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El Festival de Mérida conmueve con 'Las Suplicantes' en Madrid

Arranca el Festival de Mérida con una programación que sobrevuela los confines del teatro romano de la capital extremeña para llegar al Teatro Reina Victoria de Madrid. 

Una escena de la obra de teatro 'Las Suplicantes', de Silvia Zarco
Una escena de la obra de teatro 'Las Suplicantes', de Silvia Zarco. Festival de Mérida

Tremate tremate: le streghe son tornate ("Tiemblen: las brujas hemos vuelto"). Si a partir del mayo 68 los pórticos de las plazas italianas -y no solo- resonaban del eco temerario que anunciaba la vuelta de las brujas, Las Suplicantes de Silvia Zarco, dirigida por Eva Romero, aclama la vuelta de unas amazónicas suplicantes.

Se trata de una versión libre de las dos tragedias que conocemos, escritas por Esquilo y Eurípides acerca de la ley divina de la súplica a Zeus. El antiguo mito de Esquilo cuenta la historia de las cincuenta hijas de Dánao, las Danaides, un relato que se remonta al 1600 a. C. pero que el dramaturgo recoge en el siglo V.

Obligadas a casarse con los hijos del rey Egipto, las Danaides deciden huir del matrimonio forzado y dejar África para llegar finalmente a la ciudad de Argos, donde con la ayuda del padre pedirán asilo y reparo al rey griego: "Mi delito es ser mujer y mi condena, el miedo".

"Estas hermanas salen de Egipto", cuenta Silvia Zarco a Público, "se lanzan al mar Mediterráneo sin miedo a morir y llegan a la costa europea de Argos, de donde viene su antepasada Ío", la sacerdotisa de la que Zeus se enamoró y que transformó en ternera blanca para salvarla de la furia de su esposa Hera. El rey de Argos no puede ignorar la súplica sagrada, decide ayudar a las hijas de Dánao y anteponerse a los egipcios que reclaman sus prometidas.

En la versión de Esquilo el conflicto se resuelve de forma pacífica, mediante el rol apaciguador de la palabra y de la asamblea formada por el pueblo. Diferente es el destino de las suplicantes de Eurípides. Cuatrocientos años después, en 1200 a. C., llegan las madres de los jóvenes de Argos que fallecieron en el combate contra Tebas, y esta vez suplican frente a Teseo poder enterrar el cuerpo de sus hijos: "Ya no soy madre. Ha muerto mi hijo".

"Son madres, abuelas e hijas", comenta Zarco, "que están reclamando una despedida digna. Dos grupos de mujeres en unión de sororidad. En el primer grupo hablamos de dos derechos fundamentales, que son el derecho al asilo y a disponer de su propio cuerpo; en el segundo, del derecho a una despedida digna".

La tragedia griega vuelve a hablarnos del presente

"De las grandes tragedias que conservamos, la mayoría son coros de mujeres", sigue Silvia Zarco. "Además, tenemos un paralelismo brutal, al final nosotros hemos pasado tres años detrás de una máscara. Los coros griegos eran coros enmascarados, entonces yo veía que la civilización humana se había convertido en un coro griego enmascarado".

El teatro clásico nace de la salvífica instancia de la reflexión a través de la compasión: compartir el dolor y la pasión de los protagonistas sirve en este caso para reflexionar sobre los límites del poder, y crear una conciencia colectiva digna de una sociedad en la que los derechos fundamentales del individuo gocen siempre de buena salud.

"La tragedia griega es un cauce fundamental para la reflexión ética, cívica y política. Pone en escena al pueblo, porque el coro es una representación del pueblo, entonces el pueblo enmascarado se enfrenta a sus problemas y reflexiona sobre ellos. Eso hacían los griegos e intentaban por medio del terror y de la compasión producir una catarsis, esta es la ecuación de la tragedia griega: terror más compasión", explica Zarco.

Y a pesar de la reconocida misoginia de los autores masculinos clásicos, es cierto también que la mayoría de los coros de las tragedias griegas están formados por mujeres, y algunas de las heroínas nacidas de la pluma de Eurípides pueden considerarse ejemplos emblemáticos de figuras feministas.

"Yo respeto esa tradición, ese mundo griego", afirma la dramaturga, "quiero que se vea que a veces no estamos de acuerdo con ellos, y sin saltarme la palabra demuestro que se puede hacer de otra manera".

Compasión y terror

Las mujeres migrantes de África que arriesgan su vida para pisar las costas europeas, huyendo de matrimonios forzados y violaciones sexuales, se unen a las madres que han perdido a sus hijos en la guerra. En el instituto nos enseñan que la tragedia griega es el arquetipo del conflicto, según la definición clásica de Goethe.

Aprendemos también toda una serie de normas de conducta que regían las sociedades antiguas: aprendemos que la hybris alberga el concepto de arrogante desmesura castigada severamente por los dioses; aprendemos el gesto del suplicante que se arrodilla frente al enemigo; la piedad frente al dolor de los vivos que deben sepultar a sus muertos, y aprendemos que la honorabilidad y la venganza a veces pueden surgir de las mismas entrañas.

Empatizamos con la pasión absoluta de los héroes que luchan sin descanso en la Ilíada de Homero, lloramos con Ulises por la muerte del perro Argos en la Odisea, y nos arrodillamos con el rey de Troya, Príamo, ante Aquiles para pedir que nos devuelva el cadáver ensangrentado de Héctor. Sin embargo, nadie nos enseña que la tragedia griega puede volver una y otra vez a sacudirnos las conciencias en el mundo real. Silvia Zarco nos lo recuerda.

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