El primer ministro británico, Gordon Brown, cuya autoridad se ha visto erosionada por las defecciones de ministros de su Gobierno y las críticas a su liderazgo, insistió hoy en que quiere concentrarse en la tarea que tiene por delante sin distraerse con rumores sobre maniobras para apartarle del poder.
En declaraciones a la BBC en Normandía, donde asistió a las ceremonias con motivo del 65 aniversario del desembarco aliado. Brown citó como tareas prioritarias restablecer la confianza de los ciudadanos en la política, atajar la crisis económica y reformar los servicios públicos para "construir la Gran Bretaña del futuro"
Conocido por su perseverancia, que algunos llaman obstinación, Brown parece confiar en que el reajuste ministerial acometido el viernes para llenar los puestos dejados vacantes por los ministros dimitidos contribuya a calmar algo las agitadas aguas de su partido.
Pero los rebeldes laboristas no descansan y, según varios medios británicos, preparan este fin de semana su estrategia para forzar su sustitución al frente del partido y del Gobierno si, como se espera, los resultados de las elecciones europeas del jueves, que se conocerán mañana, resultan aún más desastrosas que las locales inglesas celebradas el mismo día.
En estas últimas, los laboristas han perdido los viejos feudos que controlaban, barridos en casi todos los casos por los conservadores de David Cameron.
En su remodelación del viernes, Brown intentó halagar al único hombre del que se habla como eventual sustituto, aunque él mismo no haya mostrado ambiciones en ese sentido, el veterano Alan Johnson, de origen humilde y procedente de área sindical, pasándole del ministerio de Sanidad al más importante del Interior.
Al mismo tiempo, ha reforzado con nuevos poderes al ministro para la Empresa Peter Mandelson, que de enemigo declarado de Brown antes de pasar a Bruselas como comisario de Comercio, se ha convertido en su principal sostén.
Brown ha querido asegurarse así el apoyo de un hombre clave para contentar a los políticos afines a Tony Blair del laborismo.
Estos últimos, entre los que están algunos de los ministros dimitidos, no han terminado de perdonar a Brown las maniobras que llevó a cabo hace dos años para desbancar a su predecesor, Tony Blair.
Pero el reajuste acometido el viernes, inicialmente previsto para el próximo lunes y que tuvo que adelantar para evitar nuevas defecciones, no fue un golpe de autoridad sino que demostró antes bien la actual debilidad del Primer Ministro.
Según distintos medios, Brown quería aprovechar la crisis para cambiar de ministerio tanto al titular de Economía, Alistair Darling, implicado, como muchos otros diputados de todos los partidos, en el escándalo de los gastos parlamentarios indebidos, como al responsable de Exteriores, David Miliband,.
El primer puesto lo ambicionaba Ed Balls, el que fue la mano derecha de Brown cuando éste estaba al frente del Tesoro, un político mal visto, sin embargo, por los "blairistas", mientras que Mandelson aspiraba a encabezar la diplomacia.
Darling y Miliband se negaron, sin embargo, a aceptar cualquier otra cartera, y Brown tuvo que dejarlos en su sitio porque no podía arriesgarse a nuevos portazos.
Con su reajuste, Brown puede haber conseguido ganar tiempo, pero, aparte de sus incondicionales y tal vez ni siquiera éstos, nadie cree ya que el actual líder del partido vaya a poder conducir al laborismo a algo que no sea una catástrofe en las próximas elecciones generales, que deben celebrarse en junio del 2010, como muy tarde.
El líder conservador, David Cameron, que se ve ya como futuro primer ministro, no deja de reclamar elecciones ya, pero Brown tratará sin duda de agotar la legislatura, si no se lo impiden sus propios correligionarios.
Un grupo de diputados laboristas ha hecho circular una carta que pide la dimisión de Brown y se espera que el lunes, cuando el grupo parlamentario celebre su reunión para tratar de los resultados electorales, se haga pública la lista de los firmantes.
El principal argumento de quienes se oponen a la sustitución de Brown es que los ciudadanos británicos difícilmente soportarían como jefe de Gobierno a un segundo líder laborista no electo, ya que Brown reemplazó a Tony Blair sin pasar por el veredicto de las urnas.
Y convocar ahora elecciones, en medio de la crisis económica y del escándalo de los abusos parlamentarios, sería para los laboristas un auténtico suicidio político.
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