Un grandioso y misterioso templo alberga la verdad suprema. Es la tesis que defienden Javier Tejada y EugeneChudnovsky, físicos de primera línea, y Eduardo Punset, mediático comunicadorcientífico, en el libro El templo de la ciencia. Los científicos y sus creencias (Destino), donde
se declaran fervientes veneradores de un único Dios, el de la verdad científica, que se cobija en ese templo.
Los tres autores, que han debatido durante años sobre la divulgación científica, han encontrado en las metáforas la mejor manera de traducir el lenguaje de la ciencia, que no es otro que las matemáticas.
En esa clave lingüística, el Templo de la Ciencia está compuesto por distintas alas, que se corresponden con cada apartado de la ciencia. Cada ala tiene diferentes salas y cada una de éstas se comunica por pasillos.Al principio, el ser humano sólo conocía unos pocos muros del Templo.
“Ahora”, comenta Tejada, “no conocemos mucho más, tan solo una parte minúscula”. Los científicos son los exploradores de esa compleja edificación cuyo diseño arquitectónico todavía no conocemos. “El día que lo descubramos, el éxtasis será absoluto”, comenta Javier Tejada.
El discurso de este catedrático de física de la Universitat de Barcelona y doctor Honoris Causa por la City University de Nueva York, podría parecer pesimista: “Estamos al comienzo de la investigación científica”, reconoce. “Estamos descubriendo continuamente espacios inexplorados, como el alpinista que, cuando cree haber alcanzado una cumbre, ve un pico todavía más alto en el horizonte. Pero esto no quieredecir que seamos pesimistas, al contrario, esto debe servirnos de motivación”.
El científico se crece ante los retos. Es duro dar con un concepto, un teorema o una clave que abra una puerta del templo y, al hacerlo, encontrarse con una nueva sala del conocimiento. “Eso les pasa a los que llamamos grandes maestros”, explica Tejada. “Niels Bohr, al introducir la idea del átomo, dio un paso importantísimo en la evolución científica, pero dentro del Templo no fue más que comunicar su sala con la de la química, en la que se encontraba otro gran maestro, Mendeleiev”.
Y es que elTemplo de la Ciencia se está reordenando continuamente, con cada descubrimiento.
Cualquier concepto es susceptible de enriquecer el Templo. Tejada pone un ejemplo claro: “Esa fuerza horizontal que sentimos al asomarnos al borde de un precipicio no pertenece a la sala de la física, desde luego”, dice, “pero sí podría ubicarse en otra sala, aún desconocida, como la del cerebro o la de la complejidad...”
El poder está en el Templo
Fieles al estilo metafórico, los escritores consideran que tres tipos de personas pululan por el Templo. Los exploradores, es decir, quienes lo investigan; los que entran y salen para transmitir lo que les enseñan dentro; y los que buscan la plusvalía tecnológica.
“Estos últimos son los empresarios o industriales”, aclara Tejada. “Han entendido que en el Templo está el poder: entran con dinero y salen, por ejemplo, con un transistor, con un rayo láser... o con una bomba atómica”.
¡Peligro! Ahí nos topamos con uno de los grandes riesgos tradicionales de la ciencia. “El binomio ciencia-tecnología”, leemos en el prefacio del libro, “además de generar poder y grandes beneficios a la Humanidad, conlleva una amenaza de futuro por varios motivos: la contaminación ambiental, el cambio climático, la fabricación de armas de destrucción masiva, el consumo y desgaste de las fuentes de energía”...
La divulgación
Para paliar muchos de estos efectos desastrosos, la divulgación es esencial. “Es el reflejo de la irrupción del conocimiento científico en la cultura popular. La antítesis eran los sacrificios humanos para calmar la ira de los dioses”, declara Eduardo Punset.
El escritor lo tiene claro: “La confusión entre divulgación –la comprensión pública de la ciencia, como me gusta a mi llamarla– y la vulgarización no ha sido ni de lejos la mitad de nefasta que la profusión y aplicación del conocimiento no científico”.
En este sentido, el de la transmisión del saber científico, una de las cosas que tienen clara los tres autores es que su libro no tiene miramientos por la edad de los lectores: “Queríamos que fuera de lectura fácil, tanto para los jóvenes como para los mayores”, explica Javier Tejada.
“Igual que uno que va a un país del que no conoce el idioma se busca a alguien que le traduzca, el libro traduce el lenguaje matemático para que lo entienda todo el mundo”. Eugene Chudnovsky no puede ser más
claro al indicar el objetivo último del libro: “La ciencia es la única verdad de Dios”.
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