BARCELONA
Mia Couto (Beira, Mozambique, 1955) asegura haber aprendido a escuchar y contar historias en la cocina de su casa, entre las faldas de las mujeres de su familia. Tiene una identidad que fluctúa, como las leyendas del país que lo ha visto nacer, que se mueven entre el hecho real y el imaginario.
Ganador de varios premios, su última obra, Trilogía de Mozambique (Alfaguara, 2018) es una obra mayor, llena de historia y de historias, aquellas que nacen de las raíces de los árboles y de lecciones que no se aprenden en los libros. Es una novela de colonización, de batallas, pero sobre todo es una novela llena de mujeres valientes.
En primer lugar, me gustaría preguntarle por el ciclón que arrasó la región central de Mozambique hace un mes. ¿Cuál es la situación?
El ciclón me ha hecho pensar en el tema de la memoria. Los ciclones en esa zona son frecuentes. Pasé por un ciclón de esta dimensión cuando tenía siete años y me había olvidado hasta que llegó este. Hace un mes, llegué a estar sin saber de amigos míos hasta cinco días, no sabía si estaban muertos o vivos. Fue entonces cuando entendí la gravedad de la situación, y fue como si algo hubiera muerto dentro de mí. Estaba escribiendo un libro sobre mi infancia y de repente todo ha perdido la base, me siento huérfano. Imágenes que eran importantes, que estaban a la historia, ya no existen. Este último ciclón ha sido una muerte sin cuerpo. Sentí que la única manera de superarlo era visitando Beira [actualmente vive en Maputo]. A medida que me aproxima con el avión, veía mar donde antes había tierra. En el aeropuerto me esperaban los amigos. Pensaba que los reconfortaría yo a ellos pero fue al revés. Ellos ya habían comenzado a reconstruir las casas, yo no tengo la posibilidad de darle la vuelta a la tristeza.
En 'Trilogía de Mozambique', Imani, el personaje principal, se mueve entre el mundo de los blancos y de los negros. Tiene una identidad fluctuante. ¿A usted le ha pasado lo mismo, como blanco en un país de negros?
Sí, la imagen del traductor es recurrente en mi obra escrita; yo soy un traductor de mundos porque tengo cada pie en un lugar diferente. Nací en un lugar donde la frontera entre la tierra y agua era fluida. Beira está construida sobre un pantano y las mareas invaden la ciudad. Se dice que la gente tiene una tierra natal, yo tengo una agua natal, no tengo la certeza ni del suelo. La idea de la identidad fluida está íntimamente ligada con mi historia. Soy una criatura de frontera, un blanco africano, un científico en un mundo que no cree en la ciencia, un ateo en un mundo profundamente religioso, un escritor en un mundo de oralidad. Mi identidad crea muchas fronteras, pero esto dejó de ser un problema a los 17 años, cuando me di cuenta que no podía ser una. La poesía de Pessoa me enseñó que una persona puede ser muchas.
En un mundo donde todo se clasifica y se etiqueta, donde las cosas son blancas o negras y no hay ni tiempo ni espacio para el matiz, parece ir a contracorriente.
Esta visión es hegemónica y se está exportando, pero en Mozambique las cosas son diferentes. Los semáforos no están en rojo o verde, puede que estén algo en rojo o muy en rojo. Existe una manera de matizar, que es el casi, que en Occidente no existe.
En sus libros se aprecia un diálogo entre lo local y lo foráneo. Estas dos realidades se relacionan a través de un lenguaje lleno de matices que funciona como una entidad propia.
Las cosas me salen así, pero a veces me pregunto hasta qué punto esta mezcla existe dentro de mí, hasta qué punto mi alma es mestiza. Cuando mi padre murió, pensé: ¿hasta qué punto soy africano? Los africanos viven la muerte de una manera muy particular, pero yo sentía muchísima tristeza y añoranza. Por otro lado, siento que está vivo, miro mis manos y veo las suyas. He conseguido que esto no me genere conflicto: una parte de mí sigue siendo racional y científica y la otra no.
Destaca también el poder evocador de la naturaleza en su relato.
No podría ser de otra manera. La naturaleza la tienes que situar en el relato, y para hacerlo tienes que entender que todo lo que nos rodea tiene alma. No podemos tratar a la naturaleza como a un simple paisaje: los elementos naturales forman parte de la historia y tienen una voz igual de importante que la de cualquier otro personaje. La biología me hizo rescatar la idea de que existe una relación de parentesco directa entre un árbol y un ser humano. Hay muchas similitudes, pero lo hemos desaprendido. La ciencia me confirma lo que existe en la sabiduría popular. No se puede concebir un árbol como una entidad biológica independiente, ya que es un cruce entre cielo y agua, un templo. Para describir todo esto, me ayudo de un lenguaje poético, el único lenguaje capaz de describir el mundo.
