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El pasado mes de junio, las Academias Nacionales de Estados Unidos de Ciencias, Ingeniería y Medicina (NAS) publicaron un informe que analiza el acoso sexual que sufren las mujeres que estudian o trabajan en el ámbito científico. Según los resultados, más del 50% del profesorado femenino en ciencias, ingeniería y medicina ha sufrido acoso sexual o laboral.
Para Julie Libarkin, científica del Departamento de Ciencias de la Tierra y del Medio Ambiente de la Universidad Estatal de Michigan, las cifras son muy relevantes, pero cuando se trata de pasar a la acción y denunciar a los agresores no solo basta con conocer los porcentajes.
Por eso, poco antes de que la llama del #MeToo prendiera en Hollywood, creó una base de datos de acceso abierto sobre el comportamiento sexual inadecuado en el ámbito académico. Nombres, apellidos, cargos, instituciones y un enlace para que el usuario pueda verificar los hechos. Su documento, que empezó con una docena de casos, ya suma más de 700.
“Para que un caso aparezca en la base de datos debe ser información pública que previamente ha sido publicada en los medios de comunicación o en documentos legales, y debe haber evidencias que lo prueben”, declara a Sinc Libarkin.
Por ejemplo, tiene que constar en los informes públicos del Título IX, la ley federal estadounidense que establece la protección a estudiantes víctimas de acoso, hostigamiento sexual y agresión sexual dentro o fuera del campus, en cualquier actividad académica, educativa, extracurricular y atlética avalada por la institución. “Si algún caso es revocado o si se produce una absolución legal, se retira inmediatamente”, añade.
La idea de crear la plataforma surgió a partir de una experiencia personal. En una fiesta de jubilación en el campus donde trabaja, un profesor emérito la acosó físicamente. Aunque la ley falló a favor de la científica, en el trabajo todo se mantuvo como si nada hubiese ocurrido.
“Mi acosador tiene una silla con su nombre en mi departamento y tener que ver u oír su nombre es traumático. Mis compañeros no entienden exactamente cuánto tiempo y energía he tenido que dedicar para superar lo que pasó y no parecen estar preocupados porque pesan más los logros académicos”, cuenta la investigadora.
“Uno de los mayores problemas con la mala conducta sexual es que no hay manera de saber si alguien pasó por eso antes que tú”, sostiene. “Por eso publiqué la base de datos como una fuente de acceso abierto”.
El movimiento #METOO llega a la ciencia
Con el mismo objetivo –que las historias personales no se pierdan en un mar de cifras– Libarkin creó también en 2018 la estructura de la web de la campaña #MeTooSTEM, fundada por Beth Anne McLaughling, profesora de neurología en la Universidad de Vanderbilt.
“El objetivo de este sitio es que sea más difícil para las personas en el poder, las sociedades científicas, los compañeros y los becarios vernos como simples números durante este período crítico para las mujeres en STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés)”, se lee en la plataforma al acceder.
Se trata de un espacio para que las mujeres compartan su historia de acoso en primera persona. Una red de apoyo en la que las usuarias pueden hablar de su experiencia pero no pueden mencionar a otras personas o instituciones para evitar que se hagan acusaciones infundadas.
Fuera de la página web, el #MeTooSTEM sí ha alzado la voz para pedir responsabilidades, siguiendo la estela del movimiento que le da nombre. En los últimos meses, consiguió que la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia no conceda honores a los hombres declarados culpables de conducta sexual inapropiada. También logró organizar bajo su hashtag a miles de científicos para que los Institutos Nacionales de Salud dejaran de financiar a personas culpables de agresión sexual o conducta sexual inapropiada.
Por llevar el #MeToo a las instituciones STEM, por dar voz y fuerza a las mujeres y ayudar a las organizaciones a actuar contra el acoso, McLaughlin recibió en 2018 el Premio Desobediencia 2018 del MIT Media Lab, un centro de investigación interdisciplinar dentro del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
La investigadora comparte el galardón con Tarana Burke, fundadora del movimiento #MeToo, y la científica Sherry Marts, que ayuda a las organizaciones académicas y sin fines de lucro a ser más justas e inclusivas.
"El movimiento #MeToo representa un cambio radical en la cultura estadounidense, en nuestras instituciones, en todos los ámbitos profesionales, académicos y políticos. Estas tres mujeres están en primera línea de este movimiento, y su negativa a retroceder o a ser silenciadas es lo que seguirá impulsando el movimiento hacia adelante frente a todo tipo de oposición. Tenemos que apoyar ese tipo de heroísmo", afirmó Joi Ito, director del Media Lab y cofundador del premio.
El #MeTooSTEM también ha sido reconocido como uno de los hitos del ámbito científico más importantes de 2018 por la revista Science. Según la publicación, “el acoso sexual en el ámbito científico ha sido poco denunciado y, en gran medida, ignorado. Pero este año ha habido señales de cambio”. McLaughling ha sido una de las figuras determinantes al presionar a las instituciones para que impulsen políticas contra el sexismo.
La misma revista Science relata cómo la neurocientífica comienza sus charlas en público con 46 segundos de silencio, uno por cada año que los institutos Nacionales de Salud (NIH) han financiado a científicos y médicos sin comprobar si han violado el Título IX –el estatuto que prohíbe el acoso sexual a los estudiantes–. Con ese silencio, McLaughling quiere "honrar a los cientos de mujeres expulsadas de nuestros campus".
