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Premio al cómic como memoria

Carlos Giménez recibe el galardón Patrimonio en el Festival de Angulema

REBECA FERNÁNDEZ

Tres tonos dan paso a una voz afable y tranquila que no espera lo que se le viene encima. El interlocutor que descuelga pausadamente es el dibujante madrileño Carlos Giménez (Madrid, 1941) y la noticia que le va a sorprender es que el Festival del cómic de Angulema (Francia), el más importante de Europa, ha decidido concederle el Premio Patrimonio por su gran obra Paracuellos.

'Estaba escribiendo una carta a un amigo, imagina las expectativas que tenía', explica a Público un dibujante al que los premios ya no le alteran. Sin embargo, 'a nadie le amarga un dulce' y, sobre todo, 'últimamente' cuando este artista siente cómo en su propia tierra pasa 'muy desapercibido'. 'Está bien que te miren con buenos ojos en otros países', confiesa este gran maestro de la historieta sin que resuene en su voz ni un atisbo de reproche.

En títulos como Paracuellos y 36-39. Malos tiempos, Giménez ha ejercido de cronista del pasado de nuestro país a base de recuerdos, con el objetivo de denunciar los momentos más crudos, tatuarlos en la memoria y lograr así que no vuelvan a repetirse. 'Desde que pude abandonar la historieta por encargo, me centré en contar las cosas que me habían ocurrido a mí, en mi barrio, mis propias vivencias', indica un autor cuya memoria es su 'mejor fuente de ideas', y que ha provocado que algunos de sus amigos le consideren el inventor de la recuperación de la memoria histórica. Antes de que este término ocuparan tantos titulares y minutos en los debates, Giménez ya había acometido su propia revisión, 'estaba recuperando la memoria por mi cuenta', señala.

Uno de los capítulos de su vida que más ha retratado, y que protagoniza Paracuellos, es la vida diaria en un colegio de Auxilio Social en la posguerra española, una experiencia de la que tenía la necesidad de hablar, fuese cual fuese el medio. De hecho, Giménez reconoce que 'martirizaba' a sus amigos con todas aquellas historias que vivió, una dinámica que cambiaría cuando logró exorcizar esas instantáneas a través de los lápices. 'Ya no tengo la necesidad de estar contándolo constantemente y ahora, a veces, me ocurre lo contrario', dice Giménez, aunque reconoce que siempre le ronda la cabeza hacer un volumen más de Paracuellos y, de hecho, no descarta emprender esa tarea de nuevo.

La clave del éxito que esta obra ha tenido reside, para su autor, en que trata un tema 'del que nadie había hablado' y el hecho de que lo cuente un testigo real, 'debe sonar a sincero, porque si no lo has vivido, es imposible explicarlo'.

Además de esta autenticidad, una situación que suele aparecer en sus historias es cuando 'alguien abusa de alguien que no se puede defender', circunstancia enmarcada en 'un país muy triste dirigido por fascistas', contra la que lucha porque le molesta 'soberanamente'.

En la actualidad, Giménez se ha alejado de la autobiografía para trabajar en una versión de la leyenda de Los siete infantes de Lara, titulada Año 1000: la sangre, 'una historia de venganza y pasiones' de 160 páginas que aún no tiene editorial. Por el momento, lleva 80 páginas, y afronta lo que le queda con absoluta dedicación y amor por un trabajo que deja al margen de los halagos, de los éxitos pasajeros y de los galardones. 'He recibido muchos premios y me he dado cuenta de que no han modificado no sólo mi vida, sino mi día', dice antes de volver a sentarse frente al ordenador para continuar escribiendo su carta.

El francés Baru (Hervé Barulea), autor de ‘Un cero a la izquierda', ha obtenido el Gran Premio del Festival de Angulema, que ha distinguido también con el Fauve de oro al mejor álbum a ‘Pascal Brutal, cube', de Riad Sattouf.

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