Se ha dicho que sus obras bebían del realismo mágico latinoamericano.
"A veces se dice que el realismo mágico ha influido en la literatura africana, pero lo ha ayudado a emanciparse de la tradición literaria europea"
No me gustan las etiquetas. Hay escritores que ya hacían realismo mágico antes que García Márquez que me han influido más, como Juan Rulfo. A veces se dice que el realismo mágico ha influido en la literatura africana, pero sólo lo ha ayudado a emanciparse, a utilizar una aproximación literaria concreta que ha permitido que saliera de la cárcel de la tradición literaria europea. Mis libros en Mozambique son leídos como realistas, porque nadie encuentra las historias que cuento extraordinarias.
'Trilogía de Mozambique' está construida a partir de personajes femeninos revolucionarios, honestos y decididos, mientras que los personajes masculinos quedan en un segundo plano. ¿Fue premeditado?
Fue el camino que fue tomando la trilogía: soy incapaz de pensar por anticipado. Si tengo una idea de lo que será la historia, prefiero no escribirla. De hecho, lo que me motiva a continuar escribiendo es el hecho de no saber. Siempre hago apología de la ignorancia: me gusta mucho no saber. En África, en un primer momento, parece imposible pensar que la mujer tenga que ser la dominante, ya que las sociedades son fuertemente patriarcales, pero en el día a día son las mujeres las que tienen un rol predominante. He aprendido a dar voz a esta parte femenina que se encuentra dentro de mí. Me convertí en poeta en la cocina de casa, escuchando las voces femeninas, sentado en el suelo, en un momento en el que la cocina era un lugar femenino. Me encantaba estar. Las mujeres contaban las historias con susurros. Cuando iba al comedor, donde estaban los hombres, sus historias no tenían gracia: hablaban en voz alta, sobre fútbol... El mundo de los hombres era un mundo sin historias. Y fue en la cocina donde aprendí a escuchar y a escribir. Allí se hacía alquimia. Recuerdo estar sentado en el suelo y ver cómo ondeaban las faldas de las mujeres de casa, como si hubiera una brisa. Me marcó: por eso mis personajes femeninos son más densos, tienen más perspectiva. A veces lo hago de manera injusta, maltratando a los hombres.
La otra gran protagonista de su última obra es la documentación, la que se encuentra en papeles y la que no ha quedado por escrito.
"La memoria mozambiqueña no está escrita, está en las voces ancianas"
Hay mucha documentación sobre la colonización y está accesible. Tuve que hacer viajes a Lisboa, pero no me supuso demasiado esfuerzo. La parte complicada fue la otra: recabar las historias orales de la época, ya que no hay testimonio escrito. La memoria mozambiqueña no está escrita, está en las voces ancianas. Viajé a diferentes puestos de Mozambique para hablar con la gente mayor y la dificultad fue resistir al encanto de aquellas historias y los personajes que surgían. Es increíble cómo funciona la memoria, la verdadera y la falsa, porque la falsa también tiene un significado: la apropiación de los hechos.
Usted vivió el proceso de independencia del país en 1975 y una guerra que aún se respira hoy en día. ¿Como lo han forjado estos hechos como persona y escritor?
El proceso de paz está en curso: este año se están firmando los últimos acuerdos y se están recogiendo las armas. Aunque el acuerdo de paz se firmó en 1994, no ha habido paz hasta ahora. Es imposible hablar de que fue aquella guerra, algo profundamente doloroso y que no tiene que ver con explosiones o disparos. Las ciudades estaban sitiadas y no teníamos qué comer. Salíamos de casa, hacíamos fila para recoger comida, allídejábamos una bolsa e íbamos a hacer otras cosas y cuando volvíamos, la cesta continuaba allí y se había respetado nuestro lugar en la fila. Esto sería imposible hoy en día. La miseria moral y miseria material van por separado. También tuve que tomar decisiones complicadas: cuando dirigía el diario, me dieron una tarjeta que daba acceso a una tienda especial, lo mismo que hacían los soviéticos. Tenía dos hijos y la rechacé: no había luchado para eso. En casa me cayó una bronca. Los dilemas morales que llevan estas situaciones extremas son muy fuertes.
Por último, ¿cómo se combate la idea de que África no es un país?
Durante un tiempo, la visión de África como un todo tenía sentido, porque respondía a la necesidad de contrarrestar el intento de anularla
Los africanos deben ser los primeros que han de reconocer y afirmar que existen diferentes Áfricas. La perpetuidad de una África única también corresponde a los africanos. Durante un tiempo, la visión de África como un todo tenía sentido, porque respondía a la necesidad de contrarrestar el intento de anulación de África. Ahora, hay que afirmar la diversidad y la complejidad del continente. La humanidad nació en África y es el continente con más diversidad cultural, y vale la pena reafirmarnos en esta idea.
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