'Vermiglio', un cuento de guerra lejos del frente de batalla
La película de Maura Delpero, ganadora del Gran Premio del Jurado en Venecia, es una historia de guerra, que cuenta las consecuencias de ésta en la población que no está en la zona de conflicto. Un relato sobre todo de mujeres y de niños.

Madrid--Actualizado a
Entre la guerra y la paz. Es el lugar físico y emocional en el que se encuentran los que no van a luchar al frente en tiempos de guerra. Son mujeres y hombres que sufren también las consecuencias del conflicto y que se ven obligados a una pausa, esperando a que el mundo normal comience de nuevo. Son los protagonistas de la nueva película de Maura Delpero, Vermiglio, una delicada, bella y sutil historia que se alzó con el Gran Premio del Jurado en Venecia.
Ambientada en el pueblo de los abuelos de la cineasta, en el valle de Val do Sole, entre magníficas montañas, ésta es una película de guerra que deja a la guerra fuera de campo para mostrar sus consecuencias. La historia transcurre en 1944, al final de la Segunda Guerra Mundial y alrededor de una familia numerosa, la del maestro de la aldea. Toda la vida de esta comunidad se altera con la llegada de un soldado desertor.

Un patriarcado dominante, muchos prejuicios, miedo a los extraños, una vida de duro trabajo… pero también sororidad, complicidad entre mujeres y la sensación de que la vida es "ahora en este momento" son las claves de esta película, un cuento de ritmo sosegado, pero violentas emociones.
La historia transcurre a finales de la II Guerra Mundial, ¿ha elegido esta época porque es un momento de transformación?
La inspiración es de ese momento, o sea, es una película que nace de un sentimiento muy relacionado con la muerte de mi padre. Tuve un sueño en el que él me visitaba, pero era un niño de seis años, se parecía mucho a unas fotos que conocía de él. Él estaba muy feliz y estaba jugando en esta casa en la que pasó su infancia con sus hermanos y su hermana, mi tía. Empecé a escribir sobre esos niños jugando y me gustó mucho la idea de escribir de alguien que conocía tan bien en un momento en que no podía conocerlo porque yo ni siquiera había nacido. Había como una cierta intimidad y conocimiento de la materia y, a la vez, una ignorancia total. Por eso decidí que iba a ser una película de ese momento. También, sí, me gustaba mucho este pasaje entre la guerra y la paz, porque ahí podía concentrar la paradoja de la vida.
¿La paradoja de la vida? ¿A qué se refiere?
El mundo encuentra su paz y la familia pierde su paz. Necesitaba ese momento para contar la guerra fuera de campo, pero sintiendo su presencia siempre y mostrar cómo el mundo se abre a la vida, mientras que esta familia se encuentra en la oscuridad. Después, reflexionando sobre el tiempo, me gustaba mucho la idea que fuesen cuatro estaciones, porque en la alta montaña realmente hay una presencia de ellas muy fuerte. Narrativamente, me daba la posibilidad de contar de forma muy elíptica, muy clara visualmente, el paso del tiempo. Iba a contar una historia que dura en el tiempo a través de las panzas que crecen, a través de los cambios de estación, a través de los eventos de la macro historia sin tener que contar muchos pasajes de ella.
También fue un tiempo en que comenzó a cambiar el mundo de las mujeres ¿no?
Sí y eso era muy importante. Reflexionando sobre ese período, sobre todo a través de las investigaciones, de las entrevistas que hice a mis tías y a las mujeres del pueblo del valle, tuve la sensación de que había algo profundamente antiguo, había un deseo de maternidad, un deseo que era común. Y sentí que esas mujeres podían ser un poco nosotras. Antes, ellas tenían este principio de deseo de ser algo, alguien, más allá de la familia, de su pueblo, de la predeterminación familiar, social, de género… He hablado mucho de las mujeres, porque hay algo de mi abuela que está dentro de mí, que influenció toda mi vida.
La película presenta relaciones entre estas mujeres y también otras, muy tóxicas, entre los hombres, pero en el centro de todo hay una familia, ¿por qué?
El padre es un maestro, es un profesor muy bueno, pero luego tiene una relación de dominación en su casa. Me gustaba mucho la idea de contar una familia, porque es un microcosmo, un estudio de la humanidad muy concentrado. El individuo siempre está condicionado por las relaciones que tiene. En esa casa una hija es la mejor estudiante y solo uno puede estudiar en esos tiempos difíciles, de guerra, porque no hay más recursos, y eso va a cambiar su destino. Eso también condiciona el estudio de los otros hermanos, es un mundo que influye muchísimo. Eso me permitía contar la historia en destinos individuales, pero también las interrelaciones. Y lo mismo se repite en la lógica del pueblo, un lugar pequeño que tiene esta cosa de la concentración. Fuera está la guerra, pero dentro está todo lo humano, la vida, la muerte, el deseo… en un espacio de tiempo limitado, que es lo mismo que hace el cine, que en dos horas te pone una vida entera.
