Este artículo se publicó hace 7 años.
EntrevistaDarío Adanti: "El estado del bienestar fue como la heroína, pues nos volvió gilipollas"
El viñetista y fundador de la revista satírica 'Mongolia' batalla contra la cerrazón en el libro 'Disparen al humorista'
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Darío Adanti (Buenos Aires, 1971) es ilustrador, viñetista y fundador de Mongolia, una revista satírica que ha dado el salto a las tablas con Mongolia, el Musical. Este viernes presenta en el GRAF de Barcelona su último libro, Disparen al humorista (Astiberri), donde trata de derribar el muro que ensombrece la risa.
España, España, ¿bandera, bandera?
La polémica de Tony Lomba con la rojigualda tiene el precedente de Los Nikis y El Imperio contraataca, una canción paródica adoptada por algunos fachas que no pillaron la ironía.
Del bigote hitleriano de Iñaki Glutamato a la esvástica de Sid Vicious: una lectura literal.
"La izquierda dejó de ser un peligro porque su gran bandera es la tolerancia total"
Eso sucede porque no nos han enseñado a leer, aunque tampoco tenemos tiempo para hacerlo. En realidad, leemos continuamente, tanto en redes sociales como en Whatsapp, pero nos faltan horas para el resto.
El capitalismo es voraz, va muy rápido y necesita menos mano de obra, de modo que los trabajadores debemos currar más horas para ganar menos. Mientras que la mitad de la población está desesperada buscando empleo y no tiene ganas de leer, la otra mitad carece de tiempo para hacerlo y está irritada.
Eso hace que se nos blinde el mensaje y no percibamos su riqueza, porque puede ser paródico e irónico. O, incluso, puede querer decir lo contrario de lo que se piensa.
El ratón o el dedo se deslizan del titular al comentario, sin pasar por el texto.
Hace un año tuiteé una crónica en la que el abogado de Rita Maestre afirmaba que la vista le recordaba “los juicios de la Stasi" porque un experto pretendía realizar un mapeo psicológico de los acusados. Pues empezaron a entrarme trolls que se creen de izquierdas diciéndome: “Ya están los fascistas metiéndose con la Alemania Oriental, cuando fue el mejor sistema que ha existido”. ¡Estamos gilipollas! Además, ¿desde cuándo mola la policía secreta?
En la calle hay más obras que trincheras, ¿no?
Sin duda, está más tranquila. Incluso te puedes entender con personas de ideologías opuestas. La calle no está crispada. Eso es propio de las redes, donde sucede algo muy loco: en ellas no somos nosotros mismos, sino que nos vendemos. Para ser aceptados por el grupo, adoptas todos los tópicos de la izquierda en busca de retuits y likes, lo que refuerza el amor propio. O sea, un baño de narcisismo y vanidad. Y lo mismo, aplicado a la derecha.
¿Cree que la izquierda le ha cedido terreno a la ultraderecha? ¿Ha pecado de buenista?
La izquierda ha dejado de ser un peligro porque, de pronto, su gran bandera es la tolerancia total. El problema es que el carácter subversivo que tenía la izquierda —que daba miedo o acojonaba— está siendo utilizado por una ultraderecha muy peligrosa. La izquierda no debería caer en un control del lenguaje. Debería ser culta y saber que el lenguaje tiene contextos, que cada palabra posee varios significados y que ese significado lo pactas con el otro. Por ejemplo, los judíos cuentan chistes de judíos, algo que también ocurre con los afroamericanos, las feministas o los homosexuales.
"La izquierda actual es de escuela de curas, a la que toda sexualidad le parece sexismo"
En ese sentido, defiendo a los gais más frívolos y petardos, que se llaman “zorra” y o “maricón” entre ellos, sin que nadie piense que son fachas, conservadores, homófobos o sexistas. La izquierda debería aprender de ellos.
Prejuicio sería pensar que un gay, sólo por mero hecho de serlo, es progresista.
Claro. Ahí tienes al bloguero Milo Yiannopoulos, que apoya a Donald Trump. En las redes sociales estamos dando una imagen de tontos, y la derecha se aprovecha de ello para ridiculizar a la izquierda. Ahora bien, aunque la alt-right [derecha alternativa estadounidense] sostiene que defiende la incorrección política, eso no es cierto: te puedes meter con los inmigrantes o con las mujeres —o sea, con las minorías—, pero que no se te ocurra tocar la bandera americana o al heterosexual.
A los estadounidenses, como a los argentinos o brasileños, les une un trapo. En España, en cambio, la bandera desune.
Somos países construidos por inmigrantes, mientras que aquí el franquismo marcó mucho. Es increíble que, casi medio siglo después de la dictadura, el cambio de bandera sea innombrable.
¿Le parece más vistosa la camiseta de fútbol republicana?
