Este artículo se publicó hace 8 años.
La desigualdad y el cáncer de mama
Piden algo más que un día de lazos rosas, fotografías de caridad y campañas de publicidad contra el cáncer de mama. La razón no es otra que vivir la enfermedad en un sistema que las ha dejado desamparadas frente a la pobreza, el paro, las condiciones laborales o la desigualdad. Tres mujeres nos cuentan cómo afrontaron su cáncer de mama, un tumor que afecta a una de cada diez personas en España.
-Actualizado a
MÁLAGA.- “Tienes cáncer de mama”. Aquella frase les sonó como una sentencia. Desde ese instante, Marisa, Mari Ángeles y Mara sabían que su vida sería diferente. No sólo por el tumor al que debían hacer frente, sino porque a su alrededor todo parecía una barrera de obstáculos: paro, pobreza, ayudas insuficientes o la ausencia de una protección estatal que cubra sus necesidades. Esta es la historia de tres mujeres que han superado el cáncer de mama, y que reclaman más igualdad y protección para que otras afectadas no pasen por su misma situación.
La mamografía que le hicieron en 2013 no mostraba nada, pero Marisa seguía impaciente con aquel bulto que se palpaba en la mama. Al año siguiente, ya tenía su diagnóstico en la mesa. “¿Por qué a mí? Esa fue la primera pregunta que me hice. A partir de ahí, me harté de llorar ese día”, confiesa. Tenía que hacer frente a dos retos: vivir y cómo vivir en sus circunstancias.
47 años, en paro. Desde la crisis, tuvo que cerrar el bar donde trabajaba de cocinera. Cuando le detectaron la enfermedad ya había agotado la prestación. “La solución que me dijeron fue darme de baja en la Seguridad Social y pedir una prestación no contributiva. Me daban 365 euros de paga al mes”.
Marisa afrontó la enfermedad muy sola. Su pareja no aceptó la enfermedad desde la primera sesión de quimioterapia. Ella compartía su casa con uno de sus hijos, mayor de edad, pero también estaba en paro. “Entre los dos salíamos hacia delante. Una mañana fui a la asistenta social de mi zona, con mi pañuelo ya en la cabeza, porque no tenía para comer. Conseguí que una vez al mes me diesen una bolsa con comida: chícharos, lentejas… cosas así. Tampoco mucho, no daba para la semana”. Siguió buscando ayuda de otro tipo, más personal y anímica. Acudió a una asociación de mujeres afectadas por cáncer en Los Remedios, Sevilla. Le dijeron que la llamarían… “y todavía espero que me llamen”, explica, con una leve carcajada.
Marisa afrontó la enfermedad muy sola. Su pareja no aceptó la enfermedad desde la primera sesión de quimioterapia.
Menciona la entrega de su cuñada y de su mejor amiga, Eli, y se le quiebra la voz. Sin ellas y el dinero que le daban poco a poco, no hubiese podido sobrevivir. Además de la enfermedad y las necesidades básicas, tenía otro obstáculo: la hipoteca. “Yo sólo ingresaba los 365 euros y la hipoteca era de 360 euros. Así que ese dinero tenía que ser para comer o pagar facturas. Pero el banco me llamó. Yo les dije que no me negaba a pagar, pero es que no podía. Una de las empleadas de la sucursal me dijo que si yo quería, podía hacerlo. Así que me presenté en el banco, para que me viera en qué estado estaba, cuando no podía ni trabajar. Me quedaban diez años de hipoteca, y me hicieron una moratoria. Me la han alargado a cuarenta años. Ahora mismo pago veinte euros al mes durante cinco años, mientras tengo el tratamiento de las pastillas”, detalla.
En este momento su reto es encontrar trabajo en el sector de la hostelería o limpieza, después de estos años de inactividad en los que la enfermedad se cruzó en su camino. “Parece que las personas con más de 40 años no pueden trabajar. Yo no quiero depender de nadie. Hace dos meses trabajé en un bar, un domingo, y me pagaron la hora a sólo tres euros. Y me dije… no me niego a trabajar, pero tampoco que me humillen. Entré a las nueve de la noche y salí a las dos de la mañana. Recibí 20 euros. Así no puedo remontar”.
Ahora cobra una pensión de 426 euros, que se termina en noviembre. No sabe qué vendrá. Ya teme a pocas cosas en la vida. Recuerda cuando se rapó la cabeza o las sesiones de la quimio, pero también el día que decidió cambiar: “Fue una mañana, que iba andando y me encontré con un niño que tenía una pistola de agua. Me fijé y vi que él tenía cáncer, con su cabecita ‘pelá’ y me dije… yo también voy pa’lante. Me agarré a eso. Y funcionó, porque también me gusta vivir. Me gusta mucho la vida.”
Mari Ángeles pensaba que iba a morir. No recuerda que los médicos le dieran esperanzas. En ese momento, después de que a su hijo le detectaran una enfermedad, ella estaba en depresión. También arrastraba dolor en el brazo y en la mama desde hacía tiempo. La última mamografía y ecografía no indicaban nada, mientras su médico de cabecera sólo le recetaba antibióticos. “Tenía la sensación de que todo el mundo creía que me quejaba de vicio”, rememora. Tardaron cuatro meses en hacerle la prueba definitiva. Sólo recuerda llamar a su hermana, para que se lo comunicara a su madre.
