Este artículo se publicó hace 7 años.
Aquel mundo en el que no todos podíamos hacer de fotógrafos
Viaje a la fotografía artesanal de la mano de Javier Gálvez, que estuvo 50 años en un oficio que entonces no tenía el descorazonador paro de ahora. "Había trabajo para todo aquel que supiese y estuviese dispuesto a sacrificarse".
Madrid-
Hay profesiones en las que la nostalgia es un placer, capaz de retroceder en este caso hasta 1958. "Yo tenía 14 años y empezaba a trabajar con mi tío, que era fotoperiodista. Fui para aprender y me podrían dar un sueldo que entonces no superaría las 500 pesetas", explica Javier Gálvez, que hoy, a los 72 años, después de dos infartos, ya está jubilado.
A sus espaldas, sin embargo, quedan 50 años de fotografía que retroceden a un mundo distinto. "Era muy artesanal. Ponías el diafragma y la velocidad a ojo. Tenías que hacer una foto que era la foto, la definitiva que luego veías cuando rebelabas el negativo y positivabas la copia... No podías tirar mil copias como ahora. Pero, por contra, recuerdo que era un mundo en el que no existía paro. Había trabajo para todo el que quería y deseaba aprender el oficio". Porque entonces la razón de ser estaba en la calle y en su sacrificio, desconocedor de que algún día existirían las redes sociales.
"Yo pasaba todo el día en la calle tirando fotos. Al final del día iba por todos los periódicos de Madrid, Pueblo, Informaciones, El Alcázar..., donde llegaba, dejaba las fotos al conserje que subía las fotos a redacción y allí decidían con cuáles se quedaban y cuáles no. Al día siguiente, comprábamos los periódicos y veíamos las fotos publicadas. Y a final de mes se hacía una factura con los recortes de los propios periódicos", recuerda Javier Gálvez, que también memoriza que entonces se pagaba "a 25 pesetas la fotografía publicada".
Y en su vida ocurrieron cosas como aquel día en la calle Princesa en la que coincidió con una procesión, la del Buen Suceso, que, en principio, sólo le llevó a tirar una fotografía mas. "Pero lo que no podía imaginar de ningún modo es que al día siguiente esa misma fotografía iba a ser portada del ABC. En el momento que la vi me quería morir. No imaginaba que yo pudiese llegar hasta ahí".
Quizás por eso hoy la nostalgia debería ser invencible. Máxime porque los recuerdos ya apenas se guardan en papel. Las cámaras de los teléfonos móviles han convertido a cualquier humano del siglo XXI en un documentalista en potencia y ya no se sabe si sería posible repetir el ejemplo de Javier Gálvez en los años sesenta.
"A mí mismo ya no me hace falta una cámara", admite. "Es suficiente con la que llevo en el móvil que tiene calidad más que suficiente con 12 megapixeles". Pero el problema es que el oficio se ha convertido en una fábrica de parados con un porcentaje que roza el 30% y que sería mayor si no fuese por los medios extranjeros. "En mi época no existía el paro", vuelve a insistir Gálvez.
"Si realmente tenías ganas de trabajar sabías que no te iba a faltar trabajo. Podía ser más o menos duro. Podías tener más o menos incertidumbre. Te podía doler la espalda de cargar con aquellos equipos en los que llevabas las máquinas, el flash, el laboratorio para revelar... Pero sabías que había una profesión que estaba ahí esperándote cada día y que a mí no me trató mal. Pude trabajar para un solo medio y fui bien pagado".
En realidad, el de Javier Gálvez fue un caso capital. Un fotógrafo que fue uno de los fundadores del As en 1967 y que entró por primera vez en la nómina del periódico en 1973. Un hombre que recorrió medio mundo y que empezó con una vieja cámara Rolleiflex "que hoy está aparcada en alguna estantería" de su casa.