El fútbol me aburre.
De niño, su terreno de juego fueron las películas de serie B.
Sí, y los tebeos. Fue un paso previo al cine de autor. De hecho, Martin Scorsese citaría algunas de las películas de mi infancia entre sus favoritas, caso de La mujer pantera o Yo anduve con un zombie, de Jacques Tourneur. Aquellos años fueron una mezcla de serie B y cultura política, pues en mi casa siempre se interesaron por el socialismo y había una biblioteca en la que estaban presentes desde Saint-Simon hasta Marx, si bien hubo que ocultarla durante la dictadura militar.
¿Sus padres tuvieron problemas?
No, porque no eran militantes. Mi madre trabajaba como secretaria bilingüe en la embajada de la India y mi padre, como informático en Coca-Cola. A veces, venían militares armados a preguntar por un montonero al que le alquilábamos un piso, por lo que debían esconder todos los libros. En mi casa se vivía una contradicción curiosa, porque mi padre curraba en una multinacional, aunque antes había ejercido de comercial. Venía de una familia muy pobre y mi abuela era una costurera analfabeta. Orígenes muy humildes, casi lumpen.
Cuidado con mentar al lumpen…
Ya hemos tenido problemas, ¿no? [risas]. Mi abuela era italiana, empezó a ir a cursos de lectura, se alfabetizó y terminó siendo modista. Mi padre no estudió una carrera universitaria, aunque le gustaban mucho las matemáticas. Vendía refrescos por los bares, pero como era quien más sabía de sistemas binarios, lo hicieron encargado de los ordenadores, que entonces ocupaban un cuarto entero. Era muy raro, porque los sindicalistas revolucionarios amenazaban a los altos cargos de Coca-Cola; y, aunque él no lo era ni estaba amenazado por la guerrilla, le pusieron seguridad por si las moscas. Al mismo tiempo, mis padres tenían amigos cuyos hijos estaban vinculados a la guerrilla y, como venía de la rama proletaria de Coca-Cola, le habían garantizado que no le iba a pasar nada. De una manera o de otra, siempre conocías a gente que vivía en la clandestinidad.
"Hoy no tiene tanto sentido llamar a las barricadas como que tu sobrinito hackee el sistema económico"
También recuerdo que, tras el empapelado de la pared, había ejemplares escondidos de Evita Montonera. De ahí que sienta fascinación por el peronismo revolucionario. Somos tan frikis que, antes de Mongolia, Fernando Rapa y yo editamos Viernes Peronistas… ¡en España!
¿Dónde vivían?
Siempre de alquiler en barrios de tango: Parque Rivadavia, Boedo, Almagro… Cuando tenía once años, mi madre enviudó y nos mudamos a Palermo, más intelectual y burgués.
¿Le marcó perder a su padre tan joven?
No. En mi casa siempre nos lo tomamos con mucho humor, aunque no en el momento [risas].
En su obra está presente la muerte, pero la relativiza y la trata con distanciamiento y retranca.
Mi padre era ateo. En plena dictadura, se negó a bautizarnos, aunque mi madre dijo que era una tradición familiar y se impuso: “Ya transgredirán ellos cuando sean mayores”. También nos mandó a la catequesis… Claro, luego mi padre no quería venir a mi comunión [risas]. En mi casa siempre hubo mucho humor negro.
Usted también es ateo. ¿La negación implica en ocasiones cierta afirmación?
Claro, como los antiperonistas que, con su oposición, avalan el peronismo [risas]. Soy muy fan de la ciencia y me doy cuenta del peligro de los monoteísmos. Han tenido mucho poder desde la Edad Media y todavía no hemos conseguido quitárnoslos de encima. También soy muy ácrata y, como decía Bakunin, mientras las instituciones religiosas se sigan injiriendo en el poder, no basta con no creer en dios, sino que también hay que ser antiteísta.
Hizo cortinillas para la MTV Latina: Vacaláctica destruía el mundo a lechazos y Elvis Christ jugaba al póquer con zombis. ¿Le causaron problemas esos contenidos en una cadena que emitía en países bebedores de leche y con muchos católicos practicantes?
Las animaciones del Elvis que se cree Cristo llegaron a emitirse en todo el mundo sin ningún problema. A ver, en Latinoamérica prosperó el sincretismo. Cuando la población ya había sincretizado los dioses indígenas con los cristianos, llega la intelectualidad de clase media a decirles a los paisanos que la religión es el opio del pueblo. “Macho, llevo doscientos años cambiando a la Pachamama por la Virgen María, y ahora resulta que es una tontería”. Supuso el fracaso del Partido Comunista y el triunfo del peronismo, tan inclusivo que da igual lo que seas —de izquierdas, de derechas, cristiano o ateo—, porque también puedes ser peronista.
