Este artículo se publicó hace 2 años.
Feijóo, el gestor amigo de un narco que nunca creyó en lo público
La fama de gobernante moderado y de buen administrador que el presidente de la Xunta ha construido en el imaginario colectivo de la derecha no se corresponde con la realidad de sus políticas al frente del Gobierno de Galicia
A Coruña-
Alberto Núñez Feijóo es presidente de Galicia por una operación de fuego amigo similar a la que ahora puede llevarle de nuevo a Madrid. Fue en el año 2003, apenas tres meses después del hundimiento del petrolero Prestige. El entonces vicepresidente de la Xunta José Cuiña, delfín de Manuel Fraga, tuvo que dimitir después de que Génova filtrara que una de las empresas de su familia había vendido a la Xunta material para limpiar las playas de chapapote.
Al contrario que ahora Isabel Díaz Ayuso, y a pesar de que nunca se acreditó que aquella operación generara beneficios, Cuiña no tuvo entonces más remedio que irse. Y Feijóo, que ocupaba entonces la presidencia de Correos, desde donde había pilotado la privatización de la empresa pública, acudió a la llamada de José Manuel Romay Beccaría para hacerse con la vicepresidencia gallega. Era uno de los protegidos de Romay, el ex ministro de Sanidad con quien se había iniciado en política unos años antes. Romay tardó poco en convencerle, como poco había tardado unos años antes en lograr que aquel funcionario gris del cuerpo de letrados de la Xunta se afiliara al Partido Popular y ascendiera al puesto de secretario general en su consellería.
El mayor mérito de Alberto Núñez Feijóo (Os Peares, Ourense, 1961) reside probablemente en su capacidad para haberse construido desde entonces frente al imaginario público como un político honrado, conciliador y dotado para la gestión, lo que que le ha ayudado a ir subiendo peldaños en su carrera pero dista mucho de la realidad.
Las políticas que ha desarrollado el PP en Galicia durante sus casi trece años al frente de la Xunta desmienten su fama de conservador moderado y apuntan más bien a un neoliberal de libro. De los resultados de éstas, además, puede deducirse que tampoco es el gran gestor que imagina el electorado del PP fuera de Galicia. Y de sus fotos compartiendo yate y vacaciones con el narcotraficante Marcial Dorado, puede convenirse que no es tan cierto que siempre haya sabido estar en el lugar y en el momento adecuados.
Aquellas imágenes, incautadas por la Guardia Civil en un registro en la mansión de Dorado, se tomaron a mediados de los años 90, cuando la consellería de Romay contrataba el suministro de combustible para la calefacción de los hospitales y las ambulancias del Servizo Galego de Saúde (Sergas) con la empresa de gasolineras de Dorado, que también surtían de gasóleo a las planeadoras y camiones con los que el narco transportaba tabaco, hachís y cocaína.
Lo de Dorado con Feijóo -recordemos, secretario general de aquella consellería- no fue una relación puntual fruto de un error de cálculo, sino una amistad añeja con un tipo al que toda Galicia sabía relacionado con el contrabando y el tráfico de drogas. Pero él supo manejar la situación sin que le costara ni un voto. Al contrario. Las fotos se hicieron públicas en el 2013 y tres años después Feijóo obtuvo su tercera mayoría absoluta con casi 677.000 sufragios, 23.000 más de los que había logrado en las elecciones anteriores al escándalo.
Sobre ese apoyo popular se ha permitido desarrollar políticas con enormes recortes y costes sociales que, sin embargo, no parecen pasarle factura. En estos años Feijóo ha cerrado uno de cada diez colegios públicos, ha eliminado la gratuidad de los libros escolares y ha limitado en ellos el uso del gallego, mientras ampliaba las subvenciones a los colegios privados concertados. También ha cerrado una de cada diez camas de hospital y ha recortado un 20% el presupuesto en atención primaria, mientras multiplicaba las privatizaciones con conciertos con empresas como Quirón y Hospitales de Madrid, que desembarcaron en Galicia a la vista del enorme lucro que podían obtener gracias al negocio que les ofrecía la Xunta.
"A pesar de que proviene del sector público, él no cree en lo público. Considera que la gestión privada es mucho más eficaz, flexible y simple. Lo pensaba hace años y creo que lo sigue pensando ahora", asegura un abogado que compartió despacho con el presidente de la Xunta en los tiempos en los que trabajaba en los servicios jurídicos de la Administración autonómica.
Después de trece años, el índice de pobreza en Galicia supera el 22%, con más de 597.000 personas pobres según los últimos datos de la Red Europea contra la Pobreza. De ellas, más de 312.000 son mujeres. La desigualdad en España tiene rostro de mujer que vive en la tierra donde gobierna Feijóo: cobran las segundas pensiones más bajas de todo el Estado, 836 euros de media, casi 300 euros por debajo de lo que perciben los pensionistas varones.
Con Feijóo ha desaparecido el sistema financiero gallego: cayeron el Banco Pastor, el Banco de Galicia, el Banco Gallego, el Banco Etcheverría... Y desaparecieron las cajas públicas, Caixa Galicia y Caixanova, sometidas a un proceso de fusión y privatización forzadas auspiciado personalmente por él que costó más de 8.000 millones de euros al erario público y cero euros a su comprador, el banquero venezolano Juan Carlos Escotet, quien obtuvo beneficios con ellas desde el primer ejercicio.