No son casos aislados
Mientras que la base de datos de Libarkin y el movimiento #MeTooSTEM liderado por McLaughling han logrado personalizar las experiencias de acoso y agresión en el ámbito académico, nuevos estudios revelan la magnitud del problema y demuestran que no son casos aislados.
Según el citado informe de las Academias Nacionales de Estados Unidos de Ciencias, Ingeniería y Medicina (NAS), entre el 20% y el 50% de las estudiantes, un porcentaje que varía dependiendo del curso y la rama científica a la que pertenecen, ha sido víctima de violencia sexista tanto verbal como no verbal –como el desprecio o la venganza–.
“La investigación demuestra cuán común y significativo es el problema del acoso sexual en la educación superior”, declara a Sinc Franzier Benya, encargada del Comité de Mujeres en Ciencia, Ingeniería y Medicina, División de Políticas y Asuntos Globales de NAS y una de las participantes en la investigación. “En concreto, revela que el acoso de género (comportamientos que transmiten hostilidad, objetivación, exclusión o estatus de segunda clase) es el tipo más común de acoso sexual”, añade.
Estos datos, basados en centenares de entrevistas, encuestas, estadísticas e informes recogidos durante más de dos décadas, demuestran que los empleados de instituciones académicas tienen la segunda tasa más alta de acoso sexual en Estados Unidos solo por detrás de los militares.
“Las áreas en las que predominan los hombres –en las que el número de hombres supera al de mujeres, en las que el liderazgo está dominado por los hombres o en los que los empleos u ocupaciones se consideran atípicos para las mujeres– tienen más incidentes de acoso sexual”, afirma la investigadora.
“La investigación también indica que en los entornos de trabajo jerárquicos, como el militar y el académico, donde existe una gran diferencia de poder entre los empleados y donde no se cuestiona a los altos cargos, tienden a tener tasas más altas de acoso sexual”, añade.
Según Benya, esto influye en el número de mujeres que se deciden por una carrera científica. “Cuando los estudiantes experimentan acoso sexual, hay mayor ausentismo escolar, abandono de clases, calificaciones más bajas y mayor tasa de abandono”, sostiene. Un aspecto aún más relevante si se tiene en cuenta que la ausencia de investigadoras repercute sobre la calidad de la ciencia, como se describía en un estudio publicado en 2017 Nature Human Behaviour.
Aunque el informe concluye con una serie de recomendaciones para hacer frente a este problema sistémico, algunos científicos han subrayado que la propia NAS debería empezar la oleada de cambios desde dentro. Tras analizar la base de datos de Libarkin, el periódico The Washington Post reveló que cinco hombres sancionados por acoso sexual siguen siendo miembros de las Academias y tres de ellos investigan con financiación pública.
En las universidades españolas
El acoso sexual es un problema transversal que afecta a instituciones de todo el planeta. En España, cuatro investigadoras de las universidades de Barcelona, Girona y Rovira i Virgili publicaron en 2017 el primer estudio sobre violencia de género en las universidades. Sus resultados revelan que el 62% del alumnado ha padecido o conoce a alguien que ha sufrido violencia de género en la universidad.
“Esta lacra se conocía, pero nadie se atrevía a hacer públicos estos datos y enfrentarse a ello”, afirma Rosa Valls, profesora de Pedagogía Social de la Universidad de Barcelona y una de las autoras del estudio, que precisa que se trata de un secreto a voces que se ha normalizado durante años.
Según el trabajo, en la gran mayoría de los casos reconocidos por los estudiantes entrevistados, la víctima era una estudiante mujer (92%). En cuanto a los agresores, el perfil más común fue el de un hombre (84%) y estudiante (65%). El 25% de las personas que fueron testigos de la violencia contra una mujer declararon que el agresor había sido un profesor.
Frente a esto, algunas universidades han dado el paso para analizar la situación de su centro y tomar medidas en consecuencia. El pasado mes de noviembre, la Universidad de Vigo presentó un informe en el que se evalúa la situación del acoso sexual y por razón de sexo en la institución. Entre las conclusiones principales del trabajo –en el que han participado 1.106 estudiantes, 185 docentes e investigadores y 154 integrantes del personal administrativo–, destaca que el 25% de las mujeres creen “bastante probable” sufrir acoso sexual.
Ese mismo mes, la Universidad Complutense de Madrid (UCM) publicó el primer informe sobre acoso sexual en el centro basado en una encuesta de 21.000 personas. De ellas, el 8% de las mujeres aseguraron haber sufrido acoso sexual dentro del campus. En la mayoría de los casos, las personas encuestadas se referían a “acoso ambiental”, entre los que se incluyen chistes, bromas o piropos ofensivos de carácter sexual, gestos y miradas lascivas, invasiones del espacio físico, o comentarios u observaciones no deseados de carácter sexual.
Según Valls, para acabar con este problema, las universidades españolas han de diseñar una estrategia en función de dos pilares: la intransigencia ante cualquier situación de violencia y el apoyo y la solidaridad con las víctimas. El objetivo no es solo acabar con el acoso, sino también lograr un entorno académico más igualitario.
“Desde la ciencia, las mujeres y los hombres podemos aportar conocimiento para lograr una igualdad de género y para que las niñas se encuentren unas universidades no solo menos sexistas, sino también más científicas y humanas”, concluye la investigadora.
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