Federico García Lorca es un indignado que, a través de toda su obra, desde sus escritos juveniles hasta La casa de Bernarda Alba –terminada dos meses antes de su asesinato– nunca dejó de protestar contra la injusticia y la crueldad. Su hermano decía que, de los poetas de su generación, era el más comprometido socialmente. Me parece indudable. En una entrevista lo explicó así: “Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío..., del morisco que todos llevamos dentro”.
Retengamos la frase: “La comprensión simpática de los perseguidos”. Lorca no era de quienes entendían la toma de su ciudad en 1492 por Fernando e Isabel como manifestación de la providencia divina. Al contrario, se trataba para él de un momento “malísimo” porque supuso, y así lo dijo públicamente en otra ocasión, la pérdida de “una civilización admirable, una poesía, unaastronomía, una arquitectura y una delicadeza únicas en el mundo”.
Para el poeta, uno de los principales adversarios a combatir es la Iglesia, con su papa a la cabeza
Y un sufrimiento humano inimaginable.
Entre las instituciones que más le indignaban figuraba la Iglesia católica, actitud suya compatible con la intensa admiración que le merecían la persona y la enseñanza de Cristo. Todo ello quedaba ya plasmado en el impresionante caudal de los mencionados primeros escritos, hasta hace algunos años mayormente inéditos y hoy publicados en su integridad (versos, prosas, teatro). En Lorca, de hecho, existe una profunda identificación con Jesús: con el Jesús que ama a los pobres, cura a los enfermos y predica paz y caridad. Hasta se puede encontrar un paralelismo en la manera de su muerte.
Para el poeta, uno de los principales adversarios a combatir es, pues, la Iglesia, con su papa a la cabeza. Y nunca como en 1929 cuando Pío XI, que ya lleva siete años como tal, ha llegado a una entente con Musso-lini. Lorca, entonces en la metrópoli norteamericana y, como siempre, muy atento a lo que pasa en el mundo, decide levantar su voz de protesta. Y nace la extraordinaria oda-diatriba-imprecación titulada Grito hacia Roma (Desde la torre del Chrysler Building), nunca publicada en vida e incluida en el póstumo Poeta en Nueva York (1940).
En el dorso del manuscrito hay dos títulos tachados, Injusticia y Oda de la injusticia, tal vez previstos en un principio para el poema, y en el cuerpo del mismo tres versos, deshechos, de incitación revolucionaria:
Compañeros de todo el mundo
hombres de carne con vicios y con sueños
ha llegado la hora de romper las puertas.
No puede por menos que llamar la atención la coincidencia de la llegada a España, precisamente hoy, del actual pontífice. Porque, después del libro de Manuel Titos Martínez, Verano del 36 en Granada (2005), lo más seguro es que Lorca cayera acribillado, entre Alfacar y Víznar, en la madrugada sin luna del 18 de agosto de aquel infausto año. O sea, hace exactamente 75 años.
En Lorca existe una profunda identificación con el Jesús que ama a los pobres y predica la paz
Grito hacia Roma, lanzado desde lo alto del edificio más enhiesto del mundo (todavía no se había terminado el Empire State Building), sorprenderá a más de un lector no familiarizado con el Lorca neoyorquino. Y, si bien contiene alguna imagen difícil de descifrar, no deja lugar para serias dudas interpretativas. Queda muy claro lo que quiere decir el poeta.
No añado una palabra más. Que juzguen los lectores que se acerquen por vez primera a este magno documento humano o quienes ahora lo relean. Ah, ¿lo conoce el papa que hoy aterriza en Madrid y para quien no son exactamente personas gratas los gays? Si no, me atrevo a recomendárselo, aunque supongo que Público no figura entre sus lecturas habituales.
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