En todo caso, en muchos países de Latinoamérica cuajó el catocomunismo.
Incluso Montoneros venía de la Teología de la Liberación. No hubo una izquierda laica triunfante, algo que me parece terrible. Yo soy materialista y creo que la izquierda tendría que ser científica y racional, pero su deriva es cada vez es más mística. Ya no son sólo los intocables —del Che a Chávez—, sino que también se suma cualquier minoría o víctima del desprestigio social histórico.
"Hasta el laicismo de izquierdas tiene demasiado idealizada la muerte, cuando ésta supone el fin del ideal"
Cuando la izquierda deja de ser proletaria y pasa a ser burguesa, como es nuestro caso, cree que hay que pronunciar ciertas palabras para ayudar a los pobrecitos del mundo, cuando estos pasan de nosotros y cualquier día podrían agarrar y rompernos la cabeza a todos, que es lo que deberían hacer [risas].
¿Un pene es un pene y una vulva es una vulva?
Me interesa la transexualidad y todo lo que representa la variedad en el mundo. El otro día escribía en Twitter: “Hay niñas con pene o vagina, niños con vagina o pene, y niñas y niños con ambas cosas. La naturaleza es creativa, no como los imbéciles”. Lo natural es lo conservador, o sea, la parte más animal del hombre: ejercer la violencia, imponerse por la fuerza, etcétera. El verdadero sentido humano pasa por despegarse de lo natural. Todo lo que sea negar la animalidad me parece bien, aunque luego pueda ser conservador en mi vida. Por ejemplo, no salgo de noche... [risas].
Todo el día currando.
No, desde hace mucho me quedo en casa leyendo. Tengo 46 años y me da mucha pereza salir.
Hablando de variedad, Isabel Coixet va a llevar a la gran pantalla la historia de Marcela y Elisa, las primeras lesbianas casadas por la Iglesia. Usted, precisamente, estudió cine.
Sí, y lo dejé. Me metí en una escuela terciaria para preparar el examen de ingreso al Instituto Nacional de Cine. Cuando lo aprobé, empecé a publicar cómics en prensa y no llegué a entrar en el Instituto. También estudié Psicología medio trimestre... Yo lo he dejado todo, excepto la prensa [risas].
Trabajaba en la revista Humor y en los diarios Página/12 y Clarín.
Empecé a los diecinueve años en la revista cultural El Porteño, aunque siempre había hecho cómic. La razón por la que empecé a dibujar da para una pequeña novela gráfica con poca aventura: de pequeño me diagnosticaron disgrafia.
De ahí Caspa Radioactiva, en vez de Radiactiva...
No sabía que estaba mal hasta que me lo comentaron. Escribo “abrir” con hache y “haber” sin hache, porque confundo las palabras visualmente, no oralmente. También confundo calavera y carabela. ¡Y escribo en espejo! En el parvulario se dieron cuenta de que tenía disgrafia porque dibujaba las cosas invertidas, algo muy loco, propio de tarados. Entonces, mi madre me mandó en plena dictadura a la consulta de una psicopedagoga progresista, que me mandaba copiar viñetas de cómics para que aprendiese a distinguir la izquierda y la derecha —no políticamente, claro—. En todo caso, antes de eso mis padres ya compraban mucho cómic argentino y español, desde Mafalda hasta Príncipe Valiente. Y la edición local de la revista MAD, que luego sería prohibida.
Viñetista por prescripción médica.
Claro. Y sigo copiando como un condenado a muerte. De hecho, en mi libro realmente no hay ninguna idea original, sino las ideas originales del montón de gente que he leído.
Usted es un apologeta de la cultura basura, pero cada día hay más competencia, tanto en prensa como en televisión.
Escribía Javier Pérez Andújar que cierta progresía que defiende la corrección política no se da cuenta de que la incorrección política de izquierda y ácrata viene de la contracultura de los sesenta: en Francia, la revista Hara-Kiri; en España, El Víbora… El cómic Hitler=SS, del guionista Jean-Marie Gourio y el dibujante Philippe Vuillemin, fue objeto de varios juicios en ambos países. No es que fueran nazis, porque también se pasaban con los gais, con los sudacas, etcétera. Aquí, Damián Carulla, editor de Makoki, fue condenado a un mes y un día de arresto y a pagar 100.000 pesetas de multa.
El primer cómic, El tren de la felicidad, narra cómo un gay advierte a un grupo de judíos de que van a ser deportados por los nazis a un campo de concentración. “No entréis, que nos van a llevar al matadero”, les dice. En cambio, los judíos se ríen de su homosexualidad, lo cagan a hostias y lo matan. Tras publicarse, se montó un quilombo y hubo juicios, cuando al guionista se le había ocurrido la historia después de que unas víctimas gais fuesen vetadas en una conmemoración de antiguos prisioneros en Lyon. Es triste decirlo, pero los autores querían mostrar la miseria humana. Y no sólo eso: Philippe Vuillemin es judío y homosexual.
