Este artículo se publicó hace 11 años.
"Lo fundamental para hacer arte es tener música dentro"
El músico gaditano Julio de la Rosa presenta su primera novela, ‘Peaje', una historia sobre la incomunicación y el miedo a la soledad
Julio de la Rosa (Jerez de la Frontera, 1972) remueve aletargado un café con Baileys en una céntrica terraza madrileña. Absorto en el giro de la cucharilla, el autor se encomienda al carajillo para reponerse de lo que, a juzgar por sus ojos, ha sido una fecunda siesta. Pero que el sopor vespertino de este gaditano no lleve a engaño: De la Rosa siempre trama algo. Un día puede hacer un disco como Pequeños trastornos sin importancia (2013) —el último de una de las trayectorias más coherentes de la música española—, para acto seguido componer una banda sonora para el cine —Grupo 7, de Alberto Rodríguez, Primos, de Daniel Sánchez Arévalo, y así hasta superar la decena de largometrajes—.
Músico, escritor, poeta... De la Rosa acaba de publicar Peaje (Tropo Editores), la historia de José Tudela, un peajista que desde su garita imagina las vidas incompletas de sus anónimos clientes. El color del coche, el modo en que recogen el cambio, la mueca de agradecimiento o displicencia al arrancar es todo lo que necesita el joven Tudela para poner en marcha su particular monólogo interior, una perorata cáustica y entrañable que no deja indiferente.
Un tipo en una cabina viendo coches pasar. Una idea sencilla pero que, a priori, podría haberte limitado mucho la narración. ¿Cómo surge esta historia?
Yo quería hacer un libro de retratos y tenía una serie de historietas en la cabeza que quería narrar pero si las contaba de forma independiente me quedaba un poco soso. Busqué un hilo conductor que pudiera unir todas esas historias, pensé en varias posibilidades y finalmente opté por el punto de vista privilegiado de un trabajador de un peaje que está quieto en un sitio por el que todo el mundo pasa de largo. El protagonista siente que está en el sitio equivocado, lo que me daba también la posibilidad de dramatizar su posición. Al darle vida a este señor, fue haciendo de las suyas y al final se convirtió tanto en un libro de retratos como en un trozo de vida de este personaje.
Un trabajo monótono, casi robótico. ¿Cómo te las arreglas para captar su esencia?
Estuve un tiempo trabajando en un videoclub, de modo que tengo algo de experiencia en este tipo de trabajos más mecánicos. De cualquier forma, pese a que hablo del tedio laboral, lo que atenaza a Tudela es el tedio vital, basicamente motivado por el miedo a la muerte que supongo que es lo que nos hace a todos intentar llenar nuestro tiempo con cosas para superar ese sinsentido del qué hacemos aquí.
Tienes un estilo muy rítmico a la hora de narrar. Hay fragmentos que casi parecen canciones.
Creo que lo fundamental para hacer cualquier obra de arte es tener música dentro. Considero la música el arte más elevado por invisible, por intangible, porque nadie sabe de donde viene. Creo que todo creador en realidad lleva música dentro al margen de que lo que haga sea música o no, al margen de que sepa música o no, todas las personas que crean algo tienen el sentido del ritmo.
En otros momentos parece que te dejas llevar, pese a que más tarde siempre terminas retomando la línea narrativa. Es como si a través de los monólogos interiores de Tudela improvisaras.
Como una melodía jazz que tiene un leitmotiv y los músicos empiezan dando forma a ese tema recurrente. Luego empiezan a irse de varetas cada uno por su lado hasta que cuando ya se van perdiendo vuelven al leitmotiv y ponen el tema en su sitio. De ahí arrancan de nuevo y comienzan a desvariar y desvariar hasta que ya han fantaseado suficiente y vuelven al leitmotiv. Trato así de recordar al lector en qué punto se encuentra. Dado que en la historia hay muchos retratos, es una forma de volver al tronco del asunto.
Es curiosa la transición que experimenta el protagonista a lo largo de la novela. Si en un principio nos encontramos frente a un tipo arisco, cómodo en su papel de voyeur, apoltronado y expectante ante las miserias ajenas, conforme avanza la novela adquiere rasgos más amables, e incluso heróicos.
