madrid
En 1940 un grupo de vaqueros atacó a dos comunidades de Krahô, indígenas que habitan tierras entre los estados de Maranhão, Piauí y Tocantinsen, en Brasil. Asesinaron a casi treinta personas. Pero aquella no fue la primera masacre que sufrieron. "Lanzaban a los niños al aire y disparaban. Desgarraron el vientre de las madres embarazadas. Al final solo quedó sangre y humo".
Es la descripción que hace hoy uno de ellos, en un recuerdo de la matanza narrado para el resto de los habitantes del poblado, en una de las secuencias de la película La flor de Burití, un trabajo que los directores Renée Nader Messora y João Salaviza rodaron en quince meses y después de más de diez años visitando el territorio de esta comunidad.
Estrenada en el Festival de Cannes, la película se alzó con el premio al mejor reparto de la sección Un Certain Regard, recompensando el trabajo de los Krahô que aparecen en pantalla y que participaron en la creación del guion junto con los directores. Además, el filme ha ganado el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva y el Premio CineVisión en Múnich.
Conciencia de colectivo
La flor de Burití es un ejercicio de denuncia política y social y una muy hermosa obra cinematográfica. La conexión de los Krahô con su tierra, su manera de convivir con la selva y todas las especies que habitan en ella, y la profunda conciencia de colectivo con la que viven quedan retratadas desde los ojos de una niña en esta película, que subraya la capacidad de resistencia de este pueblo y la determinación a seguir defendiendo su tierra.
Bolsonaro se alió con los campesinos y ganaderos de la zona para destrozar la tierra de los Krahô y matarlos. Con la llegada de nuevo de Lula da Silva y el trabajo del Ministerio de los Pueblos Indígenas la situación ha mejorado para ellos, ayudados por movimientos sociales indígenas, antirracista, LTGBIQ+, de pequeños agricultores y campesinos. Hoy viven 4.000 personas en esta comunidad.
"Los occidentales solo han traído destrucción a nuestro pueblo. Hoy, los no indígenas deciden sobre nuestras vidas", grita un miembro de la asociación de indígenas en una gran manifestación que se celebró en Brasilia. Hasta allí van dos de los miembros de los Krahô, dispuestos a denunciar el agua contaminada con mercurio, las balas que reciben de los mineros, el destrozo de sus pequeñas cosechas, el robo de los animales de la selva que luego venden a precios desorbitados…
Las mujeres indígenas
Al mismo tiempo, La flor de Burití revela las tradiciones de este pueblo, que celebra en el Ketuwajé ritos ancestrales con pinturas en sus cuerpos y con danzas y canciones que celebran la naturaleza. "Coge la flor. La de burití es roja", es el estribillo de una canción que ya se escucha al comienzo de la película, después de haber entrado en el desconocido universo de los Krahô con los sonidos de la selva.
En ese mundo, son los ojos de Jotàt los que guían al espectador. La niña no duerme bien y llora. "Algo la está atormentando", dice el chamán, un hombre que vive ayudando a sus vecinos, pero que también representa la parte de patriarcado instalado en la comunidad. "He oído decir que cuando las mujeres se convierten en chamanas son más poderosas que los chamanes hombres", dice una mujer a otra. "Nosotras las mujeres estamos demasiado avergonzadas, pero si una se vuelve chamana, vendrá un chamán y le quitará el poder". Y una de estas mujeres, la madre de Jotàt, viajará a la gran concentración indígena de Brasilia para reunirse con la comunidad de mujeres indígenas, "para hablar de nuestros problemas".
"Pura codicia capitalista"
Los Krahô tienen, en sus propias palabras, "otro concepto del territorio, nada de explotación, destrucción, lucro, ni de ganar dinero. Para nosotros el territorio es sagrado, lo necesitamos para sobrevivir. Lo suyo es pura codicia capitalista", dicen, al tiempo que muestran el dolor que les produce el destrozo del planeta, las consecuencias del cambio climático, otro enemigo más de su pueblo.
Emocionante y al tiempo reflexiva, La flor de Burití es un ejercicio de respeto por los Krahô y por su forma de vida, que muestra una necesaria ética en el cine cuando éste se acerca a universos desconocidos que hay que preservar. "Esta película es más que un proyecto artístico", dijeron los cineastas cuando se presentó en Cannes. "Tiene que tener sentido para ellos y para nosotros también. Buscamos las condiciones materiales para hacerla de manera justa".
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