[Faemino y Cansado: "No hay chiste cruel sino malo"]
Aunque, si lo piensas bien, también da pena tener que ser judío y homosexual para poder ejercer esa crítica. Al final, necesitas sacarte el carné (“Ah, vale, como eres gay te lo permito”), aunque no dejas de señalarlo como gay. Yo, como materialista, entiendo su cómic sin necesidad de conocer esos dos datos. Como decía Pérez Andújar, nos falta entender que la incorrección política de izquierdas viene del mayo del 68, de la cultura de las drogas, del sexo libre de los años sesenta… Ahora, en cambio, hay una izquierda que parte de la escuela de monjas y curas, a la que toda la sexualidad le parece sexismo.
A la izquierda española le falta libertarismo. Por ejemplo, la clase media, incluidos algunos amigos, confía más en la escuela concertada que en la pública. ¡Y qué mayor creadora de homofobia y misoginia que la Iglesia católica! En vez de agitar pancartas en contra de cómicos que pueden hacer humor misógino y machista —con razón, pero que son resultado de una sociedad—, habría que luchar para que el Estado no le conceda dinero a las concertadas y para que la educación pública sea de calidad y realmente abierta en lo que respecta a la sexualidad, la razas, etcétera.
En países como Francia hay una tradición de prensa humorística seria —o prensa seria humorística—, cuya máxima expresión es Le Canard Enchainé. En Argentina tienen la revista Barcelona, que le da una vuelta de tuerca a la actualidad. ¿Por qué Mongolia tardó tanto en desbrozar España?
Lo nuestro es un antiperiódico. Aquí hubo más revistas de humor gráfico —o sea, de chistes— que de prensa satírica, como Hermano Lobo.
Hablamos de la prehistoria. En todo caso, como diría usted, “qué bueno Hermano Lobo, pero qué faltos de educación estos de Mongolia”.
Hermano Lobo vendía poquísimo, y ahora todos son fans. En cuanto al retraso al que aludías, tras medio siglo de fascismo llega la democracia, España ingresa en la Unión Europea y hay una apertura real en temas morales: tal vez ésa no era la época de un satírico, porque todo parecía muy feliz.
¿Por qué prefirió Barcelona a Nueva York?
Cuando era adolescente, en Buenos Aires frecuentaba la Biblioteca Popular José Ingenieros, que era muy ácrata. Mi gran reflejo de la progresía, del anarquismo y de la izquierda culta e intelectual venía de España. Concretamente, de la contracultura de El Víbora; del cómic de Tótem y Cairo; y de la cultura más fina, aunque también contracultural, de Ajoblanco.
Vuelve Pepe Ribas. Aunque aquél y éste son dos mundos totalmente distintos.
Me alegro mucho de que vuelva. Me han llamado y creo que se va a rodear de gente guay. Sacarán un par de ejemplares al año y se financiarán mediante un crowdfunding.
¿Y cómo resiste Mongolia?
Llegamos a vender 22.000 ejemplares, pero desde hace cinco años el quiosco está en caída libre. En nuestro caso, a medida que baja la venta en la calle, aumentan los suscriptores: tenemos unos tres mil. Siempre supimos que no íbamos a sobrevivir sólo con la revista de papel. Tenía que ser nuestra punta de lanza o buque insignia, pero sólo una pata del negocio.
"Las grandes obras de la literatura castellana son satíricas, de Cervantes a Quevedo. ¿Por qué ahora le jode tanto a los españoles el humor negro?
Como no tenemos capital detrás y conseguir publicidad —ejem— es complicado, montamos Mongolia, el Musical. Viajamos a todos lados y llenamos los teatros, aunque las ganancias, después de pagar a los trabajadores, van destinadas a financiar la revista. Fernando Rapa, Edu Galán y yo casi nunca cobramos por las actuaciones.
Hasta tienen cheerleaders que les jalean en el exterior…
En Cartagena hubo protestas por el cartel [la Virgen de la Caridad tenía la cara de Donald Trump y Jesucristo, la de Hillary Clinton]. El humor como ficción en un lugar concreto es nuestro personal rito dionisíaco que necesita toda sociedad: lo hacían los griegos, los romanos, los mayas, los incas… Para convivir en sociedad, necesitamos reprimir nuestros instintos básicos, por lo que es necesario un espacio para transgredir y desahogarse. Esto ha sucedido desde el teatro griego hasta el carnaval, un rito en el que se invierten todas las relaciones y se disfruta de la carne antes de que sea prohibida durante la Cuaresma.