Una prueba de lo que era antes el oficio. "Los periódicos no se entendían sin nosotros y nosotros nos la jugábamos con los tiempos. Me cayeron multas, me cayeron accidentes y todavía no sé por qué no perdí la vida en alguna carretera. Pero algo, que ahora ves que no tiene sentido, entonces ni te lo planteabas. Sólo pensabas en llegar y en llegar a cualquier precio aunque el combate de Urtain terminase en el Palacio de los Deportes a la una de la mañana".
La artesanía peleaba entonces frente a la incertidumbre. "Pero entonces tenía que ser así. Supongo que si volviese ahora a la profesión, con las cámaras digitales, mi trabajo perdería misterio. Pero entonces hasta que no hacías el revelado no sabías si habías hecho la foto de tu vida".
"Yo recuerdo aquella famosa fotografía que hice en el año 76 tras un Madrid-Bayern, la del 'loco del Bernabéu' en la que capté el mismo momento en el que ese aficionado, que asaltó el campo, le pegó un puñetazo al árbitro. Pero yo ni lo sabía hasta que un compañero en el laboratorio me llama gritándome, ' ¿ has visto la foto que has hecho?' y efectivamente la había logrado", recuerda Gálvez, que retrocede a otra época en la que él "entraba como si tal cosa en el despacho de Bernabéu en el Real Madrid.
Porque entonces bastaba con saludar a los empleados. No tenías que pedir permiso a nadie". Hasta vivió a pie de campo una final de Copa de Europa sin acreditación. "Fue en Wembley cuando jugó el Panathinaikos que entrenaba Puskas. Me metió al autobus, me cogió por el brazo y me hizo pasar como si fuese un futbolista más del equipo. Hoy no se concebiría"."Pero ya no se trata de que lo eche de menos. Me basta con recordar y entender que fui un privilegiado por vivir lo que viví y como lo viví", insiste sin necesidad de más preguntas.
"Yo me dediqué con un redactor del periódico a hacer reportajes por el mundo en los que llegamos a entrar en las mismas casas de leyendas como Jesse Owens, Garrincha, Bob Beamon, hasta fuimos los primeros en llegar a Magic Johnson en Los Ángeles a los pocos días de anunciar que tenía Sida. Y entonces no había que pedir autorización a ningún gabinete de prensa. Vivíamos de nuestra intuición. Se podía vivir de ella y de lo que nos ayudaban los taxistas. Pero, eso sí, nos pegábamos unas esperas que no se me olvidarán jamás y que aceptabas porque tu vida estaba en la calle. No importaba que lloviese o nevase. Tenías que estar ahí sí o sí. No había las posibilidades de ahora. No podías renunciar a tu medio de vida".
Fue el oficio, en realidad. Otro oficio que tantas veces se resumió a todo o nada. "La tecnología no podía hacer por ti lo que hace ahora". Gálvez llegó a revelar fotografías "en los baños de los aviones, en cafeterías y hasta transmitirlas en casas de gentes de otros países a las que no conocía de nada. Pero ante la necesidad uno se atreve a pedir lo que sea y hasta se olvida de lo más importante y luego, pasados los años, cuando haces balance, te preguntas '¿por qué?' Yo no pude ir al entierro de mi suegro porque estaba en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 o el día que se mató en un accidente mi sobrina, que acababa de rodar 'Historias del Kronen' y que tenía un futuro enorme... Lo recuerdo como si fuese hoy, la llamada de mi hermano, pero hasta que no terminó el partido en el que estaba, Madrid-Valencia, no pude ir al hospital a dar un abrazo a la familia... Pero éramos así y lo que no sé es si ahora, en este mismo oficio, tendría que ser así. Creo que no, pero...."
Sin embargo, la respuesta ya es imposible en una vida como ésta, gobernada por la tecnología y en la que el oficio de fotógrafo cruza el 30% de paro, según un estudio del INE (Instituto Nacional de Estadística) a la vez que recuerda que los fotógrafos ya no son imprescindibles.
Cualquiera puede hacer de fotógrafo como explica Javier Gálvez cada vez que saca el teléfono móvil del bolsillo. "Otra cosa es que uno tenga esa intuición para captar el momento: el buen fotógrafo se distingue rápido", sentencia.
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