Luis Montes, casi tres años sin el doctor que luchó por una vida plena y una muerte digna
Madrid--Actualizado a
Luis Montes (Villarino de los Aires, 1949) falleció a los 69 hace casi tres años. Firme defensor de la sanidad pública y del derecho a la muerte digna, el excoordinador de urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés fue objeto de una persecución de los Gobiernos del PP madrileño, que lo acusaron de ser el responsable de las muertes de cientos de pacientes a causa de las sedaciones practicadas por su equipo en el hospital de Leganés.
La Justicia lo absolvió, pero el daño ya estaba hecho. "Fue terrible", declaraba el doctor en esta entrevista, realizada el 1 de febrero de 2016. Durante la charla, que bocetó el perfil Doctor Montes o el derecho a morir dignamente, dejaba claro que su caso había sido una "cortina de humo" para tapar las privatizaciones emprendidas por la expresidenta regional Esperanza Aguirre.
"Cuando la ciudadanía pierde la confianza en la sanidad pública, es el momento de desarmarla para que desaparezca", pronosticaba Luis Montes en la sede de la Asociación Derecho a Morir Dignamente, desde la que promovió que toda persona pudiese disponer con libertad de su vida. A continuación, la entrevista completa.
Usted interpretó el ataque a su equipo, apodado cariñosamente Sendero Luminoso, por ser progresista y de izquierdas.
Ya, pero no sé qué interés podría tener.
¿Había rencores y rencillas con compañeros de otras ideologías en el día a día?
Algunos éramos jovencísimos. Para unos era su primer trabajo en la sanidad pública, con la Ley General de Sanidad, que fue la primera ley de planificación sanitaria, donde se creó la atención primaria, la atención especializada y las áreas de salud. Entonces hubo un grupo de profesionales que nos creímos la reforma. Aplicarla, dentro de un sistema totalmente vertical que habíamos heredado, suponía cierto grado de transversalidad en las relaciones entre profesionales y con los pacientes.
Sendero Luminoso salió de nuestra radicalidad en el cumplimiento de la Ley General de Sanidad, frente a todo el poder inmovilista heredado del franquismo. Fue una broma de uno de nosotros, que dijo: "Somos como Sendero Luminoso". Empezamos en el Hospital de Móstoles y luego se abrió el Hospital de Leganés. Coincidió que en 1983 entró en nuestro ordenamiento jurídico la Ley de Interrupción del Embarazo, y nosotros lo incluimos en la carta de servicios del hospital.
Se fue haciendo una aureola de izquierdosos, porque rompíamos con la línea y la ideología dominante que existía en el sistema de beneficiencia anterior, pero no porque políticamente fuésemos el despacho de los abogados laboralistas de Atocha, todos militantes de Comisiones Obreras y del PCE. Éramos gente que entendíamos que se abría un proceso democrático y que había que hacer una transversalidad en la relación vertical que existía. Ese fue el planteamiento y origen.
Usted fue un médico obrero. Deja la casa de sus padres muy joven, se va a un barrio humilde y comienza a currar en una obra. Y estudia al mismo tiempo que trabaja.
Empecé a estudiar en 1967, con dieciocho años, durante la carrera me casé y la terminé la con veintiocho. Un año después fue Mayo del 68, que implicó un gran cambio de mentalidad en este país. El movimiento estudiantil emprendió una huelga contra el plan de enseñanza de Medicina que duró tres años, durante los cuales la Facultad estuvo cerrada. En las últimas bocanadas del régimen anterior, hubo un movimiento fuerte para cambiar el sistema a nivel vecinal, obrero-sindical y estudiantil.
Había un montón de frentes. Fue lo que le tocó vivir a mi generación y ahí empieza mi historia de militancia. Yo a lo que más me dediqué fue al movimiento vecinal. Me marché a vivir a Orcasitas, donde estaba la asociación de vecinos más potente de Madrid. Después llegué a secretario de la Federación de Asociaciones de Madrid.