Los motores de la novela son el amor y la muerte que son los motores del ser humano también. Son temas muy manidos pero es que al fin y al cabo son las cosas que más nos preocupan. Luego está el miedo a la soledad y el miedo al caos que según los especialistas son los mayores miedos del ser humano. En un principio, Tudela lo que busca trabajando ahí es alcanzar cierta seguridad para afrontar esos miedos. El final de la novela es, sin embargo, un tratado sobre la valentía de coger las riendas de tu propia vida y pasar de ser un mero espectador de tu propia vida a ser el protagonista de ella. Quería decirle al lector o incluso a mí mismo que podemos ser protagonistas de nuestra propia vida sin necesidad de ser solo unos frustrados o unos manipulados.
La novela está plagada de personajes excéntricos. Uno de ellos es el señor Adiós cuyo único cometido en la vida es saludar a los conductores que pasan por la autopista.
El Señor Adiós existió en la vida real. Era un señor portugués que murió ya hace unos años en Lisboa y que realmente se dedicaba a eso, a decir adiós a los automovilistas. Tenía unos setenta años y se trajeaba todos los días, se ponía muy elegante y se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana para ir a las avenidas de la ciudad y decirle adiós a los coches. El tipo lo argumentaba muy bien, decía que la gente estaba muy amargada e iba demasiado rápido por la vida. Él sentía que esa gente tan frustrada necesitaba su saludo y que su misión en el mundo era animar a la gente igual que lo hace un músico o un actor. Yo creo que este hombre estaba muy solo, necesitaba contacto social, no sabía muy bien cómo hacerlo y encontró esa manera de sociabilizar.
Háblame de las mujeres de la novela. Tudela se enamora de una mujer que apenas conoce salvo por un simple saludo diario desde la cabina.
Quería retratar un poco la dicotomía entre el amor platónico y el amor terrenal. Eva es su amor platónico, una idea que este tipo se ha hecho sobre esa chica a la que no conoce pero piensa que es la mujer de su vida. Y luego está Sonia, la mujer que le saca todas las castañas del fuego y que está constantemente cerca de él, pero que no ve de ningún modo como la mujer de su vida porque tiene una imagen idealizada de lo que tiene que ser el amor. Cuando el amor, a lo mejor, no tiene por qué ser esa idea, esa imagen perfecta de ese amor.
¿Y qué hay de la afición de Tudela por los obituarios?
Partiendo de que los dos motores del ser humano son el miedo a la muerte y el amor, precisamente como un intento de luchar contra la muerte. El protagonista, que es un frustrado en potencia y no lo sabe, se empeña en decir que no entiende por qué la gente quiere dejar una huella en el mundo, de forma que su curiosidad precisamente por saber de qué modo trasciende la gente es lo que le lleva a leer a todas horas los obituarios de los diarios.
¿Qué escritores te inspiran?
Me gusta Carver por lo que no cuenta, porque es muy escueto. En él lo importante es el punto entre la frase, ese silencio que deja. Hay algo de eso en este libro, trato de no explayarme, de no insistir en las cosas importantes que intento decir, prefiero dejarlas caer. Cuando estoy leyendo me gusta pararme en alguna frase que me punza o me inspira algo concreto y una vez que he desvariado un poco con esas palabras vuelvo y sigo leyendo. Cuando escribo busco lo mismo, las frases importantes no las subrayo demasiado, así, si le han gustado al lector, se pare a pensar un poco y, si no le dicen nada, pueda seguir leyendo y reirse con el chiste que viene a continuación. Disfruto mucho también con la transparencia de Capote, esa manera de no inmiscuirse, de intentar narrar objetivamente ciertas cosas. Por último, me gusta el sentido lúdico de Perec, sobre todo sabiendo la trágica vida que tuvo tras perder a sus padres en los campos de concentración nazis.
¿Reescribes mucho?
Tenía otras anécdotas y retratos que no me terminaban de convencer y los quité. En realidad, una vez tenía el armazón de la historia pensé que quizá podría seguir escribiendo pero que lo que realmente quería contar ya lo había contado.
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