Este artículo se publicó hace 14 años.
Doctorow en la casa de los horrores
El autor de Ragtime recupera un oscuro caso de la Nueva York de los cuarenta para hablar de un EEUU "que ha empezado a perder su energía"
Isabel Piquer
Pasado. Presente. Realidad y ficción. Lo vivido, lo narrado y la memoria. El mundo narrativo de Edgard Lawrence (E. L.) Doctorow (Nueva York, 1931) es infinito. La última novela, Homer y Langley que publica en España la editorial Miscelánea, la primera semana de abril trata un suceso ocurrido a finales de los años cuarenta en Nueva York, un incidente raro y oscuro grabado en la memoria de la ciudad. Durante décadas, los hermanos Collyer vivieron atrincherados en su casa de Harlem, cuando Harlem era un barrio pudiente. Aislados, apartados del mundo, parapetados tras muros de periódicos y cosas que recogían por la calle. Ermitaños en la urbe, diógenes rodeados de basura, deshaciaudos de sus vidas. Hasta que en 1947 los bomberos intervinieron.
Encontraron la casa de los horrores: uno de los hermanos asfixiado, aplastado bajo una pila de escombros infestada de ratas, el otro muerto de hambre. "Cuando murieron se convirtieron en figuras míticas no sólo en Nueva York, sino también en el resto del país. Incluso ahora, después de todos estos años, cuando los bomberos entran en una casa abarrotada la dicen una "mansión Collyer". Cuando estas personas entran a formar parte del folclore, dejan de ser personas reales. No necesitan que se les estudie, sino que se les interprete, como a un mito. Es lo que he intentado hacer. Como cuando un pintor pinta un retrato: ya no se trata de la persona retratada sino sobre la visión del pintor", cuenta Doctorow a Público en la Universidad de Nueva York.
"Hay tradición en este país de gente que decide salirse del sistema"
El hogar de los Collyers, en el 2078 de la Quinta Avenida, a la altura de la calle 128, fue destruída. Ahora hay un parquecito, algo de hierba, un árbol escasamente frondoso, un banco y una placa con el nombre de los hermanos y un resumen del incidente. El interés de Doctorow empezó cuando los habitantes del barrio quisieron cambiar el nombre.
"Lo que me interesó de esta anécdota fue que 60 años después, los vecinos seguían perturbados por la memoria de estos hermanos, es decir, de alguna forma seguían vivos", cuenta Doctorow.
"Es un barrio muy bonito, y pensaron que aquel nombre ensalzaba el recuerdo de esos marginados. Aunque en cierta forma era el mundo el que no les dejaba en paz", explica el autor que tuvo con Ragtime, en 1975, su mayor éxito literario, en la que retrata la situación de EEUU en 1914, adaptada al cine en 1981 por Milos Forman.
"Obama debería ser más enérgico y menos conciliador"
El exilio interior"Hay una gran tradición en este país de gente que decide salirse del sistema, una suerte de inmigración interior: cierran as cortinas y se aislan. Y aquí lo hicieron en medio de la ciudad", es algo parecido a una disidencia, un exilio. "En Nueva York la gente vive pegada la una a la otra, no hay espacio entre los edificios, no hay sitio que no se use, así que retirarse en este contexto era todavía mas extraño. Además, suponía una amenaza para el resto. Retirarse de la vida fue como una declaración de hostilidad hacia los vecinos", concluye.
La historia está narrada en primera persona en voz del hermano menor. "Cuando escribí el arranque [Soy Homer, el hermano ciego] fue como una descarga eléctrica, encontré la voz y vi que el libro estaba ahí, en la lucha de Homer por mantener sus recuerdos, por poner orden en su interior, porque todos luchamos con la memoria: cosas que recordamos, las que olvidamos, cosas que creemos recordar y nunca ocurrieron, y Homer ve que su memoria le está fallando. En el fondo este es un libro sobre la memoria".
"Cuando escribes sobre el pasado también escribes sobre el presente"
La primera frase, esas primeras palabras son las que mueven el resto. "No empiezo el libro con grandes intenciones. Antes de hacer cualquier cosa, debo encontrar el tono, algo que hace que ciertas cosas puedan pasar y otras no", dice Doctorow, "Puede ser una idea o una imagen evocativa, algo que te obsesiona. Por ejemplo, en Billy Bathgate aparecen hombres con corbatas negras en un remolcador. Para El libro de Daniel, era el estado de este país en los años cincuenta que me preocupaba mucho".
Al igual que el de ahora, medio siglo más tarde. "Tenemos muchos problemas. De hecho, este libro no es realmente sobre el pasado, porque cuando escribes sobre el pasado también escribes sobre el presente, hay una gran inquietud en el ambiente y creo que eso se siente en el libro. Este país ha empezado a perder su energía", dice Doctorow. "Me gusta este presidente, pero creo que debería ser más enérgico y menos conciliador, porque su predecesor lo dejó todo en un estado terrible".
Doctorow habla despacio, pausado, en una de las dependencias de la Universidad de Nueva York, donde los martes por la noche imparte clases sobre los misterios de la escritura. "No es fácil escribir ficción. Hemingway daba unos consejos prácticos muy útiles. Aconsejaba no hablar de lo que estabas escribiendo, no sentarte a escribir antes de saber lo que ibas a poner, no mirar más de unas páginas de lo que habías escrito y no pensar en el libro hasta estar delante de la mesa. Conocía bien la psicología de los escritores".
"Nueva York es una ciudad en perpetuo movimiento, cambia de década en década. Es una ciudad de contacto, gente de todo el mundo viene aquí a asimilarse. Escribir sobre Nueva York no quiere decir que seas un escritor regional. Lo sería si escribiera sobre el Sur, porque hay un espacio y un sentido del tiempo muy distinto, pero aquí es una novela nacional, porque la ciudad se presta a todas las construcciones mentales".
Y aunque haya usado su ciudad natal de telón de fondo o como protagonista de sus obras, a Doctorow le molesta que le encasillen. "Me han llamado muchas cosas. Lo del escritor neoyorquino fue una idea del editor, pero también me han llamado escritor histórico, posmoderno, de género por Billy Bathgate. Resulta que soy un escritor neoyorquino, posmoderno, histórico y de género [se ríe]. La verdad es que rechazo cualquier alteración de la palabra escritor y tengo que repetirlo una y otra vez".
Porque en el fondo, de lo que realmente escribe es del recuerdo. "Cuando escribes cosas sobre tu propia vida, una vez que están escritas el recuerdo se borra, ya nunca vuelve a ser el mismo, sobre todo si luego lo das al público, que lo sustituye la palabra escrita. Homer vive una y otra vez sus recuerdos porque no puede hacer otra cosa, no tiene otra cosa".
La ficción, contaba Doctorow al diario The New York Times, cuando se publicó La feria del mundo, es el más "impuro de los medios". Se inmiscuye en la vida y altera todo lo que toca. "Usa todo lo que encuentra y no hace distinción entre sí misma y la vida que utiliza. A veces me pregunto si la gente tiene idea de lo que puede hacer la ficción y de que existe una conexión mucho más grande entre ficción y vida".
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