Posteriormente, el PSOE barre a los líderes del movimiento vecinal, social y sindical. Los incorpora como cuadros y, de alguna manera, los desarticula. Creo que se cogió el poder muy pronto. Las primeras elecciones que se ganaron fueron las municipales, donde hubo que asumir la Administración local, que tenía muchas más competencias. De alguna forma, bastantes presidentes y secretarios del movimiento vecinal fueron concejales con Tierno Galván. Su Ayuntamiento se forjó con líderes de los barrios.
¿Cree que está ocurriendo algo similar con Podemos, que ha recabado los apoyos de familias del 15-M como Juventud Sin Futuro, Democracia Real Ya o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca?
Puede ocurrir algo similar. El problema es que desde la transición, cuando se logra el poder político, ha sido una constante que el bipartidismo no haya querido la participación. Una de las causas fue incorporarse a tomar las instituciones, pero otra fue que no se forjó la participación. Fue una época boyante en la planificación de barrios, se erradicó el chabolismo y entramos en un progreso ascendente.
Y con no forzar la participación lo que se consiguió es que las asociaciones de apoyo mutuo y las asociaciones vecinales, siendo vergel de formación y de extracción de militantes, se han convertido en un erial. ¿Qué ha terminado haciendo una asociación de vecinos? Organizar en el barrio una cabalgata alternativa de Reyes y poner una caseta en la feria de turno para vender chorizos y poder financiar el local y recaudar fondos. Esa trayectoria es un poquito penosa…
¿Corremos ahora ese peligro? Si no damos cauce participativo, si no recuperamos el tejido asociativo, pues será más de lo mismo. Es el gran reto que tenemos por delante desde la Administración, como una necesidad histórica, pues no se realizan conquistas si no se toma la calle. Para eso hace falta participación, seguimiento e iniciar de nuevo en política y en acción a todos los ciudadanos que están indignados con la situación a la que nos ha llevado el bipartidismo. Si no lo canalizamos, es más de lo mismo.
En este caso, miembros de estos nuevos movimientos han ido en listas electorales. Su lectura: nos incorporamos a las instituciones para cambiarlas desde dentro.
Soy optimista. Militantes de Podemos y de Izquierda Unida sí se creyeron el 15-M. Si ahora no se sigue articulando la participación, no habrá un cambio. Se puede cambiar la bandera azul por la roja o la morada, pero sigue la estructura ideológica y económica del poder dominante. Es un reto. Podemos tomar las instituciones y, una vez tomadas, ¿qué? Pues gestionar la crisis. Es lo que nos dice la troika: 44.000 millones [del rescate bancario].
Cualquier medida en un proceso de cambio pasará por la participación y la movilización, o sea, por tomar la calle. Es un desafío muy bonito y apasionante porque, por primera vez, se perfila un cambio. Los ciudadanos, además del paro, están preocupados por la corrupción. Ya que aceptamos el Estado de derecho, un cambio en democracia solamente tiene una línea: de la democracia formal a la democracia participativa. Y si no creamos los cauces de participación, no habrá valido de nada tomar las instituciones.
Su rebeldía es precoz. Deja bien temprano el plato caliente de la casa de sus padres para dar un salto al vacío.
En aquella época, todos los jóvenes teníamos mucha ilusión. Las condiciones laborales no eran las actuales: podías trabajar. Yo empecé en la construcción, aunque no sabía hacer nada. Cuando fui a pedir curro, me dijeron si sabía escribir a máquina, para meterme en la gestión de la empresa, pero ni eso. "¿Qué sabe hacer usted?" Pues no sé hacer nada. "¡Hala, de peón!". O sea, bajar ladrillos, cribar arena y andar con la carretilla.
Luego ayudé a fundar una distribuidora y pasé por una editorial de libros de historia del movimiento obrero. Mientras, mi compañera —que era auxiliar de enfermería— estudió la diplomatura y luego Medicina. No fui un héroe: estudiar y trabajar era una situación normal que se repetía bastante.
¿Cómo surge su conciencia respecto a la sedación, al derecho a morir dignamente, a asistir al enfermo terminal…?
