Este artículo se publicó hace 16 años.
En Rafah se agotan el pan y la paciencia
Rafah (Egipto), 30 ene EFE.- La presencia de miles de palestinos en el Rafah egipcio no sólo ha acabado con la mayoría de los productos básicos de la localidad, sino que también ha agotado la paciencia de gran parte de los vecinos del pueblo.
"Por tradición, los árabes hospedamos a los invitados tres días y les ofrecemos todo lo que tenemos. Pero nadie se queda más tiempo, y ellos ya llevan aquí más de una semana", protesta Aid, que ha improvisado un pequeño puesto de miel, pese a que destaca la necesidad de ayudar a los "hermanos palestinos".
Una opinión similar tiene Mustafa, también vecino de Rafah, que dice que los palestinos "han acabado con todo", al tiempo que recuerda que desde hace varios días ya no queda ni pan ni apenas agua potable.
El pasado miércoles, después de que milicianos palestinos abrieran el muro que separa la Franja de Gaza de Egipto por varios puntos, cientos de miles de palestinos atravesaron la frontera para comprar los productos que escasean en Gaza, desde harina, hasta cemento, neveras, camellos, detergente, arenques o pipas de agua.
La solidaridad y el entusiasmo mostrados por muchos habitantes de este pequeño pueblo fronterizo del norte del Sinaí los primeros días se ha ido agotando y transformando en un creciente malestar que ha derivado en muchos casos en un hartazgo que ya no se esfuerzan en disimular.
"Tenemos la nevera vacía, si esto sigue así nuestro Rafah también se va convertir en una ciudad bloqueada", comenta Mohamed Sabri, un estudiante de Medicina que pasa las vacaciones de mitad de curso con su familia, en referencia al bloqueo económico que sufre Gaza por parte de Israel.
La vivienda de su familia se encuentra en el trayecto que recorren todos los días cientos de coches y camiones cargados con todo tipo de productos en dirección a Gaza.
"Me paso el día entero sentado en la puerta de casa vigilando que no rompan nada. El primer día un camión se llevó por delante los cables del tendido eléctrico y desde entonces no tenemos luz", comenta indignado.
Abu Ata, que regenta una tienda de especias y productos naturales para tratar desde el resfriado hasta "el amor adolescente" (como reza uno de los carteles de su tienda), explica cómo el segundo día después de que volaran el muro le robaron siete ovejas que guardaba en un corral.
Después de lanzar unos insultos, asegura conteniendo su rabia: "Están hambrientos, no tienen nada".
En su afán por dejar constancia de sus quejas, Mohamed, un niño de diez años, insiste en que lleva varios días sin poder dormir "por el ruido de los camiones y de los coches", que regresan a la Franja de Gaza.
Se quejan de que todo está muy caro, de que han cerrado las tiendas y de que la policía no deja pasar a los camiones que vienen desde El Cairo con mercancías para reponer las productos agotados, y subrayan que los palestinos "han acabado con todo".
Como esta situación continúe así "vamos a ser nosotros los hambrientos", dicen.
"Dile que no tenemos agua potable", susurra una mujer egipcia a Faris, su esposo, que denuncia los cortes de electricidad de los últimos días.
Lo mismo ocurre con los taxistas, que los primeros días dejaban en tierra a sus paisanos para llevar hasta Al Arish (la capital del norte del Sinaí) a palestinos por diez veces el precio habitual.
Con el endurecimiento tanto de los controles como del trato de los agentes en los puestos policiales, que no dudan en zarandear a cualquier conductor que no siga escrupulosamente sus órdenes, ya nadie se atreve a llevar a los palestinos.
Incluso los pasajeros de los vehículos comunitarios exigen a todo el que quiere montarse que muestre su identidad antes de permitirle entrar.
A pesar de la cada vez mayor aversión mostrada por los egipcios hacia los palestinos, esta localidad sigue convertida en un popular zoco donde cada día el producto estrella es el descargado por los últimos camiones que han conseguido llegar a Rafah.
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