Este artículo se publicó hace 12 años.
Descubiertos los efectos adversos de una proteína en el cáncer hepático
Científicos españoles hallan que la LKB1, que reduce tumores de mama o próstata, en el hígado los estimula
Un equipo de investigadores españoles del Centro de Investigación Cooperativa en Biociencias, CIC bioGUNE de Bizkaia, ha realizado un hallazgo a través de mecanismos moleculares que podría cambiar por completo, no sólo el diagnóstico, sino las terapias para el cáncer de hígado.
El trabajo divulgado en la prestigiosa publicación especializada Gastroenterology pone de manifiesto la estrecha relación de una proteína denominada Quinasa Hepática B1 (LKB1) con el grado de malignidad del Carcinoma Hepatocelular (CHC). Este tipo de tumor representa ya más del 90% de los cánceres de hígado, creciendo a un ritmo de 750.000 casos nuevos anuales en todo el mundo.
María Luz Martínez Chantar, jefa de línea de la Unidad Metabolómica del CIC BioGUNE, asegura que "nuestras investigaciones revelan que los altos índices de LKB1 en el hígado determinan un mal pronóstico del cáncer, mientras que los niveles más bajos indican un mejor pronóstico" y, por tanto, mayores posibilidades de supervivencia. A fin de cuentas, la propia Asociación Española contra el Cáncer (AECC) indica que "en más del 70% de los casos, el hepatocarcinoma se diagnostica como una enfermedad irresecable [que afecta a otros tejidos] o en estadio avanzado, y por tanto, con un pronóstico muy pobre", lo que desemboca en una supervivencia estimada de 1 año en el 29% de los casos y de 2 años en el 16%.
La proteína LKB1 es, en realidad, una vieja conocida en el ámbito oncológico puesto que en algunos tipos de tumores, como en los cánceres de mama, pulmón o próstata, se ha demostrado que inducir esta encima en el organismo contribuye a reducir el tumor. Aquí reside, precisamente, uno de los grandes descubrimientos de los científicos de Bizkaia, puesto que a diferencia de lo que sucede en esos casos, en el cáncer de hígado inducir la proteína LKB1 tendría el efecto contrario, siendo inductor del tumor dado que activa lo que los expertos denominan las "rutas oncogénicas (RAS)" o, lo que es lo mismo, un tipo de proteínas cuya función es inducir la proliferación anómala de células de un tejido. "Afortunadamente", explica Martínez Chantar, "no se han realizado terapias aplicadas en este sentido, puesto que hemos sido nosotros los primeros en explorar esta vía".
Se busca financiaciónEl objetivo a partir de ahora pasa por ser capaces de "desarrollar terapias dirigidas a los pacientes con mejor pronóstico y niveles de LKB1 más bajos, bien sea enfocados a bloquear los niveles de encima o sus niveles de expresión", explica Martínez Chantar. Dicho de otro, poder aplicar terapias con las que reducir la cantidad de proteínas LKB1 o sus niveles de actividad. Los experimentos del equipo de españoles realizados con ratones ya han demostrado que en "individuos con niveles muy elevados, somos capaces de reducir la LKB1, consiguiendo que el tumor se necrose y muera".
A pesar de la importancia del descubrimiento, el CIC bioGUNE depende enteramente de la financiación privada para poder seguir desarrollando sus investigaciones en este campo, dado que desde el sector público las posibilidades de apoyo económico se desvanecen. "A pesar de que durante estos cerca de ocho años que nos ha ocupado la investigación hemos contado con la colaboración de hospitales como el Clinic de Barcelona o el de Cruces de Barakaldo, ahora estamos a la busca de empresas que estén interesadas en colaborar en el diseño de la quinasa", apunta la científica.
Cáncer agresivoEl carcinoma hepatocelular o hepatocarcinoma, después del cáncer de páncreas, es el tumor con más mortalidad a los cinco años de padecerse. Debido a sus síntomas poco alarmantes (cansancio, pérdida de peso, dolor abdominal...) el diagnóstico puede ser tardío lo que, unido a su agresividad, deriva en que tan sólo sobrevivan a él entre el 20 y el 25% de los pacientes tras este período. El carcinoma hepatocelular deriva fundamentalmente de tres patologías previas, en las que el denominador común siempre es la cirrosis: las patologías víricas (hepatitis B o C) que desembocan en cirrosis, las propias cirrosis hepáticas por alcoholismo o las producidas por hígado graso.
A pesar de que todo paciente con cirrosis acostumbra a someterse a revisiones periódicas de como mínimo seis meses en las que se incluyen una ecografía abdominal hepática –con la que se puede apreciar la aparición de pequeños nódulos o tumores–, en muchas ocasiones este tipo de cáncer no permite un diagnóstico precoz. Los tratamientos realizados hasta ahora en los casos más extremos han sido fundamentalmente dos: la inyección en la arteria hepática de sorafenib, una sustancia tóxica con la que se intenta producir la necrosis del tumor y que, según Martínez Chantar, "puede ayudar a prolongar la vida cinco o seis meses en espera del trasplante", que sería el otro tratamiento. "El problema es que, incluso cuando se trasplanta el hígado, si la cirrosis previa había sido de tipo vírico, es muy posible que se vuelva a reproducir en el hígado sano", señala. De hecho, según la AECC, "existe un riesgo de recurrencia tras la cirugía superior al 70% a los 5 años".
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