La medicina en el sistema capitalista estaba montada para la recuperación de la fuerza del trabajo, pero con los avances prolongamos la supervivencia. En este país se abrió el debate de las funciones de la medicina, que no es la vida sino la salud. Y, a veces, no se puede recuperar. Otra función es cuidar y acompañar. En mi práctica he intentado hacer esas cosas. Mi vida profesional ha sido siempre en unidades de críticos, porque soy anestesista, donde hay que tomar decisiones como limitar el esfuerzo terapéutico y evitar el sufrimiento. Luego me incorporo a las urgencias, un servicio asistencial que no es crítico.
En este país se lleva haciendo desde hace mucho tiempo campaña de que los ciudadanos se quieren morir en su casa, pero es tremendamente teórico: el 80% de los ciudadanos nos morimos en hospitales de agudos. La incorporación de la tecnología y determinadas prácticas conllevan mucho sufrimiento cuando la muerte es inevitable. Entonces nos planteamos una sedación paliativa terminal, que es evitar el sufrimiento en ese tránsito, que he considerado una buena práctica médica y que se ha hecho siempre.
Desde la dictadura, no ha habido mayor encarnizamiento que el que sufrió el propio Franco.
Claro, imagínate el sufrimiento... Es terrible que, por una cuestión políticamente correcta, lo mantuviesen dos meses con vida mediante medidas de sostén vital. Recuerdo también a un papa al que sacaban al balcón y tenían que sostenerlo porque se caía hacia un lado. Puedes sublimar que hagan eso para dejarlo todo organizado, pero es terrorífico.
Lo malo es que esa forma de proceder también se traslada a los ciudadanos porque hemos llegado a una situación en la que la vida es un estado de necesidad. La vida por la vida no es normal. Estamos ampliando los años de vida, aunque no insuflando vida a los años. Hacemos de la vida un artículo de consumo. Tanto es así que hemos llegado a hacer una enfermedad del colesterol, cuando es un factor de riesgo.
¿Por qué el tabú de la muerte?
Ha sido un tabú muy fomentado. En Grecia y en Roma, si no producía daños a terceros —o sea, si no tenías deudas—, era una decisión autónoma, porque tu vida era tuya. Las religiones y los monoteísmos empezaron con la obsesión y la condena del suicidio, porque durante las persecuciones romanas que sufrieron los cristianos no existía el tabú de la muerte. Enfrentarse a los leones era una entrega al señor, porque ibas a estar sentado a la derecha del padre. Hacer un tabú de la muerte es una medida frente a la autonomía, frente a la disponibilidad de la propia vida.
Ha habido una ideología dominante que no permite que los ciudadanos determinemos el momento de irnos. Además, han planteado la vida como un derecho a proteger y como una verdad absoluta. Está claro que es así, que es el mejor bien graciable que tenemos, pero ese bien graciable en muchos momentos puede ser un mal indeseable. Tenemos todo el derecho del mundo a podernos apear en la estación del tránsito, que es la vida. O sea, en la línea 1 de metro, en vez de bajarme en Tribunal, hacerlo dos paradas antes.
Poder decidir sobre tu vida es un derecho de ejercicio de la libertad que no nos van a permitir nunca, por eso crean un tabú. Como decía Kant, en una sociedad potencialmente suicida se acaban las medidas de coerción y de miedo. Para ellos, sería la ingobernabilidad.
Y luego está todo el debate sobre las formas de disponibilidad de la propia vida. El suicidio es una muerte trágica, violenta, en soledad, y la ideología dominante lo ha caracterizado como un acto de cobardía. "Tú tienes problemas, no sabes enfrentarte a ellos y te retiras, porque eres un puto cobarde que no lucha contra los problemas".
Y las otras formas —muerte determinada, muerte dulce muerte voluntaria, muerte a petición…— están en los ordenamientos jurídicos, excepto en algunos países, en claro delito. El colaborador necesario: por lo tanto, malas prácticas médicas. Por otra parte, el debate está encochinado. Hablar de eutanasia —que significa buena muerte— es eugenesia. "Todo aquel viejecito que nos estorba lo vamos a liquidar". La presión psicológica que tenemos los ciudadanos para determinar el final de nuestra vida es tremenda.
