El Gobierno japonés permitió que miles de personas se expusieran a dosis de radiación extremas durante los días posteriores al tsunami que destrozó la central nuclear de Fukushima-Daiichi el pasado 11 de marzo, y lo peor es que no hizo nada para evitarlo.
Mientras los evacuados de la ciudad de Namie, a escasos 8 kilómetros de la central, se refugiaban en la región de Tsushima, considerada por todos un lugar seguro, lo que en realidad hacían era colocarse justo en la dirección en la que el viento transportaba millones de partículas radiactivas.
Los responsables de tomar las decisiones no sabían interpretar los datos recibidos
Todo el mundo estaba convencido de que el viento soplaba hacia el sur (Tsushima está al noroeste). Todos salvo Tokio, que supo gracias a sus sistemas de medición que el viento giraba hacia Tsushima y no dijo nada para ahorrarse los enormes gastos de tener que ampliar mucho más el radio de evacuación y para impedir que surgiera una nueva oleada de críticas.
Así, durante las semanas posteriores a la catástrofe, miles de personas hicieron vida normal: salieron a la calle, dejaron a los niños jugar en los parques, fueron incluso a la montaña a buscar agua para beber, todo sin que Tokio llegara nunca a abrir la boca. Como si se tratara de cobayas humanas o un simple daño colateral, un peaje que hay que pagar para conservar la imagen del Gobierno.
'Del 12 al 15 de marzo estuvimos en uno de los lugares con los mayores niveles de radiación. Estamos muy preocupados por la exposición interna a las partículas', se quejó Tamotsu Baba, alcalde de Namie, al diario The New York Times. Incluso aseguró que para él, el hecho de que el Gobierno retuviera esa información es algo parecido a un 'asesinato' masivo.
Para evitar críticas, el Ejecutivo de Kan ocultó que el viento había girado al norte
La explicación a este escándalo no es que Tokio transmutara de repente en un régimen de terror. Además de las egoístas preocupaciones de los políticos por su imagen y su carrera (actitud no exclusiva de Japón en tiempos de crisis), el problema fue la falta de confianza del Gobierno en el sistema de predicción de radiación en el aire, conocido como Speedi por sus siglas en inglés.
Goshi Hosono, ministro encargado de la crisis nuclear, aseguró que los datos ofrecidos eran 'incompletos' e 'inexactos', y que era demasiado arriesgado confiar en el sistema en una situación de vida o muerte como aquella. Otros, como el propio primer ministro, Naoto Kan, han asegurado que jamás tuvieron ni pidieron acceso a los datos del Speedi, a pesar de que el sistema ya en 1986 costó cien millones de euros y cuenta con puestos de supervisión en todo el país.
Por mucho que el Gobierno sea honesto en sus razones, nadie entiende el motivo de semejantes dudas o del total desprecio por el sistema, sobre todo después de ver que el Speedi predijo al milímetro los movimientos de las corrientes de aire y los lugares más expuestos a la radiación.
Tal fue el despropósito del Gobierno japonés, que se escogió la escuela primaria Karino, en Namie, como centro de evacuación temporal para más de 400 niños y adultos, cuando en realidad esa escuela, tal como había predicho el sistema, se ubicaba justo en la ruta del vapor radiactivo que surgía a borbotones de los reactores de Fukushima.
'Cuando pienso en ello, me pongo furioso. Han arriesgado nuestras vidas', clamó el director de la escuela primaria. Según una investigación de la agencia Associated Press basada en transcripciones parlamentarias, las indicaciones del Speedi sí llegaron a las oficinas gubernamentales, pero los encargados de tomar decisiones ni siquiera sabían cómo interpretar esos datos, y cuando se dieron cuenta de su importancia ya era demasiado tarde para admitirlo.
Es una incógnita el nivel de radiación que soportaron las víctimas, pero los antecedentes no invitan al optimismo. En un análisis hecho a finales de marzo a 1.080 niños de la región de Fukushima, un 45% dieron positivo por exposición de la tiroides a la radiación. Ese fue el origen precisamente de los miles de casos de cáncer de tiroides en niños que provocó Chernóbil.
Cada vez son más los que claman contra el Gobierno japonés por haber ocultado la magnitud de la catástrofe (ya en el segundo día supo que tres de los seis reactores se habían fundido, pero tardó tres meses en reconocerlo) y negarse a admitir el tremendo impacto que Fuku-shima va a tener en la salud de miles de personas.
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