El Arzobispado de Santiago cargó contra el Concello de A Coruña por “ofender gratuitamente” con un cartel de carnaval donde se caricaturiza al Papa. Recuérdeme en qué año estamos: ¿2017 después de Cristo?
El dibujo es buenísimo y la crítica, alucinante. Esto sucede porque no nos educan. El carnaval forma parte de la tradición cultural europea y, durante su celebración, los de abajo logran ser reyes. Es una manifestación de lo subversivo, pero nos hemos olvidado. Nosotros, en el teatro, hacemos precisamente eso: una catarsis. Sin embargo, hasta los más políticamente incorrectos se sienten avergonzados durante el show porque siempre hay algún chiste que les jode.
Le gustan los clásicos americanos del cartoon. Uno de sus favoritos, el historietista Cliff Sterrett, debutó con Polly and Her Pals en un periódico del ciudadano William Randolph Hearst. Usted comenzó a dibujar en el diario más vendido de España, El País, como antes había hecho en Clarín, el más popular de Argentina.
Siempre he sido autónomo, por lo que vivimos las crisis antes de que éstas se produzcan. Cuando llegué a Barcelona, podía mantenerme porque seguía trabajando para la prensa argentina. En todo caso, como no sé hacer otra cosa, me introduje rápido en el circuito español. Te adaptas a todo, porque quienes trabajan en los medios no son los mejores, sino los que tienen mayor capacidad de adaptación.
¿Madrid o Barcelona?
Me encanta Barcelona, adonde llegué porque El Víbora, Makoki, Tótem y Ajoblanco —o sea, todo— se hacían allí. Para mí, era la cuna de la cultura y de la contracultura, aunque cuando aterricé en 1996 ya no existía ninguna de las cabeceras que me gustaban y sólo se seguía publicando [Ajoblanco y] El Víbora, un manga erótico con el que artísticamente no tengo nada que ver. Ahí me di cuenta del tiempo que tardaban en llegar las revistas españolas a Buenos Aires [risas]. Con el tiempo, empecé a viajar a Madrid —porque el curro estaba aquí— y me enamoré de su cultura. Y a los cinco años me vine definitivamente. Yo soy más de ciudades que de países: me flipa Barcelona y me flipa Madrid. Me encanta el teatro y leer a Marcos Ordóñez y a Jardiel Poncela.
"¿Debe ser gratis la cultura? En absoluto, gratis tiene que ser la educación"
De Barcelona me flipa el Homenaje a Cataluña, de George Orwell, y la revolución cenetista; y de la capital, la historia de la defensa de Madrid y el No pasarán, aunque luego se pasaron medio siglo. Algo épico y muy triste.
Todavía hoy se agita esa pancarta y se corea el lema en las manifestaciones.
Vivimos de la melancolía más absurda. Hoy no tiene tanto sentido llamar a las barricadas como que tu sobrinito hackee el sistema económico. Es mucho más factible y mejor.
¿Tiene menos sentido del humor la izquierda o la derecha?
Es complicado. La derecha es menos neurótica. Ellos plantean mantener los privilegios, lo cual resulta fácil, y te puedes reír o no. En cambio, la izquierda plantea un reparto más justo de la riqueza, lo cual resulta difícil, y ahí empiezan los problemas: ¿cómo hacemos la repartición? Las peleas dentro de la izquierda no son por el qué, sino por el cómo. Hemos heredado lo peor del cristianismo, que es perseguir a los herejes de la izquierda. Nos interesa más señalar quién es un traidor en nuestro terreno que pensar en una propuesta para oponer a una idea de mercado ya instalada.
¿La moralización ya está aquí? ¿Ha venido para quedarse?
Lamentablemente, creo que sí —porque soy pesimista—, pero espero que no. Por una parte, la izquierda tiene un sentimiento de culpa por la Ilustración. Y eso conlleva un problema: el relativismo, que es lo más fascista que hay. Por otra, no comprendemos que si en Europa se defienden los derechos humanos, no es porque seáis unos genios, sino porque fue el continente que más sangre ha vertido en los últimos doscientos años.
¿Mongolexit?
No, bueno... [risas]. Yo sigo defendiendo a Europa, que es como Juego de Tronos: o todos los países se juntan con Khaleesi o se los comen China, Estados Unidos o Rusia. Tras el Brexit, si gana el Frente Nacional en Francia, ¿qué pasa con Europa?
Estará contento con que no haya ultraderecha parlamentaria en España.
Eso hay que agradecérselo al Partido Popular. Te lo juro, y puedes ponerlo en el titular. El PP es el sincretismo entre la ultraderecha y los liberales franquistas. Van ganando los liberales, pero moralmente son del Opus Dei, por lo que tenemos que quitarnos de encima al PP.