Pero se avanzará, igual que se ha avanzado en el aborto, el divorcio o el matrimonio gay…
Claro. Ahí tienes la hipocresía y la doble moral de la ideología dominante, sea del partido que sea: "Mi vida no es mía, sino de un amigo invisible que nos quiere mucho, por lo que no puedo decidir el momento de la muerte porque creo en la sacralidad de la vida. Bueno, mientras yo no tenga un mal que me haga la vida indeseable, porque entonces la eutanasia [es bienvenida] para mí o para quién sea". Todos a hablar muy bien del dolor ajeno, pero el dolor propio me lo soluciono yo...
¿Cree que la eutanasia será reconocida?
Sin duda. Más pronto que tarde, porque es un debate que está en la ciudadanía. En la última encuesta del 2011 del CIS, el 80% de los ciudadanos estábamos de acuerdo con que los médicos debían suministrar sustancias para finalizar la vida si era reiteradamente requerida en una situación de intenso sufrimiento. El 57% de ellos explicaron que habían vivido en su entorno familiar y en su entorno la mala muerte, que causa tanto sufrimiento que hiere la sensibilidad de la familia, de los acompañantes y del equipo asistencial. Eso quiere decir que en España se muere fatal.
Sin embargo, parece que durante la pasada legislatura ha habido una regresión, véase el amago de reforma del aborto de Gallardón.
O la ley de autonomía del paciente. En julio de 2015, sin que pasara [por ningún lado], han suprimido toda la representación. Si el ciudadano no deja un registro de sus voluntades y de su planificación, la familia no puede decidir, sino que deciden los médicos en función de un estado de necesidad que es la conservación de la vida. Algo terrible.
Es darle en el ordenamiento jurídico pleno derecho al encarnizamiento terapéutico. Esto ocurre cuando los ciudadanos deciden un Gobierno con mayoría absoluta, donde funciona el rodillo político para todo.
Dado que esa decisión queda en manos de los médicos, usted se plantea luchar desde fuera del ámbito sanitario, porque entiende que desde dentro es difícil dar el paso adelante.
Los trabajadores sanitarios no tenemos problemas en morir bien, lo tiene la ciudadanía. En este país te mueres bien o te mueres mal en función de si tienes un amigo anestesista. Por eso, el cambio se va a producir gracias a los ciudadanos, porque la mayoría de los jefes y cuadros de las instituciones sanitarias avalan con sus prácticas la ideología dominante, mientras que las comisiones científicas y los comités ético-asistenciales están copados por las congregaciones religiosas, sobre todo por el Opus Dei. Y de ahí no va a venir el gran cambio.
Usted es una persona optimista y vital.
Claro. A veces escuchas en tertulias que en nuestra asociación defendemos la cultura de la muerte. Eso es una bestialidad. No somos enfermos mentales sino ciudadanos bastante alegres a los que nos gusta la vida. Pero si gestionamos la buena vida, también tenemos el derecho inviolable a gestionar la buena muerte.
¿Las denuncias en el hospital de Leganés llegan por el roce laboral o porque los denunciantes están en contra de la sedación?
En todos los trabajos siempre hay conflictos. Si tienes en cuenta que las primeras denuncias son anónimas, que dos auditorías sostienen que no hubo mala práctica y que hay un dictamen favorable de un comité de ética-asistencial, está claro que fue una campaña en contra montada por la autoridad sanitaria. Había tres razones: ideológica, económica y política.
La ideológica: aquel año las películas Mar adentro y Million Dollar Baby reabrieron el debate de la eutanasia; la respuesta fue acusarnos de cometer cuatrocientos homicidios.
En cuanto a la económica, cumplieron dos objetivos: torpedear la línea de flotación de la sanidad pública, porque la acusación crea una alarma social bestial; y además se paga una campaña de encargo, que desde el 11 de marzo hasta agosto plaga de titulares las portadas de la prensa conservadora. Una cortina de humo para incentivar que el dinero privado se introduzca en la sanidad pública, pues se inicia la construcción de los ocho nuevos hospitales de Esperanza Aguirre y se dan las contratas de esos hospitales.
