Este artículo se publicó hace 15 años.
Dos décadas de buenas intenciones pero ningún compromiso
Las cumbres del clima se han caracterizado por pactos que no incluyen obligaciones vinculantes
Blanca Salvatierra
Tras 20 años de negociación, nadie esperaba un compromiso vinculante en Copenhague. Sin embargo, ante la situación crítica para el planeta y un protocolo de Kioto que finaliza en 2012, se había generado cierta confianza. La primera cumbre del clima tuvo lugar en Río de Janeiro en 1992, aunque dos años antes el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de la ONU ya había alertado del aumento de las temperaturas. Desde entonces, el único hecho firme es que los países ricos pretenden postergar de manera casi indefinida la firma de un compromiso, disfrazando sus emisiones con diferentes fechas y apostando por una financiación que no se concreta.
El gran avance llegó en 1997 con Kioto, que fijó los primeros objetivos de reducción de emisiones para los países industrializados entre 2008 y 2012, un 5,2% con respecto a 1990, año del primer informe del IPCC. Aunque lo suscribieron la mayoría de países desarrollados, quedaba pendiente ratificar cómo se llevarían a cabo los acuerdos logrados. Seguiría entonces un calendario de desencuentros que no encontró fin hasta 2005, cuando lo ratificaron los países responsables del 55% de las emisiones globales. EEUU aún no lo ha ratificado y Australia lo hizo con 10 años de retraso.
EEUU no ratificó Kioto y Australia lo hizo con 10 años de retraso
Cambio de papeles
Los países en desarrollo adquirieron compromisos en Kioto, pero no objetivos obligatorios. Los industrializados quedaban obligados a contribuir con ayuda financiera y tecnología al cumplimiento de los compromisos de los primeros. El problema es que, doce años después, la división de países que se realizó no tiene validez. Algunos de los que no fueron considerados países industrializados ya lo son, y no existe obligación para ellos.
Copenhague tenía que lograr un nuevo acuerdo más allá de Kioto que englobase a todos los países, incluyendo a EEUU, China o India. Los preliminares de la cumbre, que se iniciaron en la Conferencia del Clima de Bali hace dos años, no ayudaron a definir una estrategia clara y común. El objetivo era un acuerdo ambicioso, pero el resultado fue de mínimos. Pretendía centrar las bases de la negociación del futuro régimen de emisiones, estableciendo una reducción del 25% al 40%. China no aceptó reducirlas, pero sí limitarlas si a cambio recibía ayudas económicas. Y esa situación se reproduciría en la Conferencia de Poznan un año más tarde. Mientras tanto, los países industrializados se negaron a definir las fórmulas para aumentar las ayudas a los países en desarrollo si estos se negaban a adquirir obligaciones, una situación que se ha repetido en Copenhague.
Las cumbres de Poznan y Bali postergaron el acuerdo
Poznan se cerró igual que Bali, dejando para Copenhague los compromisos firmes. La crisis financiera y la ausencia del presidente de EEUU, Barack Obama, fueron considerados en su día como el principal impedimento para avanzar. La delegación oficial de EEUU, la que tenía voto, seguía encabezada por negociadores designados por George Bush. Como se pondría de manifiesto más adelante en Copenhague, los problemas entre EEUU, China, India (que acudieron a la cumbre con sus propios planes nacionales) y la UE eran más profundos.
En este periodo, en todo caso, la lucha contra el calentamiento ha recibido dos fuertes espaldarazos en forma de premio Nobel de la Paz. El primero fue el otorgado, en 2007, al IPCC y Al Gore y, el segundo, el recibido por Barack Obama hace unas semanas por, entre otra razones, "fomentar la lucha contra el cambio climático".
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