Este artículo se publicó hace 13 años.
Wei Wei no se calla
El artista denuncia en su cuenta de Twitter las torturas de uno de sus colaboradores encarcelados y cuestiona la autoridad de Pekín
Corría la duda sobre si Ai Weiwei (China, 1957), el artista más reconocido fuera de las fronteras chinas, seguiría el mismo camino que el resto de disidentes. No hace mucho tiempo que Pekín se ha dado cuenta de que la vieja táctica de torturar o amenazar a un elemento incómodo sigue teniendo la misma efectividad en el siglo XXI, y que el mundo, ahogado por la crisis financiera y sumido en la más profunda dependencia del dinero chino, nunca va a levantar un dedo para impedírselo.
Alertado por las revueltas prodemocráticas en el mundo árabe, Pekín se sintió con confianza para tirar de coacciones y violencia física en masa no sólo hacia activistas políticos, sino también hacia abogados y artistas perniciosos. Tras secuestrarlos durante días, semanas o meses en cárceles secretas, esos disidentes regresaban al redil y nunca más volvían a suponer un problema. Corría la duda sobre si Ai Weiwei, el más ácido y descarado crítico de la dictadura china, seguiría el mismo camino que el resto de disidentes. Ayer llegó la respuesta: no.
Desde que el 23 de junio la policía le liberó de su cautiverio de 80 días en un lugar secreto y se inició formalmente su persecución judicial como presunto evasor de impuestos (la agencia tributaria le reclama 1,2 millones de euros defraudados a través de su estudio, Beijing Fake Cultural Development), Ai Weiwei había permanecido en el más estricto silencio. Su otrora bulliciosa cuenta de Twitter permanecía inactiva desde el 3 de abril, día en que fue asaltado por varios agentes de policía en el aeropuerto de Pekín.
Incluso él mismo, tras ser liberado, pidió tímidamente a los reporteros que no le preguntaran porque no podía hablar. "Por favor, entendedme", repetía sin cesar. Su acuerdo con el gobierno para ser liberado tenía como cláusula principal el mantenerse aislado de los focos durante al menos un año, tiempo que puede durar la investigación sobre sus presuntos crímenes.
Sin embargo, el fin de semana su Twitter regresó inesperadamente a la vida. Primero fue un mensaje inocente: "He comido 10 dumplings [empanadillas chinas], mi peso recupera 3kg". Pero ayer, toda la fuerza de su indignación volvió a fluir a través de internet tras acudir a la prisión a ver uno de los cuatro socios de su estudio, que también fueron encarcelados y que siguen bajo arresto: "Debido a su conexión conmigo, estas cuatro personas, Liu Zhenggang, Hu Mingfen, Wen Tao, Zhang Jingsong, fueron detenidas ilegalmente y, a pesar de ser inocentes, soportaron un enorme tormento físico y mental", escribió en un tuit. Al que continuó este otro: "Hoy he ido [a la cárcel] a ver a Liu Zhenggang, es la primera vez que me ha hablado de su detención. Ha levantado su mano derecha y ha dicho: ¡Señor, quiero beber agua! Entonces este hombre fuerte se ha echado a llorar... Sufrió un ataque al corazón durante su detención y casi muere".
Regreso a la palabraPero la denuncia a la brutalidad del régimen no se queda ahí, sino que prosiguió con este tercer tuit que refleja la esencia de por qué ha vuelto a alzarse en armas: "Si no hablas sobre Wang Lihon y no hablas sobre Ruan Yunfei [activista por los derechos humanos y escritor retenidos por la policía desde hace meses], entonces eres una persona que no sólo no se levanta por la justicia y la legalidad, sino que no tienes amor propio".
De momento, todo ha quedado ahí, pero el terremoto que provocarán estos comentarios en el seno de la Oficina de Seguridad Pública de Pekín (el aparato encargado de la censura y la persecución de disidentes en la capital) es de una magnitud aún desconocida, sobre todo teniendo en cuenta que Ai fue liberado, según la agencia Xinhua, por "su buena actitud confesando sus crímenes", y por su delicado estado de salud, ya que a sus 54 años padece diabetes e hipertensión.
"Era la primera vez tras mi liberación que veía a mi colega y quedé impactado. Sufrió un ataque al corazón y su cuerpo aún no había recuperado la movilidad. Le han tratado de manera terrible y casi muere durante su detención inhumana", confesó Ai Weiwei acerca de su amigo Liu Zhenggang, diseñador de su estudio de arte, al diario The Guardian.