A partir de ahí, la operación y las sesiones de quimio. “Aquello fue lo peor, porque me ponía muy mala los días siguientes. Desde la tercera sesión no quería salir de la cama”, admite. Aquellas jornadas las combinaba con las visitas al fisioterapeuta de la Asociación de Mujeres con Cáncer de Mama de Málaga (Assamma), donde podía recuperar parte de la movilidad del brazo que había perdido tras la operación.
“Me sentía completamente inútil, incapaz de cuidar a mi hijo dependiente. Todo lo hacía mi marido y mi madre, que venía a cuidar de los niños cuando yo estaba en quimio”
Junto a la enfermedad, no tuvo tratamiento ni atención psicológica para su depresión. Mari Ángeles había perdido a su padre cuando ella tenía seis años, por cáncer, y le aterraba la idea de pensar que sus dos hijos pasaran por lo mismo. “Me sentía completamente inútil, incapaz de cuidar a mi hijo dependiente. Todo lo hacía mi marido y mi madre, que venía a cuidar de los niños cuando yo estaba en quimio”. Su marido llevaba en desempleo desde el inicio de la crisis, pero al convertirse en su cuidador, ni siquiera podía buscar trabajo. “Es una enfermedad que tira de toda la familia, y necesitábamos la ayuda de los nuestros”, menciona.
Ya hace cinco años de aquella etapa. Reconoce que le faltó ayuda psicológica y económica. Salió sola hacia delante, cuando un buen día sintió que renacía. “No lo vas a creer, pero una vez que tocas fondo, lo único que te queda es ir para arriba. Me ocurrió tres meses después. Había soñado con un tío mío que falleció hacía poco y él me decía una fecha. Yo pensaba que era la fecha de mi muerte. Pero el día pasó. Seguía viva. Así que al día siguiente me levanté, puse la radio y me puse a jugar con mi hijo. Fue un cambio de la noche a la mañana. Me levanté con ganas de vivir y de luchar. Podía con eso y con todo lo que me echaran… Y aquí sigo”.
“En este mes de octubre te sientes como el producto de un negocio donde muchas empresas comen. Es tremendo esto del lazo rosa, y estar en invitaciones que no van a nada, porque hay un ocultación real de lo que pasamos las afectadas”. Quien habla es Mara León, una fotógrafa sevillana. Ella misma se ha retratado en una de las imágenes de su proyecto 730. La cifra es una metáfora de los dos años que, de media, hay que esperar para la reconstrucción de una mama, aunque explica que es un proceso que se puede alargar más, porque es probable que se precise más de una operación.
“Es un derecho que existe en todas las comunidades autónomas, pero el problema es que no se gestiona de la misma manera. Algunas, como Valencia, tienen una lista de espera de unos ocho o diez meses. Pero en Cataluña son casi cinco años. En Extremadura, tres años. Aquí, en Sevilla, dos o tres…”, enumera. Recuerda el respaldo legal que estas mujeres pueden reclamar, y remite a la ley de Cohesión y Calidad del Sistema Nacional de Salud. “La sanidad pública estatal está obligada a cubrir las necesidades de la forma más equitativa en todas las comunidades. Es decir, lo que ocurre es desigualdad. No hay protocolos de actuación dentro del territorio nacional”.
2013 fue el año en el que diagnosticaron su cáncer de mama. Reconoce que fue una situación de desamparo, porque “he tenido que buscarme la vida los dos años que estuve entre la enfermedad, el tratamiento, y la recuperación. Tengo el brazo afectado. Yo soy joven para trabajar, pero tengo esa situación”.
“Con la crisis me despidieron y, desde entonces, intenté sobrevivir en un país derrumbado económicamente. En 2013 me diagnosticaron la enfermedad. Yo llevaba más de cinco años sin cotización, no tenía prestación ni derecho a nada”
Mara trabajó diecisiete años en un estudio de arquitectura. “Con la crisis me despidieron y, desde entonces, intenté sobrevivir en un país derrumbado económicamente. En 2013 me diagnosticaron la enfermedad. Yo llevaba más de cinco años sin cotización, no tenía prestación ni derecho a nada”. Pocas alternativas le quedaban, salvo hacer frente con las escasas soluciones que se le venían a la cabeza.
“15 días antes de operarme me vi metida en una mudanza. Cerré mi casa de alquiler. Me fui a casa de mi padre durante el año de la enfermedad, para quitarme gastos de alquiler, luz, agua y demás. Todo esto fue muy duro. Con ayuda de mi familia y los ahorros tiramos hacia delante”. Y, sin trabajo por cuenta ajena, hizo frente al cáncer desde su condición de autónoma. “Me vi con mi pañuelo puesto en la cabeza y trabajaba donde me llamaban, poco a poco. No fue fácil. Para nada”.
Recuerda el caso de Beatriz Figueroa, quien reclama desde hace años una protección legal durante la enfermedad. “Ella dice que si no te mata el cáncer, te mata el sistema. Y es verdad, tenemos muchas limitaciones físicas. Si no te coge la enfermedad trabajando por cuenta ajena y te puedes pedir una baja laboral, cubrir tu parte económica es muy difícil. No queda otra alternativa que tirar de los tuyos”.
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