie, pero sí he admirado a mucha gente. Entre ellos Tip y Coll, especialmente Tip, que era mi ojito derecho porque representa lo que era Groucho Marx, que es mi ojito izquierdo. Ese humor surrealista, absurdo, visceral, imaginativo, creativo, momentáneo, brutal, genial… Todo eso lo he admirado siempre.
-¿El humorista tiene que poder y saber reírse de sí mismo para hacer buena comedia?
Sí. Pero ahí tienes a Eugenio, que no sé si se reía de sí mismo, pero más serio y más ajo que él… y tenía gracia. Pero si eres una persona con sentido del humor y te ríes de la vida, es más fácil que si eres una seta, un ajo o una cebolla, todo el día triste.
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