Este artículo se publicó hace 16 años.
La brujería invoca a los místicos y pícaros
Rafael Álvarez, ‘El Brujo', interpreta este fin de semana en Almagro una obra que reúne al Lazarillo, Don Pablos, Santa Teresa y San Juan
Calentito, calentito. Así llega Rafael Álvarez, El Brujo al encuentro con Público horas antes de estreno en el Festival de Almagro (Ciudad Real) de su nueva obra, De místicos y pícaros. El actor tiene una lesión en su ojo derecho y no suelta ni por un minuto sus gafas de sol. Es posible que su vista no atraviese por sus mejores momentos, pero no ocurre lo mismo con la lengua. Viperina, feroz y engatusadora. Esta dispuesto a explayarse. A cantar sobre el peso cada vez mayor de las instituciones públicas en el mundo de la cultura. Es el cóctel brujo en estado puro.
Además, en esta ocasión, este cordobés (1951) viene bien acompañado para enfrentarse al combate dialéctico. Por supuesto, para este montaje no ha soltado a su Sancho Panza particular, a su personaje fetiche: El Lazarillo de Tormes, a quien lleva dando vida 18 años, y del que no tiene previsto desprenderse en mucho tiempo. "Desde que empecé con él en 1992 pensé que me gustaría hacer el Lazarillo hasta los 80 años. Nos unen muchas cosas, ya que gracias a él, me compré mi primera casa y me di cuenta también de la picaresca de las instituciones", cuenta con una sonrisa para explicar su peculiar relación con este pícaro del XVI. Primer sablazo en el rostro.
Al Lazarillo le acompañan en el escenario el otro gran pícaro de la literatura, el buscón don Pablos, creado por Quevedo, y los místicos Santa Teresa de Jesús (con el texto Vivo sin vivir en mí) y San Juan de la Cruz (Noche oscura del alma). Todos interpretados por El Brujo, que destaca cómo se ha fajado bien con estos dos últimos, ya que representan mejor que ninguno la feminidad: "Los versos de ella son de una sensualidad tremenda, hace a Dios su amante. Ella es la fogosidad y Dios su prisionero. Por su parte, en San Juan la amante es la oscuridad, que simboliza todo lo femenino: el útero, la humedad, el romanticismo, el misterio...".
La aparición del ‘píjaro'
A todos estos pícaros y místicos, el actor les pone nombres y apellidos. Porque, para él, esos personajes del Siglo de Oro no nos quedan tan lejos. "Los lazarillos que le roban la longaniza al ciego son los negros que llegan en patera y tienen que vender lo que sea, y los místicos son toda esa gente que es capaz de pasar por encima de todas las miserias del mundo, admirar la belleza y quedarse con ella. Creo que en el mundo artístico hay muchos místicos. Artistas y poetas, sobre todo, que hacen cosas preciosas y de las que no nos enteramos", señala. Segundo machetazo.
El tercero llega cuando hace alusión al palabro que ha creado para esta obra: el píjaro, un híbrido entre el pícaro y el pijo. Un tipo que, según El Brujo, tiene móvil, habla con el o sea, pero luego tiene la misma habilidad del pícaro "para trincar los presupuestos de la Corte. Y de estos hay muchos en el Ministerio de Cultura", añade.
El teatro hace aguas
Ataque a la solemnidad, a esa lámina biempensante que ha acabado por arramblar con los estamentos públicos y con los que, desde luego, el actor no se siente nada cómodo. De repente, el combate ha entrado en su parte más crítica y El Brujo mueve bien la espada. Sangre a borbotones. "El teatro público ahora tiene un problema y es que yo creo que ha sucumbido a la banalidad mediática. Por ejemplo, no puedo entender que se contrate a Mario Vargas Llosa para una obra", apuntilla.
Él reconoce que, a pesar de todo, en los últimos tiempos no le va del todo mal. Este verano su obra recorrerá los festivales más importantes del territorio español. Y en septiembre recalará en el Infanta Isabel de Madrid, una plaza "donde he vuelto a encontrar sitio en los últimos tres años". Allí volverá a subirse al escenario. A enfrentarse cara al público, solo, sin más atuendo que su cuerpo y los versos. Su momento de éxtasis teatral. "Desde que vi a Vittorio Gassmann decidí que haría algo como él. Hacía un teatro festivo, desorbitado, histriónico", recuerda El Brujo, que, reconoce en el teatro su punto místico. "Es un lugar donde se pueden producir momentos de gran concentración", remacha.
El Brujo, como buen manipulador (él diría conductor), sabe que ha ganado el combate. La pócima, otra vez, volvió a funcionar.
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