Este artículo se publicó hace 13 años.
Joan Manuel Serrat emociona a la noche andina
El cantautor español Joan Manuel Serrat, un poeta de la música, cantó en Quito a un poeta de la palabra, Miguel Hernández, en un concierto en un coliseo ante miles de personas que vibraron y se emocionaron con él.
El barcelonés se presentó con su traje de hombre simple, cazadora marrón, vaqueros y camisa azul, como quien va a ver a viejos conocidos.
Y ellos, su público, le recibieron como tal, pues pese a la distancia entre su Mediterráneo y las alturas de Quito, las canciones de Serrat han sido tanto en España como en América la banda sonora de la vida de varias generaciones.
En la primera parte del concierto, Serrat presentó a su gente su último disco, "Hijo de la luz y de la sombra", que toma el nombre de uno de los poemas más bellos de Miguel Hernández, en celebración del centenario de su nacimiento el año pasado.
"Eres la noche, esposa, yo soy el mediodía", cantó Serrat con emoción y voz contenida, mientras desgranaba los versos de sobrecogedora ternura del poeta alicantino, incluidas las famosas "Nanas de la cebolla", que Hernández escribió a su hijo desde una prisión franquista.
"Menos tu vientre todo es confuso", dijo el poeta, perseguido, quien murió en la soledad de la celda, pero Serrat lo liberó en Quito, sentado en un taburete con un fondo de violín, al poner música a unos versos que se escaparon de los barrotes.
Entre gritos de aprobación del público, el cantante catalán terminó su homenaje al poeta con "Para la libertad", una oda a la persistencia y a la lucha que Serrat cantó como una alegre liberación.
Mientras, en el telón de fondo se proyectaban imágenes de periódicos de la transición española, con titulares como "Adiós, Franco, Adiós", en referencia al dictador Francisco Franco, fallecido el 20 de noviembre de 1975, y "España mañana será una democracia".
En la segunda parte del concierto un Serrat bienhumorado y energético presentó una selección de su amplio repertorio.
No tuvo que hacer grandes esfuerzos para ganarse al público ecuatoriano congregado en una noche lluviosa y fría en el coliseo Rumiñahui, en la penúltima parada de su actual gira por América Latina, que acabará la próxima semana en Lima.
Era una audiencia conquistada antes de oír el primer acorde, que en el escenario esperaba a alguien entrañable y querido, una especie de hermano de ultramar.
En el anonimato de la oscuridad, los quiteños, en general comedidos, se aventuraron a tararear "no hay nada más bello que lo que nunca he tenido", de la canción "Lucía", pero con cada tema el volumen del público era más fuerte.
Con el primer acorde de "Mediterráneo", una de las canciones más célebres de Serrat, el auditorio estalló en un grito de júbilo.
Y con "Cantares", una canción que toma tres estrofas de otro poeta, Antonio Machado, el cantautor se convirtió en un simple director de orquesta, que encauzaba a una audiencia en trance y transformada en coro.
Serrat tampoco les negó el lirismo de "Penélope", otro clásico de su discografía, y dedicó una canción a los ecuatorianos que han hecho de Cataluña "un lugar de acogida y de trabajo", así como a los catalanes "que en estas tierras encontraron su hogar", según dijo.
Terminó, dos horas después de haberse colgado la guitarra, con "Fiesta", una canción de adiós y de resaca, pero que deja el sabor de boca del gozo disfrutado durante una noche de libertad, en la que todos "bailan y se dan la mano sin importarles la facha".
Así fue Quito, donde la voz de los que cantaban la poesía de Serrat en la galería más lejana y la de los de la tarima frente al escenario era una sola.
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