Respecto a la razón política, la vicepresidenta Fernández de la Vega dijo que en esa legislatura no se iba a abrir el debate sobre la eutanasia y el suicidio asistido. Una declaración propia de un francotirador, como si dijese: "En un hospital público, abierto por ustedes y de clara ideología socialista, se han cometido cuatrocientos homicidios. No es que vayamos a abrir el debate de la eutanasia, es que ya la tenemos aquí".
La gente de derechas es muy lista y cumplió su objetivo clarísimamente. Hace seis o siete años, el 80% de la ciudadanía calificaba de excelente el servicio público de salud. En la actualidad ya es el 49% y, en unos años, será menos del 30%. En ese momento, desaparecerá el servicio público. Y estamos caminando hacia ello, con la derivación del dinero público a la esfera privada, la no dotación presupuestaria y el deterioro de la sanidad pública, que perjudica a los ciudadanos. Una vez que estos pierden la confianza, es el mejor momento para desarmarla y hacerla desaparecer.
Usted alerta de que la privatización no sería reversible, aunque supusiese un perjuicio para la ciudadanía y el Estado. También cree que primaría lo económico frente a la asistencia.
No hay dos tipos de gestiones, pública y privada, sino buena gestión y mala gestión. Una mala gestión es la de los bancos, que son privados y hemos tenido que reflotarlos. ¿Por qué gestiona mal la privada? Porque en un servicio social entra en escena el ánimo de lucro: tiene que generar un tanto por ciento para los intereses de los fondos buitres que participan. Si tengo un presupuesto de siete millones de euros y un 12% va a parar a los inversores, me quedan cinco y pico millones, y eso va a repercutir. Hay que fijarse en los Estados Unidos, donde una enfermedad te puede llevar a la bancarrota.
Al final salió usted bien parado del juicio, pero supuso una amarga victoria.
Recurrimos el auto de archivo del juzgado de Leganés, porque sostenía que hubo mala práctica médica, algo que descartó posteriormente la Audiencia Provincial. La batalla la perdimos porque no queda nadie del equipo trabajando en el Hospital de Leganés. Destituyeron a cinco jefes de servicio, a tres supervisores… El daño fue terrible.
En un primer momento, esa política de miedo provocó que disminuyesen las sedaciones, no fuese a ser que alguien enviase una denuncia anónima. Pero la crisis del Severo Ochoa abrió el debate definitivo de la eutanasia y el suicidio asistido. Tanto es así que, once años después, los profesionales pueden consultar en la web de la Organización Médica Colegial un protocolo de sedación paliativa terminal: fármacos, dosis, cómo emplearlos… A la larga, ha supuesto un avance.
Y Lamela, pese a los reveses, quiso morir matando.
Arrasándolo todo, así es la derecha. Si se hubiesen consentido en cinco años más de cuatrocientos homicidios, significaría que los dos mil profesionales del hospital serían colaboradores necesarios. ¿Usted cree que es verosímil que un médico llamado Montes le comió el tarro a todos los trabajadores? Claro, tras la denuncia, el hospital explotó. Luego más de 50.000 vecinos se manifestaron en defensa del Severo Ochoa.
Crean una comisión a dedo con personajes bastante nefastos de la medicina. De 400 muertos bajan a 63. Luego, la Clínica Médico Forense los reduce a diecisiete y el juez nos llama por cuatro. En seis meses, la campaña mediática... Y durante ese tiempo arrasan con el hospital, que no ha vuelto a ser lo que era. Finalmente, cuando el caso fue archivado, Lamela dijo que del Severo Ochoa no iba a hablar más. Y no volvieron a hacerlo. Para ellos significó una derrota, pero la derrota fue para nosotros, porque nos dieron hasta en el carné de identidad.
Esta es la transcripción íntegra de una entrevista inédita a Luis Montes realizada el 1 de febrero de 2016 con el objetivo de publicar un perfil sobre el defensor de la eutanasia y la muerte digna. Algunas citas de la conversación fueron incluidas en Doctor Montes o el derecho a morir dignamente.
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