Este artículo se publicó hace 12 años.
Los reyes cumplen mañana sin celebración oficial el 50 aniversario de su boda
Don Juan Carlos y doña Sofía cumplen mañana el 50 aniversario del enlace matrimonial que reunió en 1962 a 137 reyes y príncipes de las Casas Reales europeas, unas bodas de oro para las que han decidido no realizar ninguna celebración oficial.
La Casa del Rey ha puesto en todo caso a disposición de los medios informativos interesados en conmemorar esta efeméride un CD, titulado "Bodas de Oro de SSMM los Reyes: 50 años, 50 imágenes", que recoge una selección de instantáneas sobre la vida de los reyes desde su matrimonio, entre ellas una tomada en la Zarzuela durante la jornada de celebración de las bodas de plata en 1987.
La última imagen del CD -que incluye fotografías de la Agencia EFE y del fotógrafo oficial de la Casa del Rey- muestra el momento en el que, durante la solemne apertura de la X Legislatura en el Congreso, el 27 de diciembre del 2011, los reyes reciben el aplauso más largo que se recuerda en el hemiciclo.
Los reyes, que se casaron el 14 de mayo de 1962 en Atenas en un doble enlace matrimonial, católico y ortodoxo, celebraron hace 25 años sus bodas de plata de forma oficial, en una jornada durante la que recibieron a miembros de la realeza europea y a los integrantes del Gobierno, encabezados por Felipe González.
Aquella celebración también incluyó una reunión familiar, una misa privada y recepciones al Consejo del Patrimonio Nacional, al Consejo Permanente y la Diputación de la Grandeza y a 17 matrimonios que, como don Juan Carlos y doña Sofía, conmemoraban aquel día el 25 aniversario de su boda.
Hace más de cincuenta años, tras el espontáneo "¡Sofi, cógelo!" con el que, en septiembre de 1961, don Juan Carlos lanzó a doña Sofía la cajita con un anillo que sellaba su compromiso en el hotel Beau Rivage de Lausana, durante una cena compartida por las dos familias reales, comenzaron las complejas negociaciones para organizar una boda que llegó a convertirse en asunto de Estado.
El conde de Barcelona, que mantenía una lucha permanente con el general Franco para hacer valer sus legítimos derechos como jefe de la Casa Real Española, quiso que la boda de su heredero fuese una decisión familiar, sin dejar de reconocer su interés nacional, mientras el entonces jefe del Estado pensaba en don Juan Carlos como su sucesor, pero no descartaba otras soluciones, y quería que la boda del príncipe se ajustara a sus principios.
Por su parte, el rey Pablo de Grecia y la reina Federica -quien llevaba las riendas de las negociaciones- veían, al margen de consideraciones familiares, la oportunidad de que la boda sirviera para asentar su joven monarquía, que contaba con una seria oposición de sectores políticos, y necesitaban cuidar a la muy influyente Iglesia Ortodoxa, que reclamaba un enlace celebrado por este rito.
Frente a esta exigencia, la Iglesia Católica vivía un contexto de apertura propiciado por el papa Juan XXIII, pero era inflexible en su criterio de que el matrimonio de un posible futuro rey de España debía celebrarse de acuerdo con su liturgia.
Finalmente, la primera boda que se celebró fue la católica, una ceremonia nupcial completa oficiada por el arzobispo Benedicto Printesi en la catedral de San Dionisio, patrono de Atenas, donde la anécdota fueron las lágrimas que derramó doña Sofía cuando, tras pronunciar el "sí, quiero", se dio cuenta de que no había pedido la venia de su padre.
El enlace matrimonial por el rito ortodoxo, una ceremonia más larga que la anterior, tuvo lugar en la catedral de la Anunciación de Santa María y pudo celebrarse gracias a la dispensa especial que el papa concedió a don Juan Carlos.
La reina Victoria Eugenia tuvo que vender las joyas que había heredado de la emperatriz Eugenia de Montijo para afrontar los gastos de ese 14 de mayo -fecha elegida por don Juan- en un acontecimiento que reunió a representantes de 27 Casas Reales y congregó en las calles de Atenas a miles de griegos y españoles, estos últimos llegados en su mayoría a bordo de dos transatlánticos.
El príncipe Juan Carlos, de 24 años, vestía uniforme de gala de teniente de Infantería, con el collar del Toisón de Oro, el collar y la banda de Carlos III, la placa de la orden griega de El Salvador y la insignia del Principado de Asturias, mientras que el traje de la princesa Sofía era de seda entreverada de plata ligera y su velo, prendido a una diadema de plata, era el mismo que había lucido su madre.
Veintiún cañonazos anunciaron a los griegos que Sofía era ya princesa española y, tras la celebración, los contrayentes iniciaron su luna de miel en la pequeña isla de Spetsepoula, propiedad del armador griego Stavros Niarchos, quien les prestó su yate Eros para un crucero por el Egeo.
A este pequeño viaje siguió otro alrededor del mundo, cuya primera etapa, Roma, cobraba una especial relevancia: los recién casados iban a ser recibidos en audiencia especial por Juan XXIII.
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