Cuando muera, mis herederos publicarán hasta mis calcetines'. El poeta chileno Pablo Neruda lo intuía. El fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson, también y por eso quemó sus negativos. Virgilio destruyó algunos de sus poemas e intentó quemar La Eneida. El amor anciano de Jorge Luis Borges por María Kodama no encontró remedio para la publicación póstuma de una novela juvenil.
A 25 años de su muerte, Julio Cortázar, el cronopio, regresa la próxima semana con Papeles inesperados (Alfaguara), una compilación de textos encontrados en un mueble de su casa parisina por su viuda, albacea y heredera universal, Aurora Bernárdez, que abre el debate sobre las publicaciones póstumas.
En la reciente Feria del Libro de Buenos Aires, los lectores saludaron la novedad con voracidad consumista e hicieron de Papeles uno de los libros más vendidos. En su encuentro con el público, el editor y primer fanático de Cortázar, Carles Álvarez Garriga, le dio un viso paradisíaco a los textos terrenales descartados en vida por Cortázar y los llamó 'un regalo desde el más allá' para 'la secta de cortazarianos'.
El volumen de casi 500 páginas incluye 11 relatos, 13 poemas, un nuevo capítulo del Libro de Manuel, 11 episodios de Un tal Lucas y tres historias de cronopios.
¿Pero dónde queda la voluntad del autor, en su testamento o en la consonancia con sus decisiones en vida? ¿Es lícito publicar las sobras de un artista después de muerto? El autor de Rayuela, Bestiario y Las Armas Secretas, entre otros, tuvo décadas enteras para publicar los textos que ahora ven la luz. ¿Por qué no lo hizo?
Pese a la autorización de Cortázar a Bernárdez para decidir qué hacer con su obra, ¿es lícito publicar el capítulo de Libro de Manuel, supuestamente dejado de lado por ser 'redundante y por su alto contenido erótico'? ¿O los cronopios separados en decisión conjunta con Paco Porrúa? De lo encontrado, ¿es todo publicable? ¿Qué orden se le da al libro? Y, sobre todo, ¿qué agrega al autor?
Para Graciela Speranza, crítica literaria y profesora de la Universidad de Buenos Aires, el debate no debe centrarse en la ética, dado que Cortázar legó su herencia a Bernárdez. 'Cortázar no hubiera dejado en ese mueble nada que no hubiera querido que se publicara o que lo avergonzara', descarta. La cuestión, publicar o no, según Speranza, pasa entonces por otro lado: qué publicar.
'El escrito póstumo es siempre un fetiche. Creo que Papeles inesperados es el resultado de una viuda y un editor que se ciegan por lo que tienen en la mano. No toman distancia y terminan publicando sin un criterio estricto. Falta una selección más dura', opina
Speranza.
La ensayista sabe por qué hace la acotación. Cortázar, afirma, se revela en su correspondencia, también publicada por Alfaguara, como un escritor que seleccionaba estrictamente su obra. 'Lo demuestran sus cartas con Paco Porrúa, con quien discutía mucho', dice.
No es el caso de Papeles. Entre las sobras, Speranza no duda en mencionar los poemas
-'más sabiendo que no se consideraba un poeta'-, las autoentrevistas en clave 'defensiva', el capítulo de Libro de Manuel o los nuevos cronopios, que Porrúa apartó. El límite que marca la crítica literaria Speranza está en la calidad sobre la novedad y en respetar algunas decisiones en vida del autor en función de ese criterio. 'Mi sensación es que no dejaron nada afuera', afirma.
Sin embargo, rescata algunos textos donde Cortázar borda su estilo. Es el caso de Bajo Nivel (1978) o de Manuscrito hallado junto a una mano (1955), donde, a partir del ambiente de la música clásica tomado de su experiencia personal, el cronopio construye un cuento que condensa el mundo cortazariano, donde el humor y la prosa sencilla y rítmica repiten su mejor versión.
¿Por qué no habrá querido publicar un texto con semejante destreza narrativa? ¿Qué idea tenía de su propio universo fantástico? 'Son preguntas que me hago y me dan una pauta de todo lo que elaboró antes de publicar los cuentos de Bestiario. Me demuestra que no era un escritor ansioso, sino muy crítico, convencido de escribir bien antes de ser escritor', agrega.
En todo caso, para esta crítica, uno de los errores que hay que evitar es leer 'Papeles inesperados' como una publicación de Julio Cortázar. 'Está claro que yo leo esta obra como sus sobras. No son vitales a su obra y no agregan nada que no se pueda releer en sus mejores textos. Aun así, nos sorprende, nos muestra su vitalidad y explica por qué los jóvenes lo siguen leyendo'.
'¿Cuánto habría perdido la literatura universal si Max Brod hubiera seguido los designios de Kafka?', preguntan los que defienden la publicación con la idea de un bien común por encima de cualquier argumento.
