Este artículo se publicó hace 15 años.
Una noche con el guerrero del arco iris
'Público' prueba la experiencia de la convivencia en el Rainbow Warrior
Liz Cronin, británica de 26 años, lee una edición de Guerrillas, de Jon Lee Anderson. Son las 2.37 de la madrugada. No hay luna, ni ruidos. Sólo el zumbido acoplado de unos generadores que riegan de luz la cubierta del barco. Liz, entre página y página, desde el puente, vigila que todo esté en orden, y cada hora hace una ronda. Es voluntaria, pero tiene guardia hasta las cuatro de la mañana. El barco duerme, acunado por las aguas del Guadalquivir. Sus maderas crujen a modo de quejido sigiloso.
Es el Rainbow Warrior, el guerrero del arco iris, el barco de Greenpeace heredero del mítico navío del mismo nombre que fue hundido por los servicios secretos franceses en 1985, cuando se dirigía a protestar contra los ensayos nucleares de Francia en Mururoa. Ha sobrevivido a multitud de asaltos en su travesía y sigue, pese a los negacionistas del cambio climático, viento en popa a toda vela. Público se embarcó en Sevilla 24 horas antes de su partida a Barcelona, otra escala en su gira por la península para conmemorar el 25 aniversario de la organización ecologista en España.
Es el heredero del barco hundido por protestar contra las pruebas nuclearesAmanece pronto y la tripulación 15 personas más otros tantos voluntarios, entre los que hay el mismo número de hombres y mujeres comienza sus tareas tras un desayuno rápido a las 7.30. Lesley Simkiss friega arrodillada el suelo de uno de los tres baños. Australiana, enfermera y con 62 años, es la mayor en el buque el menor, un noruego, tiene 21 años.
Simkiss lleva nueve años en el barco. Tiene dos hijos ya mayores. Es difícil compaginar la maternidad con este trabajo. La tripulación, con formación marina y medioambiental, está contratada por la ONG. "Me encantan los niños, pero no he podido tenerlos por estar aquí, los hombres lo tienen más fácil", cuenta la contramaestre Penny Gardner, británica de 45 años. También lleva nueve en el Rainbow.
Los marineros permanecen tres meses a bordo y tres de vacaciones. "Y así sucesivamente", explica el catalán Fernando Romo, segundo oficial, en una biblioteca dedicada al medio ambiente donde no faltan Stephen King o Isabel Allende.
La hora de comerEstá de gira por el 25 aniversario de Greenpeace en EspañaFernando, que lleva un año y medio, no echa de menos a la familia porque en el barco, que dispone de portátiles con conexión Wi-Fi, envía "más correos que nunca". Alguien sopla que hay algo más: "Una novia a bordo". Rommy, el cocinero, prepara mientras tanto la comida. "La mayoría son vegetarianos y hay tres veganos; tenemos congeladores, pero la fruta y la verdura las compramos donde recalamos", explica.
No suelen pasar grandes temporadas sin pisar tierra. "Comemos mucho arroz porque Rommy es filipino", bromea Fernando. El almuerzo comienza a las 12; la cena, a las 6. Y a partir de esa hora, tiempo libre.
Junto al timón, el surafricano Mike Fincken, que lleva 13 de sus 42 años capitaneando el Rainbow, dice orgulloso que lo mejor es la gente. ¿Y lo peor? "Los destrozos medioambientales". Y para eso siguen navegando. Guerrilleros pero pacíficos. Nada que ver con los de Jon Lee Anderson.
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