Nacho Vigalondo, Guillermo Zapata, Facu Díaz… ¿Quién es nuestro Elvis Christ del humor?
Además de ridículo, a sus chistes se les quitó el contexto. A Vigalondo, por puritanismo [el cineasta tuiteó en 2011: "Ahora que tengo más de cincuenta mil followers y me he tomado cuatro vinos, podré decir mi mensaje: ¡el holocausto fue un montaje!"]. Y a Zapata, para atacarlo políticamente. Por encima, le hicieron una trampa, porque lo pillaron con un tuit anterior al ejercicio de su función pública. Woody Allen hace un chiste parecido en Todo lo demás y, como su origen judío es conocido, nadie sospecha que se trate de un nazi: “Lo escalofriante [de que mataran a seis millones de judíos en el Holocausto] es que los récords están hechos para ser superados”.
"Es ridículo negarle el humor a una parte de la realidad, porque entonces niegas una parte del mundo"
Si conoces a Vigalondo y a Zapata, tampoco deberías sospecharlo. En cuanto a Facu Díaz, dice lo que quiere decir [“Quemar iglesias me parece una barbaridad si no hay nadie dentro”], y yo estoy de acuerdo con él en lo que se refiere al humor.
El mejor humorista, el humorista muerto.
Sí, aunque sea una gran contradicción: todos aplaudimos al payaso cuando ya se ha muerto.
Payaso al que, una vez bajo tierra, todos conocíamos…
Es algo perverso, extensible a atentados, catástrofes y desgracias. Cuando pasa algo muy chungo, enseguida intentamos buscar alguna relación personal con el atentado para sentirnos protagonistas: “Un primo mío tomaba ese tren y se salvó”, “Yo tengo un amigo que trabajaba en las Torres Gemelas”...
Media España estuvo en el mayo del 68 parisino y la otra media, en la Puerta del Sol quincemayista.
Todo dios, claro [risas]. En el fondo, hasta el laicismo de izquierdas tiene demasiado idealizada la muerte, cuando es el fin de las cosas. Es más, la muerte es el fin del ideal.
Vamos, que si Gila resucitase, lo volverían a crucificar. Quien dice Gila, dice…
Sin duda. Hoy nadie critica a Martes y Trece por el chiste de la viuda que dice ante la tumba de su marido: “¿Y ahora quién me pega?". A veces lo pongo con Edu Galán en las charlas de corrección política. Es muy incorrecto y está claro que debemos luchar contra las agresiones machistas, algo terrible en pleno siglo XXI, pero el chiste no es criticado porque “era otra época”, “había un contexto” y hacían humor sobre algo que ellos daban por normal. Ojo, normal entre comillas; el problema es que lo normal no es lo bueno.
Lo más sorprendente fue el revival del difunto Javier Krahe, que fue a juicio por un vídeo [la receta para cocinar un cristo crucificado] grabado en 1977 y emitido en televisión en 2004.
André Breton decía que México es la tierra elegida por el humor negro. Yo agrego que el paraíso previo era España, aunque luego el humor negro fue expulsado. Todas las grandes obras de la literatura castellana son humorísticas y satíricas, de Cervantes a Quevedo. Aquí, el género era un clásico y, en cambio, hoy El lazarillo de Tormes sería prohibido. ¿Por qué ahora le jode tanto a los españoles el humor negro? Porque estamos intoxicados por la incorrección política procedente, al igual que McDonald’s, de Estados Unidos. Lo que pasa es que McDonald’s lo asociamos a la sociedad del consumo, mientras que la corrección política, no. ¡Y vienen juntos!
Meterse con el cristianismo resulta menos peligroso que hacerlo con el islam.
El peligro del relativismo es que no podamos jugar con que apedreen a una mujer. ¿Por qué? “Ah, no, porque es su cultura”. ¡Su puta madre! No hay que ser islamófobo, como la derecha, pero tampoco cristianófobo al tiempo que se toleran los demás credos, como propone la izquierda actual, que a veces también es antisemita. Hay que ser religianófobo, o sea, fóbico a todas las religiones, porque van en contra de los derechos humanos.
“Cada vez que alguien pregunta sobre los límites del humor, muere un dibujante satírico". Los gatitos, bien, gracias.
En la cuenta de Mongolia en Twitter nos hemos hecho eco de unos supuestos animalistas —que se creerán muy progres— que piden que no se insulte a los animales con las expresiones “te comportas como un cerdo", "qué burro eres" o "no seas rata". Eso sólo puede pasar en una izquierda tan burguesa que no ha tenido que matar y a la que le han dado la muerte servida en bandejitas de plástico en los supermercados. Porque mi abuelo, que era un inmigrante pobre de campo, tenía que matar para comer. Él me decía: “Nunca cojas un arma si no vas a disparar, no dispares si no es para matar y no mates si no es por necesidad”. De eso se ha olvidado el animalismo, un fenómeno absolutamente urbano. A ver: ¡el animal no se entera de que le estás llamando cerdo! Ya que hay que gestionar la muerte —porque no hay ningún animal que pueda vivir sin matar—, hagámoslo de manera racional, para no matar a lo loco o para que no sufran.
