Este artículo se publicó hace 13 años.
La fiesta habría que pagarla a medias
Antonio Avendaño
La política no tiene prestigio porque es una perdedora. La crisis ha evidenciado sus carencias hasta tal punto que a los líderes les resulta imposible convencernos de lo contrario. La maldita crisis nos ha enseñado que los políticos, que en otro tiempo fueron los maquinistas del tren, son ahora los revisores que pican el billete de los viajeros. Y ni siquiera el de todos los viajeros, sino únicamente el de los que viajan en segunda clase, que son la mayoría. Al selecto grupo de quienes viajan en primera los gobernantes ni siquiera se atreven a pedirles el billete. Son viajeros algo quisquillosos y podrían enfadarse.
Movimientos como Democracia Real Ya son la prueba no tanto de que la gente no cree en la política como la prueba de la nostalgia que mucha gente siente de aquella antigua fe en la política que hoy han perdido. A la derecha no le preocupan esas manifestaciones porque sabe que no van con ella. A la derecha no le preocupa la derrota de la política porque siempre se ha sentido más cómoda sin política que con ella. Un ejemplo han sido los dorados años sin control sobre el dinero; era el estado ideal para la derecha: el dinero campando a sus anchas y generando dinero y más dinero sin que los políticos anduvieran por ahí molestando y exigiendo a los viajeros de primera clase que les mostraran su billete. ¿Pero usted sabe con quién está hablando? Sin gente como yo, señor mío, no habría ni viaje ni tren ni revisor ni nada; así que deje de molestar.
Lo que la gente le está pidiendo a los políticos es eso, que al menos empiecen a molestar un poco, que ya que se han quedado en revisores dejen de simular que siguen siendo maquinistas y al menos se comporten como revisores exigentes y no como asustadizos subalternos siempre temiendo que la gente de primera clase se baje del tren sólo porque alguien le reclama el billete.
Ahora la fiesta ha terminado: los adultos estamos sumidos en el desconcierto y los jóvenes lo están en la impotencia. Unos y otros, viajeros todos de segunda clase, fuimos invitados a la fiesta sin haberlo pedido y nos divertimos mientras duró: lo que no sabíamos es que los mismos tipos que nos habían invitado nos pasarían de forma tan brusca la factura de unos gastos que suponíamos que pagaban ellos. Y si no ellos, que al menos pagábamos a medias. La plataforma 15-M también persigue cosas como esa: que los gastos del fiestorro los paguemos a medias. Qué menos.
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