Este artículo se publicó hace 16 años.
Los gitanos españoles temen que el racismo de Berlusconi llegue a España
Las asociaciones romaníe, indignadas con las políticas italinanas y la indiferencia de la UE
Es un "momento caliente". En eso coinciden la mayoría de las asociaciones de romaníes. Caliente, porque después de 30 años de progresiva normalización de esta comunidad en la sociedad española, "las medidas de Berlusconi están otra vez demonizando a los gitanos", en palabras de Antonio Vázquez Saavedra, vicepresidente del Consejo Estatal del Pueblo Gitano.
El Ejecutivo italiano ha puesto a los gitanos en el punto de mira al dar poderes a los delegados gubernamentales para que los censen, expulsen o realojen, y ordenar a la Policía que les tome a todos los romaníes las huellas dactilares.
Asociaciones de toda Europa han denunciado la "vuelta al nazismo", en una expresión muy repetida entre los colectivos. "Es la Administración la que toma medidas contra un grupo concreto y esto es discriminación", dice Isidro Rodríguez, presidente de la Fundación Secretariado Gitano.
Plataformas de asociaciones gitanas, como la Coalición Europea de Política Gitana, han enviado cartas al Gobierno italiano y manifiestos a la UE pidiendo un cambio de actitud y una condena explícita. Ha habido manifestaciones como la del 8 de junio en Roma y se planean algunas más, entre ellas la que la asociación Unión Romaní convocará en Madrid el próximo agosto.
Desde España, los gitanos ven la situación preocupante. "Aquí llevamos 30 años de políticas de integración", afirma Rodríguez, "pero hay que tener cuidado con los brotes de racismo porque siempre hay riesgo de que la mecha prenda y haga hogueras". El peligro se agudiza en época de crisis económica. Elena Ferrando, de la misma asociación, destaca que el ambiente de rechazo sumado a la recesión provoca que "las empresas ya no contraten a todos con la misma alegría de antes. Ahora seleccionan más, se dejan llevar más por el prejuicio, y el que pierde es el gitano".
Indignación generalizada
En el barrio valenciano del Cabañal sólo hay que preguntar a los gitanos que toman el fresco en la calle para comprobar su indignación ante lo que han visto o leído en los medios de comunicación. Todos menean la cabeza y repiten la misma coletilla: "Es como en los tiempos de los nazis". Amelia hace el mejor resumen: "Nosotros siempre hemos estado muy discriminados y ya se sabe: el pez grande se come al chico".
No obstante, es difícil encontrar a los que, probablemente, están más molestos con Berlusconi: el 80% de los gitanos, calificados como "invisibles" por Ferrando porque no responden al estereotipo de chabolas, chatarra y mercado. Son miles de personas que trabajan en supermercados, hospitales o en la construcción. ¿Cuántos? Es imposible saberlo porque "sería ilegal clasificar a los miembros de una profesión en función de su etnia".
Ellos son la imagen del éxito y la integración de la minoría romaní, pero también de la permanencia del estigma sobre esta etnia y del sentido negativo que todavía conserva la palabra "gitano". Algo va mal cuando José, estudiante, todavía se ve obligado a explicar que "no tiene ninguna vergüenza en reconocer que es gitano". O cuando Paco, trabajador de un concesionario de coches y parapetado tras un nombre ficticio, declina la invitación a que su imagen forme parte de este reportaje.
Además de arrastrar el prejuicio, el colectivo también está a la cola en el estado del bienestar. En educación, según datos del Secretariado Gitano, 7 de cada 10 no ha terminado los estudios básicos. En el mercado laboral, el 71% tiene contratos temporales, frente al 31% de media en España. Para payos y gitanos queda un largo camino de integración por recorrer que medidas como las del Gobierno de Berlusconi no contribuyen a allanar.
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