Este artículo se publicó hace 14 años.
Aumenta la angustia de las madres de Sara y Yeremi
El fiasco policial ha hundido a las familias, ya que la pista que llevó al pozo sólo halla huesos no humanos
Rita Josefa Castellano, la abuela de Sara Morales, sigue poniendo un cubierto todos los días en la mesa por si su nieta, desaparecida el 30 de julio de 2006 en Las Palmas, aparece. Aidan, el hermano de Yeremi Vargas, del que hace cuatro años no se sabe nada, cree que se lo llevó "el hombre malo, el duende verde", el enemigo de Spiderman. Ithaisa, su madre, no hace más que repetir cómo se parece Aidan, de cuatro años, a Yeremi, que cuando desapareció tenía siete. "Es que son iguales", dice, mientras le pone al pequeño las gafas del hermano desaparecido.
Son sólo dos ejemplos de las consecuencias psicológicas que ha tenido en estas dos familias canarias la desaparición de Sara y de Yeremi. El dolor se ha agravado esta semana con la búsqueda, frustrada, de unos restos óseos en un pozo del barrio grancanario de Jinámar.
No hay luto porque no hay cuerpo que enterrar, sólo desesperación. Nieves Hernández, la madre de Sara, es una mujer que vive en un barrio humilde de Las Palmas y que trabaja limpiando una oficina por horas. Desde que desapareció su hija, muchos han intentado aprovecharse de ella. Esta semana un periódico local publicó una entrevista con un criminólogo que aseguraba ser el asesor de la familia. Cuando se le pregunta a Nieves se encoge de hombros. "No sé quién es ese señor. Llevo tres años y medio sola, sin ayuda", explica, en el patio de su casa.
Es por la mañana y Alba, su otra hija de 10 años, está en el colegio. "Con la búsqueda de los restos está rarilla", explica Nieves. En el salón hay fotos de Yeremi y de Sara y la televisión está encendida en un programa de sucesos. El tío de la niña, Pedro, empieza a hacer un repaso a todos los asesinos de adolescentes que copan los programas de televisión. "Miguel Carcaño, El Rafita... Es que les cogía y...".
La madre, todos los días, dice que le pregunta a la propia Sara que dónde está. Y recuerda que el pasado 24 de enero hubiese cumplido 18 años. El mismo día que desapareció Marta del Castillo. Y el mismo día que se suicidó en la cárcel, en 2009, el conocido como el Violador de la Furgoneta y cuyo rastro siguió la Policía hasta la fallida búsqueda de Jinámar. "¿Qué coincidencias, no?", se pregunta esta mujer.
Después de lo que ha pasado, Nieves intenta no obsesionarse en el cuidado de Alba. "Ella ya me ha dicho: Mamá, cuando me eche novio espero que no tengamos que salir siempre juntos mi novio, tú y yo".
Lo que más le ha dolido son los comentarios de algunos vecinos de que Sara se fue porque quiso. La chica quedó el 30 de julio a las 17.00 en el centro comercial La Ballena con un amigo. A las 16.30 salió de casa. Nunca llegó a la cita. A las 18.00 el móvil ya lo tenía apagado. "Una vez, en una tienda, había un cartel con la foto de Yeremi y de Sara. Un señor los vio y, sin conocer quién era yo, dijo señalando a mi hija: Ésta se marchó", recuerda muy dolida.
El dolor también está presente en la casa de Yeremi, en Vecindario (Las Palmas). Ithaisa, su madre, desde la búsqueda del pozo, tiene ataques de ansiedad. No puede olvidar que se lo llevaron en el solar de al lado de casa:"El que se lo llevó, caerá, estoy segura. En algún momento cometerá un error", afirma. Sus padres, José y Herminia, viven con ella. José, el abuelo del pequeño, sale todos los días, tres o cuatro horas, a rastrear la isla con unos prismáticos por si encuentra algo.
Se siente culpable, porque cuando desapareció su nieto en el solar contiguo a la casa, él estaba en el portal. "Me lo quitaron a mis espaldas", recuerda, "y si algún día cojo al que lo hizo...Le voy a ... No sé lo que le voy a hacer". A Ithaisa las últimas semanas le falta la respiración. "Tengo una ansiedad terrible, de pensar que me voy a morir", asegura. Lo único que la distrae es el trabajo. Limpia, como Nieves, por horas. Nieves en una oficina, ella en un centro comercial. A destajo, para olvidar. Es lo único que tienen para desconectar de la pesadilla.
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