Este artículo se publicó hace 14 años.
Más historias para los dibujos
Los ganadores del último Festival de Angulema apuestan por el regreso del relato, aspiran a dibujar para contar
Cuando las "pequeñas cosas" de Jeffrey Brown llenaron las librerías, el mundo del cómic se asustó. Las peripecias íntimas del autor estadounidense, mal contadas a propósito y en blanco y negro, se vendieron como roscones durante la semana de Reyes. "Este tipo de historietas son garabatos de mierda, que no narran nada", lanza Hervé Barulea, más conocido como Baru, autor de referencias del noveno arte como La autopista del sol (Astiberri) o Un cero a la izquierda (Dibbuks).
Baru habla con la autoridad que acaba de otorgarle el último Festival de Angulema, donde ganó el Gran Premio. Más allá de lo que digan el mercado y las editoriales, los autores premiados en el mayor encuentro internacional de bande dessinée -casi todos con obras publicadas en España- aspiran al regreso del relato, a dibujar para contar historias."Salimos ahora de 15 años de pequeñas selecciones de historietas, donde el dibujo es minimalista y no cuenta mucha cosa", explica Baru, "¡por fin regresa el relato!". Hijo de un inmigrante italiano, Baru (Thil, Francia, 1947) se crió leyendo a Jean-Marc Reiser, gran nombre del cómic francés, conocido por su humor negro y sus caricaturas en la prensa satírica. Con su trabajo, Baru siempre quiso "hacer reflexionar al lector".
"Estamos marcados por una época de profusión de autobiografías con editoriales como L'Association", confirma el editor Sébastien Gnaedig, de Futuropolis. El palmarés de Angulema con nombres como Riad Sattouf, David Prudhomme, Camille Jourdy o Carlos Giménez recuerda la importancia de la ficción y de la sinceridad de lo cotidiano como fuentes de inspiración.
"Se necesita un equilibrio entre la parte gráfica y la narrativa"
No se debe, sin embargo, concluir que existe una guerra de géneros. Autores más jóvenes como Sattouf (París, 1978), aplaudido por las aventuras de Pascal Brutal (Norma), consideran que "las autobiografías permitieron seducir a nuevos lectores de historietas, que antes no leían nunca cómics. La irrupción de lo real en los álbumes gracias a editoriales como L'Association dio aire fresco". Para Gwen de Bonneval, autor de L'esprit perdu (editado en francés por Dupuis, aún sin publicar en castellano) con Matthieu Bonhomme, "no existe ninguna razón para enfrentar el cómic de antes con el actual. Porque el dibujo debe servir a la historia y no al revés, lo importante es la coherencia entre el dibujo y la historia. Una historia buena es intemporal y así se verá si un autor es bueno o malo", añade.
Los editores hablan de un "periodo de transición", según Gnaedig, y de la necesidad de "un equilibrio entre la parte gráfica y la narrativa", según Catalina Mejía, de Sins Entido. David B. es uno de los fundadores de L'Association y autor de Epiléptico, cómic en el que narra cómo la enfermedad de su hermano afectó su vida y su familia. "Es una gran obra", reconoce Baru. Con unos 5.000 ejemplares vendidos en España en menos de dos años, Epiléptico es el best-seller de toda la historia de la editorial Sins Entido. "Hay que tener bastante morro para contar tu vida, porque no todo el mundo tiene una biografía apasionante", dice Bonhomme. Y ahí está el matiz, la diferencia entre Jeffrey Brown y David B.
Una de las biografías más conocidas de las historietas españolas es la de Carlos Giménez, autor de Paracuellos (Glénat/Debolsillo). "Era importante contar lo que había vivido y lo hago con mucha sinceridad, son mis recuerdos", explica el dibujante, cuyas viñetas narran su infancia en un hogar del Auxilio Social franquista. "Mis historias tienen tono de realidad. La lectura suena auténtica", añade.
"Hau que vivir, si no, no tienes nada que contar", dice Carlos Giménez
La sinceridad de lo cotidiano es lo que ha guiado a los franceses Camille Jourdy (Chenôve, 1979) y Didier Dodier (Dunkerque, 1955). En Rosalie Blum (La Cúpula), Jourdy narra la historia de un hombre solo y solitario que sigue a una mujer sin saber por qué. "Me atrae la complejidad de la gente ordinaria", explica. "Tenía unas furiosas ganas de narrar historias sobre lo que nos rodea", añade Dodier, autor de Jérôme K Jérôme Bloche (Anaya), un detective que arregla más los problemas existenciales de sus amigos que casos policíacos. En Paul en el campo, del canadiense Michel Rabagliati, la sinceridad es clave: el último capítulo de la serie narra cómo enfrentarse a la muerte de una persona amada.
La lección final es para el maestro. "No hay que dejarse llevar por lo inmediato, por lo que se ve por la ventana. Hay que dejar que las historias se enfríen antes de contarlas. Pero lo importante es vivir. Nadie puede narrar una historia de amor si no ha vivido el amor. Hay que vivir, si no, no tienes nada que contar", concluye Carlos Giménez. Las obras de Baru no son autobiográficas, aunque miran a la sociedad de frente: "Lo que me interesa es el desplazamiento social. En Rabioso (Sins Entido), el protagonista utiliza el boxeo, la violencia física, para salir de la violencia social que le encierra en su condición de pobreza".
El cómic se mueve, los títulos se multiplican, el género evoluciona. "Trata de todo, la riqueza de su lenguaje es extraordinario", dice Riad
Sattouf. Todos los autores consultados lo subrayan. También insisten en la consecuencia natural de lo que el editor Sébastien Gnaedit llama la "saturación del mercado": las malas condiciones en las que viven muchos autores de cómics.
El experimentado Dodier habla de "la pauperización de los jóvenes, porque los autores son cada vez más numerosos. Tener éxito es como jugar a la lotería". A la lotería ganó Jourdy, cuando le publicaron Rosalie Blum, su proyecto de fin de carrera. "Sólo quería contarme una historia a mí misma", dice. Baru, por su parte, tiene una receta mágica para narrar: "Necesito ira, rabia".
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