¿Mongolia mola hasta que se meten conmigo?
Eso nos pasa mucho. Nos han acusado de ser abertzales, de las CUP, de Podemos, de Ciudadanos… Bueno, del PP nunca [risas].
“Quien hoy defiende lo políticamente incorrecto es un facha, un machirulo o un reaccionario”.
La izquierda ha sido muy tonta y la derecha, muy lista. La Guerra Fría la ganó la derecha y no nos damos cuenta de que venimos de ahí y de que supuso la Tercera Guerra Mundial. Tal vez porque en el primer mundo no la han vivido en primera instancia y porque afectó sobre todo a Suramérica, África y Asia. En Argentina, por ejemplo, hubo una guerra contra la llamada subversión, que en realidad era cualquier persona que cuestionase el capitalismo. O sea, no sólo los movimientos revolucionarios, sino también cualquier izquierda intelectual.
La Guerra Fría llevó a la neurosis de Occidente y a una confusión total. Cuando cae el muro de Berlín, como dice Slavoj Žižek, tenemos que replantearnos cómo proponer un modelo alternativo al capitalismo sin perder nuestras libertades individuales, como pasó en la URSS. Al no tener todavía un proyecto, debemos pensar antes que actuar. La derecha supo aprovechar esto muy bien y tiene todas las de ganar, porque en realidad ya ganó [risas]. Como dijo Warren Buffett: “La lucha de clases existe, pero los ricos la vamos ganando”.
La derecha está asumiendo todo el rato discursos de izquierdas para pisar el pensamiento proletario: los antiabortistas se hacen llamar provida y los fachas del Hogar Social Madrid critican la corrección política. O sea, se dedican a confundir y, al igual que durante el nazismo, logran captar al proletario que la izquierda burguesa no ha podido seducir. Entre otras muchas cosas, porque nos distanciamos de ellos al señalarlos por herejías o por palabras. En vez de tender puentes, la izquierda acusa a quien no es de izquierdas. Necesitamos seducir.
¿Un café con Juan Manuel de Prada o con Arcadi Espada?
Me lo tomaría con ambos, aunque no sacaría el tema político: podríamos hablar de los clásicos de la literatura. En realidad, me tomaría un café con cualquier persona, excepto que haya cometido un asesinato. Con Franco, tampoco. Bueno, si yo fuera periodista, sí.
¿Sigue teniendo problemas con Amenábar?
Sí. Comparto la visión crítica de Jordi Costa, más allá de que el cómic era una maldad [risas]. Aunque tenía un sentido: tras sufrirlo en carne propia, el autor acusaba a la pseudoprogresía cultural, muy defendida por los medios, de ser unos nuevos ricos que sentían el mismo desprecio por los machacas del periodismo o de la crítica —o sea, por el trabajador de los medios— que el que podría sentir el dueño de Zara. Amenábar es sólo un signo, porque esto pasó con otras personas en los años noventa. Ha llegado el momento de que la izquierda haga una verdadera crítica al estado del bienestar, porque —aunque benefició a las clases medias en Occidente— fue como la heroína en los setenta y ochenta. Estuvo bien y fue muy placentero, pero también nos convirtió en gilipollas. Tanto, que ahora nos ofenden las palabras porque somos incapaces de asumir la violencia que requiere enfrentarse a enemigos más poderosos que tú. Y no estoy defendiendo el uso de la violencia, aunque ésta pueda ser —por poner un ejemplo— renunciar al consumo. Como yo no lo puedo hacer, antes de renunciar al consumo, prefiero forzar que el otro renuncie a las palabras.
Además de codirigir Mongolia, actuar en el musical y dibujar en El Jueves, también publica libros, aunque me imagino que reciclará lo que ya ha sembrado previamente en revistas.
En España también colaboro con Fotogramas y en Argentina sigo publicando en Viva, el dominical del Clarín. Concretamente, en la página final que antes ocupaban las viñetas de Quino. Luego estoy a full con Mongolia y vendo mi obra gráfica, porque en este oficio hay que pluriemplearse. En cuanto al libro Disparen al humorista, la mayoría de las páginas son inéditas. Había publicado cuarenta, donde figuran las historias más cortas, y el resto lo fui haciendo poco a poco.
