Entrevista a Olga Novo"No va a poder surgir una poética de la tierra porque es un mundo en descomposición"
Lugo-
La poeta y ensayista Olga Novo (A Pobra do Brollón, 1975) acaba de recibir el Premio Nacional de Poesía, cuando aún tiene caliente el Premio de la Crítica de Poesía en gallego, en los dos casos por Feliz Idade. Olga se estrenó en la narrativa con unas colaboraciones en Luzes digital, El bosque de los cromosomas, que sorprendió por su mezcla de lo popular y lo culto, de lo local y lo universal y por la ternura con la que hace protagonistas a las gentes humildes. Una prosa que suena nueva en la literatura gallega, moderna y exenta de costumbrismo. A todos los que leemos las entregas de El bosque de los cromosomas nos suena ya este pequeño territorio. Está situado en una cumbre, con una vista del horizonte de casi 360 grados. Antes de comenzar la entrevista, me fijo en las estanterías del mueble que tengo al lado. La mirada se me va a un manojo de libros de André Breton. Vilarmao y André Breton, dos referencias importantes. Pero hay otras, Novoneyra, su padre…
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Hubo dos grandes poetas lugueses procedentes del campo, Manuel María y Novoneyra, pero los dos habían nacido en casas pudientes. El padre de Manuel María, por ejemplo, que era alcalde de Outeiro de Rei, hacía los plenos municipales en la cocina. Tú, en cambio, procedes de labradores humildes.
En efecto, y creo que eso introduce en mi poesía una visión del campo menos bucólica, más directa. Una óptica más vivida y menos esteticista, en muchos casos más descarnada. Yo no pasé hambre, pero tengo muy cerca esa memoria, que es la de mis padres. Aun así, Novoneyra y Manuel María fueron para mí lecturas básicas. De niña, desde mi ventana veía el Caurel. Velábamos la nieve por aquellas montañas. En séptimo de EGB descubrí que allí había un poeta. Un poeta era para mí un semidiós y que viviera allí me parecía imposible.
De chica me gustaba pasar por delante de la Xistral [la librería de Manuel María en Monforte], aunque no podía comprar nada. Gracias a una persona de la familia, pude conocerlo, yo tenía doce años. ¡Fue encantador y me llamó poeta! Luego, cuando leí a Novoneyra, con aquella mirada suya de pastor, visualicé a mi padre. Hubo una conexión grande.
Cuando publicaste 'Nós nus' (1997) dijeron que tenías influencias de Seamus Heaney.
De aquella no lo había leído, aunque claro que hay experiencias comunes del mundo rural. Yo pienso que esa generación, la de Novoneyra y Manuel María, también la de Otero, miró el campo desde la ventana, no desde el riego. Creo que el momento que viví yo va a ser difícil que se repita porque es un mundo en descomposición. Cuando ahora le explico Fole a los niños veo que no entienden muchas cosas, no saben por ejemplo lo que es un candil. No va a poder surgir una poética de la tierra.
Quizás del paisaje.
Sí, pero un labrador no habla del paisaje. Mi padre hablaba de un día bonito. Incluso un chaparrón podía ser bonito si le iba bien para la tierra. Eso es, por cierto, algo que se transfiere. Cuando fui a dar clase a Bretaña y vi la tierra que estaba toda concentrada lo primero que pensé fue: esto para arar es una maravilla.
'O bosque dos cromosomas' es, en parte, la historia de la gente humilde, pero contada con orgullo. Algo que también pasa, por cierto, con esta tierra en la que estamos, la tierra de los guímaros que se enfrentaron al Conde de Lemos y perdieron. Ahora también se dice guímaro con orgullo.
En el caso de los guímaros es interesante hacer una relectura. El significado es tozudo, algo negativo. Releer la terminología es como limpiar una palabra. El concepto de rebeldía no tiene por qué ser negativo. Con la humildad pasa igual. Rescatar la memoria de personas anónimas puede ser más épico que hablar de ciertos personajes de la Historia. Los humildes son los que sostienen la vida, por eso quería hablar de ellos con una visión realista.
Leyendo 'O bosque dos cromosomas' tenemos la impresión de que Vilarmao, Castroncelos y todo este pequeño entorno son un territorio infinito, con cientos de vidas interesantes y además no lo vemos como un lugar aislado, sino relacionado con el mundo, sobre todo a través de la emigración.
Son vidas, claro. Solo tienes que mirar y escuchar. Es la historia de muchas personas que conozco, una memoria transferida.
Hasta ahora no te habías dedicado a la prosa.
La serie conecta con todo lo que llevo escrito, con poemas concretos. Por ejemplo, con uno que hice cuando solo tenía diez años. Iba sobre un chopo al que le pegaron un tiro –disparaban a unos mirlos– y secó una rama. Para mí fue un síntoma, porque debajo de aquel árbol pasábamos las horas de la siesta, era el lugar donde se reunían para charlar las gentes de Vilarmao. Yo hablo de la muerte del chopo en relación con la desaparición de la aldea. Veinte y pico años después el chopo secó. En los Cromosomas volví a hablar de él, pero no me acordaba del poema anterior.
No sé si es mucho decir que abres un camino en la prosa gallega, no ya por lo que cuentas, sino también por la forma de contarlo.
A mí me interesaban estas historias, fui investigando…
Sí, se ve que hay mucha investigación en cada página.
