Este artículo se publicó hace 16 años.
Las cuevas desafían a la piqueta
La Justicia impide al Ayuntamiento de Granada el desalojo de vecinos del Sacromonte para reurbanizar la zona
"Se está aquí como en el vientre de una madre”. Calentito en invierno, unos 15 grados, y fresco en verano, algo más. Yoni, melena estilo farruquito, es “medio gitano, medio payo”, canta en los tablaos de turistas de vez en cuando, y habita con Yesi, su pareja, una de las 44 cuevas de San Miguel Alto, en el Sacromonte granadino. Yoni grita: “moro” y de la caverna vecina sale Yagua, marroquí, ahora sin trabajo por el parón de la construcción. “Con la confianza le digo así. Él me dice gitano y no hay problema”.
Arcos y arabescos, recuerdo de su patria, franquean la entrada a varias de las estancias. Al fondo, como en todas las cuevas, la cama. Aún no ha terminado los trabajos de reforma y Yagua se toma un té calentado con una bombona de gas. Ha estado trabajando toda la mañana en su hogar. Tiene televisión también. “La luz la cede un vecino y le pagamos la diferencia entre su cuenta sin nosotros y la cuenta con nosotros”, asegura Yoni. Viven en la zona superior del cerro, sobre el Albaicín, el casco histórico, que domina la ciudad entera.
Hace más de un año la policía, enviada por el ayuntamiento, gobernado por el PP, trató de desalojar a los habitantes de las cuevas con dos excusas: que se caían y que el terreno era de propiedad municipal. Como telón de fondo está la recalificación de la colina, que, tras anunciarla, ahora niega el ayuntamiento, para edificar un foco turístico, levantar un hotel y acondicionar varios hipogeos para espectáculos de Zambra flamenca (del Albaicín son Enrique Morente y otros grandes).
Sin embargo, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, en sentencia contra la que no cabe recurso, le paró la semana pasada los pies. Los magistrados consideraron que “no existe certeza de que todas las cuevas sean propiedad municipal” y recordaron que el derecho a la inviolabilidad del domicilio está recogido en el artículo 18.3 de la Constitución. Aconsejaron, además, al ayuntamiento que presente un expediente individual por cueva y no uno conjunto como había hecho. El consistorio confirmó que así lo hará. Las cuevas del Sacromonte están habitadas al menos desde el siglo XVI.
Okupas y energía solar
Paco, pantalón de motorista, pendientes en la oreja, asegura disponer de un título de propiedad. Pagó por su caverna hace más de tres lustros casi dos millones de pesetas (12.000 euros). No vive ahora allí, adonde llegó como okupa, porque tiene una casa en el centro de Granada. Pero se pasea a menudo y conoce a todo el mundo. Él se precintó su cueva. “Por los okupas, que se me metían dentro”, asegura. Él quiere que el ayuntamiento convierta la colina en un foco turístico para así sacar provecho de su propiedad. Hace tiempo que se cansó de la vida itinerante a la larga del okupa.
Las mejores vistas de la Alhambra
En la ladera, orientada al suroeste, se disfrutan las mejores vistas de la Alhambra. Y extraordinarias puestas de sol en la vega de Granada, adornadas por las cumbres blancas de Sierra Nevada. “No hay una igual a otra”, asegura Sun (Sol, en inglés) sentado en un sofá rojo al raso, adonde llega sordo y lejano el ruido de la ciudad. Es un “hippi”, según la particular terminología de Yoni, y, es, en rigor, un alemán de unos 35 años que estudió arquitectura y técnico en energía solar empeñado en demostrar que las fuentes renovables son el futuro del planeta. De ahí su nombre artístico.
Sun habita una de las cuevas que fue cerrada por la Policía. Le costó meses vaciarla de tierra y niega la mayor: que la mayoría de las cavernas estén en ruinas. La suya ciertamente no lo está. Se llama la cueva de la mariposas –el nombre está labrado en el marco de madera que custodia la entrada– porque un día mientras cavaba apareció una. Y creyó en la metáfora. “La mariposa cambia de vida tres veces en una vida”, dice.
Al visitante le ofrece un té, que calienta en una plataforma situada en el centro de un cuenco gigante de aluminio que, enfrentado al sol, refleja sus rayos. En un momento, la temperatura de la tetera supera los 100 grados. Dentro, carga el teléfono móvil en un enchufe. Lo puede hacer porque una pequeña placa solar, que le costó 150 euros de segunda mano, alimenta una batería capaz de conservar la energía del sol durante tres días. “Es un ejemplo de cómo se puede vivir de manera simple, es un ejemplo de cómo se puede luchar contra la desertificación”, asegura. Y remacha: “La gente se ha ido a lo más futurista y se ha olvidado de lo básico. Espero que la gente cambie antes de que se vaya todo al garete”. Sun, idealista, está en contacto con redes contra el cambio climático y la violencia urbanística. La casa de las mariposas es querida en la colina y no es la única que se gestiona de esta manera.
Residuos orgánicos y compostaje
Yoni, Yagua, Sun y los habitantes sacan el agua de la fuente del aceituno, en una ermita cercana. La conservan en bidones y la utilizan para lavarse. Yoni se cuida mucho su melena. En la colina, unos mean y cagan donde pueden y ahí se queda. Otros reivindican el compostaje, una técnica alternativa y natural para reciclar la materia orgánica como abono. “Es gratis, sólo hay que reunir todos los restos orgánicos y apilarlos durante un tiempo”, explica. Sun tiene un pequeño huerto con tomates y limones.
La mayoría tiene claro que su paso por la colina es temporal. “Alguien la habitó antes que yo y alguien la recibirá después”, dice Jon (nombre ficticio), pala en mano. Es danés y se fue de Copenhague, donde era cartero, tras apostar demasiado fuerte al dos de corazones. “Aquí soy feliz. Me siento libre por primera vez”, asegura en una pausa del trabajo en la cueva, que comparte con un amigo francés. El inglés y el español, las palabras en cualquier lengua y la mímica son los idiomas oficiales de las cuevas de Babel. Conviven, no sin problemas, como en todas partes. Disfrutan del trabajo en las cavernas, de la cultura, de la música y de la vida.
Y a la mesa, Yoni y Yesi aportan patatas y tomate con sal y pimienta y Yagua arroz con ternera.
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