A pesar de que tiene prohibido entablar contacto o conceder entrevistas a medios de comunicación extranjeros, Ai Weiwei se ha expuesto. "Hay tanta gente relacionada con mi caso que ha sido tratada de forma inhumana por tanto tiempo... ¿Cómo puede la sociedad y el sistema hacer este tipo de cosas en nombre de la justicia", se quejó. Preguntado por si le preocupan las consecuencias de sus últimos comentarios, Ai indicó: "Todo me preocupa. ¿Qué puedo hacer?". Sobre la duda recurrente de si fue torturado en sus más de dos meses de cautiverio, el artista reconoció ambiguamente "condiciones extremas".
Nunca en los últimos años un activista como Ai Weiwei había sido encarcelado en estas condiciones, pero tampoco nunca un disidente de su calibre había resurgido de las amenazas o torturas del régimen para volver a levantar la voz desafiante. Con su afrenta, Ai ha puesto a prueba la capacidad de Pekín para gestionar, tanto de puertas hacia fuera como hacia dentro (si bien muy pocos conocen al artista en su país a causa de la censura), un delicado asunto de derechos humanos en el que los gobiernos occidentales, a pesar de su inactividad, tienen puestos los ojos.
Hasta la fecha, no se ha producido ninguna reacción del régimen. El gobierno solamente habló en su día a través de artículos en la agencia estatal de noticias Xinhua y del portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores. Todos coincidían en lo mismo: el caso de Ai Weiwei no tiene "nada que ver con los derechos humanos o la libertad de expresión", sino con el caso de un evasor de impuestos que paga su delito. No obstante, hasta que no fue liberado casi tres meses después de su detención, no se produjo ninguna acusación formal de fraude fiscal.
Sin base legalHoy, las autoridades están investigado en base a los documentos incautados en su estudio, que la policía tomó en un registro en el que también se llevó ordenadores y otro material que nunca más ha vuelto a aparecer. Durante el año que puede durar el proceso, Ai Weiwei tiene prohibida su salida de China, motivo por el cual ni siquiera pudo plantearse acudir a la Universidad de Bellas Artes de Berlín, institución que el mes pasado ofreció al artista un puesto como profesor invitado y que éste aceptó.
"No hay ninguna base legal que impide a Ai Weiwei hablar sobre su detención. Pero la ley tiene poco que ver con este caso", expresó Nicolas Becquelin, investigador de Human Rights Watch en Asia. "La libertad de expresión no es sólo un derecho, sino algo natural en el impulso humano y Ai, como artista, no puede permitirse a sí mismo la autocensura, más allá de ese estricto mínimo para mantenerse fuera de la cárcel", prosiguió Becquelin, antes de advertir: "Cuando estás bajo fianza, el riesgo de volver a ser arrestado es mucho más alto que cuando eres un disidente ordinario".
Decenas de activistas, artistas y abogados han denunciado en los últimos meses que Pekín está llevando a cabo una brutal campaña contra la disidencia que ha llevado a la detención ilegal de cientos de personas en lo que llevamos de año. Muchos equiparan esta represión a la que ejerció el gobierno tras las protestas prodemocráticas de la plaza de Tiananmen en 1989, que terminaron en masacre.
Tan grave es la situación, que entre los disidentes se ha originado una nueva terminología, como "ser desaparecido" (para referirse a los asaltos espontáneos de los agentes de policía o de matones que conllevan a arrestos que duran días o semanas) o "llevar la capucha negra" (nuevo elemento con que los agentes "cazan" a sus objetivos).
La comunidad artística internacional se ha volcado con Ai Weiwei desde su detención, como punta de lanza de las críticas contra China. Artistas como el británico Anish Kapoor y el francés Daniel Buren incluso cancelaron sus exposiciones en Pekín como acto de protesta. El escultor Jens Galschot levantó un Pilar de la vergüenza para demostrar su descontento. "Debemos seguir haciendo ruido. Hago un llamamiento a todos los artistas para que no expongan en China", llegó a arengar Kapoor, quien insistió en que hay que seguir presionando al régimen comunista para que deje de oprimir a los artistas e intelectuales que no son de su agrado.
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