Necesitaba entender yo misma el lugar. Comencé al morir mi padre. En parte es una fase de luto personal y también antropológico, porque su muerte representa para mí la desaparición de un mundo, de una forma de vivir. [Olga hace una pausa]. Quería recuperar todas estas historias. Algunas tienen mucha profundidad. Hay madres solteras a las que yo les pongo nombres y apellidos, pero representan a muchas otras mujeres. Al ser historias de vidas reales, lo anecdótico va cara lo trascendente, hacia universalización. Garcillanas hubo muchas. Abrí la puerta de las gentes humildes. La de la chica que quedó preñada del rico, fue a abortar a Monforte y murió desangrada ahí, en el pajar. Desde pequeña conocí eso y me impresionó.
¿Cómo piensas que se están recibiendo estos textos?
Hay una parte de los lectores, digamos, culta. Pero luego hay lectores que leen por primera vez en gallego o que leen, por primera vez, literatura. Sé de gente, de aquí, de la Pobra, a la que le leen cada entrega los nietos. Algunos viejos están esperando y preguntan: "¿Y la niña, escribió?". Me llaman aun así porque fui la última niña que hubo en el lugar.
Hay un poema en 'Feliz Idade', tu último poemario, en el que colocas las palabras "Rachmaninov" y "tocino" a muy poca distancia. Creo que es una de tus características, mezclar la alta cultura y la cultura popular.
Claro. Yo soy eso. Vengo de esas vías, de la confluencia de la cultura popular y la culta. Es la fusión, al mismo nivel igualitario, de las dos culturas que no tienen por qué ser contrapuestas. Recuerdo que una vez asistí a los Encuentros de Verines, que organizaba Victor García de la Concha, de la Real Academia Española. Yo tenía veinte años. Nadie me hacía mucho caso, pero cuando me tocó recitar y hablé de las vacas y del campo vino un poeta valenciano y me preguntó: "¿Pero tú que eres, hija de labradores de verdad? ¿Tu padre que es? ¿Un anarco-pop?". Yo pensé en mi padre y en esa palabra. Es una idea clasista, pensar que de abajo no puede venir nada. Le dije: "No, mi padre es labrador. Tenemos la corte debajo de casa".
Las historias que narras no resultan nunca pintorescas ni costumbristas. Por otra parte, la crítica ha visto en tus poemas la huella del surrealismo, otros han hablado de la "fluencia discontinua" que permite que un poema dé la impresión de que una vez acabado puede volver a empezar. Supongo que es el recurso a esas técnicas lo que produce la impresión de modernidad.
Lo primero que recuerdo en relación con la poesía es pedirle a mi madre que me leyera aquello de "Margarita está linda la mar" [Rubén Darío]. Mi madre también sabía romances tradicionales. A mí me llamaba la atención aquella salmodia. Después vino la misa. Desde los 7 años a los 18, cuando ya había dejado de creer, leía el salmo responsorial. En la casa no había libros pero tuve ese entronque. El Gólgota, ¡qué impresionante! Allí perdí el miedo escénico, no hay público más crítico que las viejas de la iglesia. Por otra parte, cuando tenía siete u ocho años, me cayó en la mano un libro de octavo de la EGB. Fui para la fuente y copié los tipos de estrofa: copla, cuarteto… El proceso de escritura me nació así de una carencia, de una sed. Después están las imágenes. A los 18 años sentí fascinación por el surrealismo. No solo en lo literario o estético, sino también en lo ideológico. Ahí, en esa estantería, encontrarás muchos libros de Breton y de los demás. Así que interioricé muchas cosas del surrealismo pero entroncadas con un sentido del ritmo que me viene de más atrás, de una práctica casi infantil. De lo surrealismo también me interesó mucho la intuición como forma de conocimiento. Mi poesía tiene mucho que ver con esa vía romántica del surrealismo, lo revelador.
La inspiración…
Yo son muy torrencial, de chispazo. Después, cuando releo con ojos de profesora de lengua, veo que hay oculto un endecasílabo que rompí, pero lo hay, o una rima interna. Conservo técnicas de la poesía popular que forman un sustrato, sin que mi proceso de creación deje de ser, de todos modos, irracionalista.
Le das mucha importancia, en todo lo que escribes, al amor, a la ternura. Esa sublimación podría sonar a refugio ante la evidencia de todas las desgracias que nos rodean.
Sí, es intentar ver lo que hay de belleza en la catástrofe. Pero es también un esfuerzo por hacer visible lo pequeño y efímero. Podemos ver el mundo desde ese vistazo de amor al humano, de comprensión de la debilidad. La comprensión de lo intrascendente al final es trascendente, porque de eso trata la vida.
La conversación finaliza hablando sobre el libro al que darán lugar estas entregas de Luzes. El título parece mostrar la dialéctica permanente de la autora, el bosque mítico acompaña el cromosoma, una palabra más científica y moderna.
En el paseo final, Olga nos lleva al cerezo que insirió su padre y que en este momento tiene cerezas maduras, lo muestran los guijarros del vallado que hizo y nos enseña su tractor Barreiros, que tiene un tigre adherido en uno de los laterales. Una de las partes de Feliz Idade se titula Zona tigre. El padre es un protagonista importante de todo lo último que está escribiendo.
Antes de irnos, le echamos un vistazo final al horizonte. Vislumbramos varios bosques de castaños, por la parte de O Incio. Sobrevivieron a una peste que se propagó en los años cincuenta gracias a que estaban situados a bastante altura. En las cotas más bajas perecieron todos. Olga nos despide rodeada de toda la familia, incluida una perrita blanca a la búsqueda siempre de que alguien juegue con ella. Seguramente espera a que se vaya el entrevistador para que le vuelvan a prestar atención.
Este artículo se publicó originalmente en gallego en la revista Luzes. Ahora Público lo reproduce como parte de un acuerdo de colaboración con la revista. Aquí puedes encontrar más artículos de Luzes en Público.
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