Volviendo a lo de antes, la izquierda española tiene otro problema: es hija de los que nacieron en el fascismo y no del exilio que volvió, porque la mayoría se quedó en Francia, México, etcétera. Se nota porque sigue teniendo un desprecio y una sospecha hacia la cultura que son más propios de Franco que de la verdadera izquierda. Cuando Mongolia ha apoyado la bajada del IVA cultural, el mayor troleo procedió de cierta izquierda que se dice revolucionaria y se declara en contra de los derechos de autor: “¡Ya están ahí los burgueses!”. Aunque vete a saber si quien lo decía es de izquierdas en Twitter y luego trabaja en el Santander… Usan una retahíla de frases propias de la derecha: “Sois unos parias que no trabajáis”. ¡Pero qué me estás contando!
Mongolia debería ser gratis y, de paso, también la chaqueta amarilla de Zara.
Cuando me dicen que la cultura debe ser gratis, respondo que gratis tiene que ser la educación. La cultura, en el fondo, forma parte del espectáculo. Despreciamos la frivolidad, cuando es importantísima para el ser humano, pero no significa que sea necesaria. Nadie va a ser mejor por leer mi libro, aunque sí que va a ser peor si no tiene una educación gratuita, universal y de calidad. Si luchamos por liberar los derechos de autor, en vez de defender la educación pública, tenemos un problema.
Se han llevado a Andrés Calamaro y nos han dejado a Ariel Rot.
Me encanta Rot. En Argentina se popularizó un rock stoniano que no se dio en España, hasta que llegaron Tequila y Los Rodríguez. La evolución de ese rolling argentino luego deriva en un pop electrónico, tipo Poncho, que está muy bien. En todo caso, los oyentes de habla hispana somos gilipollas, porque estamos marcando las fronteras todo el rato, cuando la música argentina podría venderse aquí o en México, y viceversa. En cambio, los estadounidenses, británicos, neozelandeses y australianos tienen muy claro que el mercado cultural no es de ellos, sino del inglés.
¿Es calamarista?
Ya lo bailaba con Los Abuelos de la Nada... Soy muy fan de Calamaro, pero también de Ariel Rot y de Alejo Stivel. Ambos venían del exilio. El padrastro de Stivel era Paco Urondo, un gran poeta. Militó, como el escritor Rodolfo Walsh, en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAP) y luego se integró en Montoneros [el primero fue asesinado por la policía; el segundo fue secuestrado ilegalmente por militares y sigue desaparecido]. Es curioso que el grupo de rock que más alababa la fiesta dionisíaca procediese de una historia tan densa y oscura como la desaparición. Por lo tanto, hay que entender que la frivolidad a veces es una necesidad de quien ha profundizado, y no de quien nunca lo ha hecho.
¿Para cuándo el Apocalipsis? ¿Tiene puesta una alarma en el móvil?
Yo soy muy apocalíptico. No me queda otro remedio que ser finisecular [risas]. Es una sensación muy normal cuando finaliza un siglo y comienza otro. Aunque, en realidad, con el fin de siglo no termina todo, sino que simplemente se acaba tu vida. La raza humana se sigue superando, aunque no estoy de acuerdo con los ecologistas cuando…
Tiene que disculparme, pero tengo que ir al baño…
Dale, dale…
[Adanti, con una vejiga a prueba de cervezas —que Dios la conserve—, sigue hablando sobre los juicios del humor con Christian González, el fotógrafo. Bendita grabadora...]
El problema es que la derecha nos persigue ideológicamente, como sucedió con Facu Díaz, aunque luego nuestros lectores también se ofenden con lo que decimos. ¡Pero no se dan cuenta de que nos va ganando la derecha! ¡No puede ser que la izquierda esté más obsesionada con los humoristas que con vencer a la derecha! ¡Así estamos jodidos! La verdadera izquierda del humor no debería ser la que no dice “maricón”, “puta” o “dar por culo”, sino la que empleando esos términos da por hecho que no son peores que “heterosexual”, “patria” y todo lo demás. No puedes negarle el humor a una parte de la realidad, porque entonces niegas una parte del mundo. Además de ridículo, seríamos gilipollas.
También hay detractores del uso de esas palabras que, en un determinado momento y siempre que beneficie a sus intereses, terminan esgrimiéndolas como un arma de doble filo.
Todo este problema es una cuestión de narcisismo. Estamos infectados por el yo. Es un virus que nos ha inoculado la sociedad de mercado global. Ya que no somos capaces de acabar con la globalización, debemos pensar cómo la gestionamos. Pero, en vez de hacerlo, imponemos el yo: “Yo pienso que tú no eres de izquierdas”, “Yo pienso que tú eres machista”, “Yo pienso que tú eres gay” y, así, hasta el infinito. Como decía Enric González, no podemos desinventar lo inventado.
Mongolia, el Musical. Viernes 10 y jueves 30 de marzo. Teatros Luchana (Madrid)
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