Alan Pauls, autor de El Pasado responde a Público: 'Si Kafka hubiera querido que su obra fuera destruida, lo habría hecho él mismo. El famoso pedido a Brod es sólo un acting kafkiano. No todo lo que se ha publicado tiene el nivel de En la colonia penitenciaria, pero tal vez a partir de cierto umbral el nivel o la calidad no sean ya criterios demasiado pertinentes'.
Para Pauls, los que se indignan ante las publicaciones póstumas nunca son los escritores. 'Son todos los que tienen algún interés en el campo en el que los textos de ese escritor muerto siguen operando. Es un problema político. Quizá la función de esos restos que se publican una vez muertos los autores sea precisamente esa: alborotar la vida literaria'. Una suerte de venganza y vigencia, dos pájaros
de un solo tiro.
Pasado el dilema ético, está el dilema de qué publicar. Ahí es donde Pauls afila el cuchillo: 'Los legados de los escritores deben ser puestos en manos de comités de gente inteligente, notable o especializada capaz de administrarlos con sabiduría. Viudas y viudos atentan contra la supervivencia de la literatura, como también el mero oportunismo o el afán de recaudar dinero con los despojos de un muerto', agrega.
A título personal, Pauls se pone en la piel del escritor muerto y dice que daría carta libre a sus herederos para que hiciesen lo que mejor les convenga. 'Ellos me necesitarán a mí mucho más que yo a ellos. Pero una vez concluida la fase de hibernación, volveré y me vengaré de todas las maniobras inescrupulosas que hayan hecho', explicó cargado de sátira.
A diferencia de Kafka, Cortázar fue un autor sumamente prolífico. 'No fue Rulfo, que apenas publicó', dice Sara Facio, amiga y fotógrafa del escritor, que lo inmortalizó en la foto en la que Cortázar aparece joven con un cigarrillo en la boca.
'Yo me negué a dar las cartas a Alfaguara porque eran correspondencia privada. Tengo un cajón lleno de cartas de Neruda, Cortázar y María Elena Walsh. Si mis herederos las publican, que caiga mi maldición sobre ellos', ríe.
En tono serio, la reconocida fotógrafa confiesa que siente escalofríos sólo con pensar en las publicaciones póstumas: 'Me dan ganas de ir a mi archivo y quemar todos mis negativos... Nadie sabe qué va a morirse con uno cuando ya no esté aquí. Creo que no debería publicarse algo que el autor no publicó. No añade nada nuevo a la obra de Cortázar y no sé si hay un derecho ético de hacerlo'.
En el matutino argentino Página 12, el escritor Martín Kohan saludó la publicación de Papeles inesperados como una suerte de venganza para quienes disputan la talla de Julio Cortázar en una Argentina que lo vive todo con ojos antagonistas (River-Boca, Peronismo-Radicalismo, Borges-Cortázar) y que dieron por muerto al cronopio.
'A Julio Cortázar, es decir a su literatura, se le suele dar por muerto con sospechosa recurrencia', escribe el propio Kohan y cita un estracto del cuento inédito La daga y el lis: '¿Por qué habría de negarme al testimonio de quien, al menos en apariencia, supo escribir después de muerto?'.
Todo apunta a que a Julio Cortázar le queda mucha literatura dentro todavía.
Antevíspera de la Navidad de 2006, día de autos
Carlos Álvarez Barriga (Barcelona, 1968) investigaba para su tesis sobre Julio Cortázar y entró en contacto con Aurora Bernárdez, la viuda del escritor. Tras tres días hablando sin parar “de la vida en general y de la vida de los Cortázar en particular”, Aurora le dice “que tenía algo, unos papelitos a los que quizá le interesaría echar un vistazo”. Abrió un cajón y sacó “un puñado de hojas de varios tamaños y colores”, explica Álvarez Barriga, editor del libro que publica la semana que viene Alfaguara. Siguió sacando papeles.
¿Dónde están los fondos que conservan los originales?
Los más importantes están localizados en dos lugares: en la Universidad de Texas en Austin, con una serie de escritos vendidos por el propio Cortázar en 1982. Y en la Universidad de Princeton, donde estaban los papeles del legendario mueble que Cortázar dejó a su muerte. De ese mueble de plástico en el que había de todo, salieron libros póstumos como ‘Dos juegos de palabras’, ‘Divertimento’, ‘El examen’, ‘La otra orilla’, ‘Teoría del túnel’, Diario de Andrés Fava’, ‘Imagen de John Keats’ y ‘Cuaderno de Zihuatanejo’.
¿Serán los últimos papelitos de Cortázar en ver la luz?
El título del libro, ha señalado el editor de estos textos, se debe precisamente a que “nadie podía esperar que hubiera tanto inédito de Cortázar”, reconoció en Sevilla a Efe el propio Carles Álvarez Garriga. Además, apuntaba que la vida literaria de Cortázar no se puede dar por cerrada, porque “sin duda seguirán apareciendo textos inesperados”. No parece que estemos ante la “edición definitiva”.
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