Abanca se ha convertido en el principal soporte financiero de la Xunta, que acaba de premiar a Escotet con una licencia para una universidad privada, cuyo rector es el hermano del banquero, con la oposición de las tres universidades públicas gallegas. Abanca sigue ganando dinero -323 millones netos el año pasado- pero sigue destruyendo empleo y cerrando oficinas en las zonas rurales y en los barrios pobres de las ciudades.
Aun así, Feijóo, que ha elevado la deuda pública de Galicia más de un 100% desde que es presidente, acaba de concederle a Escotet una subvención de tres millones de euros para que sustituya sucursales por cajeros automáticos.
La contestación social contra la exclusión financiera en las zonas desfavorecidas es amplia, como lo son las protestas contra los recortes en sanidad y en educación, las de los alcaldes que no son del PP contra la discriminación en el reparto de fondos autonómicos o contra los megaparques eólicos proyectados por la Xunta, cerca de 300, en zonas protegidas o demasiado cerca de núcleos habitados cuyos habitantes se encuentran desamparados.
Con Feijóo se han multiplicado los parques que enriquecen a las eléctricas que envían la energía fuera de Galicia, pero el país se desindustrializa año a año y la Xunta ni siquiera puede evitar que empresas electrointensivas, como Alcoa, abandonen el país alegando que los exagerados precios de la electricidad les impiden ser competitivas, a pesar de que están literalmente rodeadas de aerogeneradores.
Otro de los méritos que caracterizan a Feijóo en contraposición con su imagen pública es haber sabido armar una poderosísima y omnipresente maquinaria clientelar, modernizando la red que heredó de Manuel Fraga, y que explica en buena medida la contundencia de sus cuatro mayorías absolutas consecutivas.
Los medios de comunicación privados con capacidad para abrir y conducir debates públicos reciben subvenciones millonarias de la Xunta mediante convenios de la práctica totalidad de sus consellerías, mientras la oposición se cansa de acusarle de estar detrás de la manipulación en los medios públicos de la Corporación Radio e Televisión de Galicia, donde los sindicatos denuncian que los periodistas críticos son purgados sin rubor alguno.
También hay purgas en la sanidad con oposiciones amañadas destinadas a situar en las jefaturas de servicio de los hospitales a médicos afines al PP, convertidos en mandos intermedios del partido que ejecutan sin rechistar los recortes decididos en los despachos del Gobierno. Ni siquiera el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia, con una decena de sentencias en contra de esa estrategia judicialmente censurada, han logrado evitar que la mayoría de esos jefes médicos nombrados a dedo sigan en sus puestos.
El dedo de Feijó ha situado en cargos de relevancia en empresas e instituciones descentralizadas, con sueldos mucho mayores que los de la Administración, a amigos, colaboradores y compañeros de partido. El dedo no duda ni siquiera cuando se trata de colocar a familiares. Uno de los mejores ejemplos de nepotismo es su propia prima, la doctora Eloína Núñez Masid. Feijóo la nombró gerente del área sanitaria de Ourense a las pocas semanas de acceder a la Xunta en el 2009. Y hace tres años la ascendió a gerente del área sanitaria de la capital gallega, que cuenta desde entonces con las peores listas de espera quirúrgica de la comunidad.
Feijóo es un gran gestor, pero un gran gestor de su propia imagen, que no debe confundirse con la de Galicia y que tampoco debe confundir a los simpatizantes, militantes y cargos del PP que piensan que él es la solución a todos sus males.
Es cierto que Vox no existe en Galicia, pero lo es porque la ultraderecha ya está en el PP de Galicia y en la Xunta, que no movió un dedo para recuperar el pazo de Meirás, declarado bien de interés cultural en el 2008 bajo el Gobierno del PSOE y el BNG, y que sólo sancionó a los Franco con una multa leve por su negativa reiterada a cumplir durante años los plazos convenidos de apertura del pazo al público.
La misma advertencia sirve para quienes creen que Feijóo es garantía de éxito para todos los que se arriman a él. La mayoría de los ayuntamientos de Galicia -169 de 315- están regidos por alcaldes que no son del PPdeG, cuyo poder se basa sobre todo en las zonas rurales porque tampoco gobierna en ninguna de los siete grandes núcleos urbanos de la comunidad. Salvo en Ourense, donde lo hace en coalición con Gonzalo Pérez Jácome, imputado por corrupción.
De las cuatro diputaciones provinciales, la única en manos de de los populares es la que preside Manuel Baltar, que depende, precisamente, del voto personal de Jácome. Las elecciones generales de abril del 2019 en Galicia las ganó el PSOE, y en la repetición electoral en noviembre, la suma de PSOE, Unidas Podemos y Bloque Nacionalista Galego superó al PP de Feijóo en casi 300.000 votos. Sí, Feijóo es sinónimo de buena gestión y de victoria segura. Pero sólo para él mismo.
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