¿Este micro universo de la película se pueden leer también como el poder del colectivo para lo bueno y también para lo malo?
Sí, sí, aunque sin juicios, es un paisaje humano donde siempre perdemos y ganamos algo. La idea no es decir que qué bien estábamos todos juntos, porque a veces, también a mí, no nos gustaría nacer en una familia donde no puedo estudiar y los otros sí o en la que se me mueren los hijos porque no hay para darles de comer. Es un mundo muy duro, con poca educación, en una naturaleza hermosa, pero que a la vez es muy dura. Es una historia de un mundo contado en su dureza y en su belleza, que es el de anteayer. No es suficientemente lejos para ser exótico y, en mi opinión, sigue mirándonos, por lo menos yo todavía lo percibo.
La película subraya la manera en que juzgamos a los otros, ¿era importante para ello mostrar las contradicciones que todos tenemos?
Muy importante, por ejemplo, ahí están las contradicciones del maestro, del padre, porque por un lado es este hombre que no entiende la inteligencia emocional de su hijo y no entiende a la hija mediana, pero a la vez es antimilitarista, tiene una idea de lo patriótico no racista, al revés que el resto del pueblo. Obviamente, en ese momento, en Italia había mucho racismo entre el norte y el sur, había mucha ignorancia porque no hablaban el mismo idioma, había dialectos y no se entendían. Entonces era como la amenaza de algo. Por eso las contradicciones son importantes, en la película no hay ni buenos ni malos, hay víctimas de la guerra y todos son muy humanos en sus actitudes, también en sus errores. Y las contradicciones del otro personaje, ese joven siciliano desertor, que no decidió ir a la guerra y que no murió por dos centímetros de una bala. Él llega a un pueblo y la vida es aquí ahora, ni siquiera sabe si podrá volver con su familia, y encuentra a esta chica de la que se enamora. Pero al final de la guerra... Quise contar cómo los eventos de la vida te sorprenden y te dejan sin protección.
¿Era importante contar bien la vida cotidiana de estas personas en ese pequeño pueblo?
Sí, era uno de los desafíos. Desde el principio tuve la necesidad de ir a la montaña, no podía escribir más sin ir allá. Me fui a la casa de mi abuelo y estuve escribiendo. Es un pueblo que se quedó bastante lejos del turismo, donde hay mucha gente todavía que trabaja con los animales y con una agricultura muy poco industrializada. Hice un trabajo medio documental para darme cuenta de que las cosas que se hacían se siguen haciendo igual. Me gustaba trabajar sobre una época que no era tan lejana.
Algunos personajes del pueblo son habitantes reales de allí, ¿cómo fue el trabajo con actores profesionales al lado de actores naturales?
La intención era justamente esa, que fuese algo único. Son los actores profesionales los que tienen que acercarse a los actores naturales, ellos, que tienen técnicas, son los que tienen que imitarlos. Lo contrario hubiera dado un tono distinto a la película. Quería lograr la representación de un mundo que no está sometido a la influencia de la televisión o de las pantallas. Y los niños no tenían ningún tipo de fascinación con la cámara, y para que se sintieran como una familia pasaron mucho tiempo juntos.
Ahora que menciona a los niños, en la película los adultos hablan muy poco y los niños, mucho, y además son los que hacen las preguntas, ¿por qué?
Quería que fuese como un coro griego, que fuese un mundo que se contara solo, sobre todo en la noche, que es el lugar de los comentarios de los niños, porque ellos tienen una mirada que a mí me gusta, porque es a la vez dulce e irreverente. Los niños son los que dicen las cosas que nosotros no decimos porque no se puede, no tienen filtro y van derechos al grano. Preguntan lo que todos queremos saber, pero no preguntaríamos. También le quitaban solemnidad a la película con su frescura.
Esta película es una historia de guerra contada desde el punto de vista de una mujer, muestra lo que habitualmente no se enseña, ¿cuánto necesitamos esta mirada en el arte y la cultura?
Yo creo que hay que cambiar los números, hay que cambiar esta cosa absurda de la exclusión programática. Espero realmente que mi nieta ni se dé cuenta de que esto ha ocurrido, y no creo que solo una cuestión de género. Tampoco vemos mucho el punto de vista de los pobres, de las personas que no son blancas, que no son heterosexuales… Este es el siguiente reto del cine. El cine siempre lo ha hecho un porcentaje de población muy pequeña y siempre el mismo. Hace falta otra cosa, obviamente. Esta película cuenta la guerra, pero desde una cocina, hay una guerra cotidiana que se contó muy poco. Son también los libros de Historia, que se escribieron desde un solo punto de vista, y cuentan las batallas de los grandes héroes, pero no cuenta nada a través de las mujeres que hicieron la guerra. Es también una toma de conciencia de toda la sociedad de que hubo una disparidad muy grande, que hubo una exclusión casi tragicómica.
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