Este artículo se publicó hace 16 años.
Los 30 supervivientes gays de la persecución franquista
Homosexuales encarcelados en la dictadura esperan recibir su indemnización antes del 9-M
Eusebio Valderrama ha estado dos veces en la cárcel. Tres meses la primera y tres meses la segunda. La primera vez le dijeron el motivo: “Llevar cuatro botones dorados en la chaqueta es una mariconada”. La segunda vez no lo culparon de nada, pero se lo llevaron directo al calabozo después de haber asistido con un amigo a una obra de teatro en la que compartieron butaca. En ambas ocasiones, el delito fue su homosexualidad.
Madrid, 1957. Eusebio llevaba cuatro años fuera de España trabajando como bailarín, pero había vuelto unos días a su tierra para ver a su madre antes de debutar en Venecia, un día después. No pudo. Su siguiente parada fue Carabanchel. “Yo iba tranquilamente dando un paseo por la Gran Vía, después de ver el ballet de Pilar López, y de repente me paró un policía y me dijo que por qué llevaba botones dorados en la chaqueta, que cómo iba con algo tan escandaloso, que parecía una vedette de La Latina”, relata Eusebio. Unas 5.000 personas fueron detenidas en la dictadura por ser homosexual, según la Asociación de Ex presos Sociales.
Medio siglo después, y gracias a una enmienda de Izquierda Unida pactada posteriormente con el PSOE, el Gobierno ha destinado una partida presupuestaria de dos millones de euros para indemnizar a los homosexuales que fueron represaliados en aplicación de las derogadas leyes de Vagos y Maleantes (1954) y Peligrosidad Social (1970).
Una reparación de la sociedad
Los supervivientes, apenas una treintena, recibirán el dinero en dos modalidades de pago. Una primera, de forma directa, con la que cobrarán 12.000 euros. Y una segunda, mediante una renta vitalicia, que ascenderá a unos 800 euros al mes. La Asociación de Ex presos Sociales se puso en contacto con el Gobierno a principios de mes. “Nos dijeron que están trabajando, y confiamos en que el protocolo del pago esté firmado antes de las elecciones, porque desde que empezamos con la lucha han muerto varios afectados”, explica el vicepresidente de la asociación, Antonio Gutiérrez.
Pero el dinero, para todos ellos, es lo de menos. “Lo importante es el reconocimiento, la dignificación, la reparación de la sociedad”, añade Gutiérrez, que pide que las manifestaciones y conductas homófobas se incluyan como delito específico en el Código Penal. También pasó una temporada entre rejas –15 meses– por la misma causa. Había quedado en la Plaza Real de Barcelona con un amigo. Y el amigo, él y todos los que estaban allí acabaron con los huesos en la cárcel después de una redada policial. Ahora, mientras tramitaba sus papeles para recibir la indemnización, ha descubierto que tiene una sentencia absolutoria. Demasiado tarde.
A Barcelona tampoco pudo llegar Eusebio otro de aquellos días porque, de visita en Málaga, se sentó en la misma butaca que su amigo en un teatro. “Llegamos tarde y una mujer y un chico habían ocupado nuestros asientos y decidimos sentarnos juntos porque la mujer, que estaba hermosa, nos los pidió para no tener que levantarse”, cuenta entre risas Eusebio. Las risas le duraron poco. Tres meses estuvo en una celda con una pequeña ventana. Es la misma que hoy ve desde su casa, en Málaga. “Había una gran hipocresía, porque yo estaba en prisión por homosexual –afirma– pero un carcelero intentó violarme y me dijo ‘niña, prepárate’. Yo empecé a gritar”.
Eusebio, hoy, es toda una institución en Málaga. Volvió, después de recorrer el mundo, en 1995. Bailó, según cuenta, para Sadam Husein en su palacio de Irak –“le hice tocar las palmas”, dice–. Y Para Picasso, en la Costa Azul francesa. “Me hizo un retrato y lo regalé porque no sabía entonces quién era Picasso”. Asegura haber bebido champán con don Juan de Borbón en Grecia la noche antes de la boda del rey Juan Carlos.
Y recuerda apasionadamente a quien fue el gran amor de su vida: un bombero libanés que lo abandonó después de 20 años. Ahora no tiene pareja, pero disfruta de la mejor lotería que le ha podido tocar: sentirse libre.
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