Al reclamo del Xacobeo, esa cita entre festiva y religiosa, acuden este año a Santiago millones de peregrinos. Quizás eres uno de ellos y quieres huir de los lugares comunes (tras la ineludible visita a la catedral) para buscar rincones más recoletos. Quizás lo que persigas sea, precisamente, escapar del aparentemente omnipresente Año Santo y reencontrarte con la Compostela más pausada, esa que conocen quienes han hecho de la ciudad su casa (temporal o definitiva) y que palpita por debajo de vieiras y Porta Santa. Te proponemos unas cuantas paradas con encanto a prueba de multitudes.

El parque de Bonaval siempre permite hacer incursiones más allá de la vorágine del Año Santo. Junto al convento de Bonaval, sede de un Museo do Pobo Galego que siempre merece una visita y que ha aprendido a convivir con el moderno Centro Galego de Arte Contemporánea, también en Bonaval se dan la mano presente y pasado: el arquitecto Álvaro Siza y la paisajista Isabel Aguirre diseñaron el actual aspecto del parque en una apuesta arriesgada de integrar los nichos vacíos del antiguo convento con el césped. En él matan el tiempo estudiantes ociosos, urbanitas estresados o visitantes que contemplan el entorno con asombro. Todo ello a un paso de San Pedro, uno de los barrios con más personalidad de la ciudad, con fiesta propia, uno de esos lugares de toda la vida, pero en los que los jóvenes están muy presentes. En Compostela, lo que ya existía y lo que llega, nunca han sido enemigos.

Al lado y dentro de la propia catedral, aunque parezca imposible cuando hablamos del monumento más visitado por los peregrinos, hay un par de paradas en las que el bullicio todavía no es la norma en este Año Santo: los claustros de la propia catedral, no conocidos por muchos de los que se acercan a visitarla (es necesario pagar una entrada para verlos) y el Pazo de Xelmírez, uno de los mejores ejemplos de arquitectura románica civil de toda España. Uno y otro son a un tiempo remanso de paz y viaje al pasado más espléndido de Compostela.

Remanso de paz es también el jardín del hotel Costa Vella (Rúa Porta Da Pena, 17). Merendar rodeado de manzanos y limoneros, mientras los rayos de sol penetran por el emparrado, es una de las mejores experiencias estético-golosas que se pueden vivir en Santiago.

Y para experiencia gastronómica, el Restaurante A Curtidoría (Rúa Da Conga, 2). Borja Portals pasó por la compostelana rúa da Conga, vio aquella casa que ocupaba los números dos y tres, y dijo: 'Ésta, para mí'. Aquella vivienda del siglo XIX que había sido tienda de curtidos y talabartería se convirtió en A Curtidoría y sustituyó los útiles de arriero por la cocina. Un local en el que uno puede imaginarse sentada a una actriz que acaba de estrenar su obra de teatro en el Principal, a pocos metros del restaurante, junto a un profesor de facultad, los dos compartiendo en los postres un morir de chocolate: babarois con crema de orujo, almendras y chocolate caliente, mientras las últimas luces del día se cuelan por los amplios ventanales.

Y como de no convencionales va el cuento, acabamos con dos tiendas que han hecho también bandera de su originalidad: la primera, A Mouga (Rúa Xelmírez 26), en la que encontramos desde música tradicional gallega hasta piezas de joyería, gastronomía de la tierra y trajes tradicionales que no desentonan, en algunas de sus piezas, combinados con los últimos jeans de temporada. La segunda, Menganita (Rúa Nova, 32), un microcosmos al que acuden las más coquetas, las que buscan el detalle en una camiseta colorista, un broche imitación camafeo o unas francesitas. Y es que hasta dos tiendas encontramos bajo ese nombre en Compostela: una con modelitos de cuento y otra en la que calzarse los pares más originales, aquellos que nos harán pisar con garbo por el empedrado del Obradoiro y provocar miradas a cada paso.