Este artículo se publicó hace 13 años.
"Lo que más me acojona del mundo es tocar delante de mi padre"
Antonio Carmona, cantante. Su mejor época la pasó en su barrio, "Campamento city". Portero de fútbol frustrado, reconoce que no era capaz "ni de parar los taxis"
Antonio Carmona sonríe al abrir la puerta de su casa, al invitar a tomar asiento y al proponer "disfrazarse" para la sesión de fotos. Sólo hay un instante, breve, en el que la eterna sonrisa se trastoca en un gesto serio. Pero eso sucede al final.
El pequeño de los Ketama aparca unos minutos el futuro está rematando los conciertos en los que presentará De noche, su segundo disco en solitario para evocar su niñez en el barrio madrileño de Campamento ("Campamento city", matiza), donde forjó su infancia, rasgó las primeras cuerdas de una guitarra y descubrió un taller mecánico en el que saciar su devoción por los coches. Al salir del colegio metía quinta hasta el taller, donde fue un mirón que terminó echando una mano. Su afición la frenó su padre, Juan Habichuela: "Decía que si quería tocar la guitarra debía cuidar mucho las manos", relata.
Quiere que sus cenizas se esparzan por Campamento y el Vicente Calderón
Miraba fascinado cómo los mecánicos desmontaban un motor y lo volvían a colocar en su sitio. "Era de una magia impresionante", subraya. A los 9 años desechó la llave inglesa y cogió su primera guitarra española. Al principio lo hacía por pura diversión, cuando salía con su compañero de pupitre, un grafitero al que le reprochaba: "¡Tío, qué cosas más raras haces!". Su amigo era Juan Carlos Argüello, Muelle, "un genio", asevera ahora. Su colega tampoco callaba: le afeaba la música que extraían de la guitarra esos dedos de mecánico frustrado: "Para cosas raras el flamenco que haces tú, que no es flamenco ni nada".
Pasó sin pena ni gloria por el colegio Hermanos Pinzón, donde, como buen "balilla y buscavidas", se abonó a los exámenes de septiembre. Abandonó la escuela con 13 años, animado por sus padres, porque "en esa época y en el barrio en el que vivíamos se agradecía muchísimo meter algo de dinerito". Fueron años de empleos (muy) temporales y primeros noviazgos. Con 12 años dio su primer beso. Se llamaba Rocío y era "muy fina, muy guapa". Llegaron las primeras salidas con la pandilla. Antonio era mucho de billar. ¿Y macarra? Ríe. Y lo niega: "No, no era chungo". "Había muy buena gente por allí", defiende, otra vez con una sonrisa. "Por allí" es su "Campamento city", donde pasó la mejor época de su vida: "Ni ser músico, ni llenar teatros, nada lo ha podido igualar", asegura. Por eso quiere que esparzan allí la mitad de sus cenizas. La otra mitad, como acérrimo colchonero, en el Vicente Calderón. Coqueteó de portero, "obligado" por su hermano Juan, en el equipo Los siete enanitos. "Joder, ¡es que no paraba ni los taxis!", se carcajea al recordarlo.
Su fracaso alentó la pasión por la música. "Mi padre actuaba en Barcelona, con Camarón de la Isla y Paco de Lucía, y me trajo un bongo rojo. Ahí empecé a tocar la percusión". Su primer disco, de Roberto Carlos, lo compró en un Simago. El brasileño puso, junto a Paco de Lucía, Camarón y Joaquín Sabina, banda sonora a su juventud, una época en la que era "mucho de flamenco", aunque ahora pasa sin problema de Ben Harper a Enrique Morente. "La música está para eso", dice el artista del que Sabina siempre admiró su capacidad para ir del Rockola ("donde estaban mis colegas pijos") al Candela ("ese era mi mundo"). Ketama supuso su entrada en la madurez. "Del bueno, el feo y el malo de Ketama yo era el feo". ¿Y el malo? Ríe: "¡Nunca hubo malo!". El éxito les llevó a tocar en Nueva York con Camarón y el Último de la fila ("nos conocían más que a Camarón", se sorprende aún), a telonear a Prince o a ver, "flipados", cómo en una actuación una chica se cortó la coleta, "que le llegaba por debajo del culo", y se la arrojó como ofrenda.
Su primer disco, de Roberto Carlos, lo compró en un almacén Simago
Toda su vida musical se ha proyectado bajo el peso de tres sombras imponentes: Enrique Morente, Camarón de la Isla del que fue chófer y su padre, Juan Habichuela. Es entonces, al pronunciar su nombre, cuando su eterna sonrisa se esfuma. La cara de Antonio Carmona adopta un rictus de desasosiego y respeto: "Lo que más me acojona del mundo es tocar ante él".
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