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Migrantes en MelillaSoufiane, el último joven marroquí fallecido al intentar escapar de Melilla
La víctima, de 24 años, perdió la vida el 15 de enero en el interior del puerto de la ciudad autónoma. “Cuando nos llamaron y nos lo dijeron, no nos lo podíamos creer”, relata Hamza, uno de sus tres hermanos. La familia ha pagado cerca de 3.500 euros para repatriar su cuerpo y darle sepultura en Fez
Irene Quirante
Melilla--Actualizado a
Cuando Hamza leyó en un diario digital de Nador que un joven marroquí había fallecido al caer de los bajos de un camión en el puerto de Melilla, no se le pasó por la cabeza ni por un instante que pudiera tratarse de su hermano Soufiane. Lo supo a los días, después de que varios conocidos del difunto se pusieran en contacto con la familia desde la ciudad autónoma para contarle lo ocurrido. “No nos lo podíamos creer, pero nos decían que quien había muerto era mi hermano, que todo pasó cuando intentaba colarse en un barco”, expone el familiar desde Fez, a través de una llamada telefónica.
Soufiane tenía 24 años y, como tantos jóvenes marroquíes, soñaba con llegar a Europa. Perdió la vida el pasado día 15 intentando que su fantasía se hiciera realidad. Confió su suerte en un camión y murió atropellado por el mismo mientras trataba de ocultarse en sus bajos. Su plan era esconderse en el vehículo para acceder a uno de los buques que conectan a la ciudad autónoma con la península.
Una semana después del accidente, el mayor de los cuatro hermanos se desplazó a Melilla para reconocer el cadáver de Soufiane. Su cuerpo estaba lleno de magulladuras a causa de la caída y del atropello. “Después de identificarlo, mi hermano mayor inició los trámites para repatriarlo. Era muy caro, pero mi padre ha podido reunir el dinero para enterrarlo aquí”, resume Hazma. La familia ha pagado cerca de 3.500 euros, según apunta el joven, para que el fallecido fuese repatriado a Marruecos. El pasado día 28, Soufiane recibió sepultura en Fez, donde se despidieron de él sus padres y hermanos.
La familia, rota por la pérdida, todavía no termina de asumir lo ocurrido. “No imaginábamos que estuviera haciendo riski —término utilizado para referirse al amago de viajar como polizón—, pensábamos que estaba en Melilla trabajando, fue lo que nos dijo”, explica Hamza, quien desconoce si se ha abierto un procedimiento en la ciudad autónoma para investigar las circunstancias de la muerte de su hermano. “Lo que sabemos es lo que nos lo han contado, pero no hemos visto ningún informe”, hace hincapié.
Según cuenta, Soufiane solía trabajar como peluquero en Marruecos. Creció junto a sus dos hermanos, su hermana pequeña y sus padres en un “barrio humilde” de Fez. Era el segundo hijo de mayor edad. “Se marchó hace dos años porque le salió un empleo en Melilla”, dice Hamza. Según cree, primero trabajó en la ciudad autónoma como peluquero y más tarde como contrabandista, pasando bultos por la frontera. “Pensábamos que se encontraba bien allí, por eso nos ha desconcertado y entristecido mucho su muerte”, lamenta el hermano.
A pesar de la versión que Soufiane dio a su familia de lo que era su vida en Melilla, varios jóvenes y menores marroquíes que viven en la ciudad fronteriza en situación de calle afirman que lo conocieron hace cosa de dos meses, aproximadamente, y que, como ellos, intentaba a menudo sortear la seguridad del recinto portuario para colarse en un barco y alcanzar la península. “Es el sueño de todos los que estamos aquí”, puntualiza Souleiman, un chico de 17 años que reniega de los centros melillenses de acogida.
De acuerdo con los datos facilitados por la Autoridad Portuaria, desde 2017 se han contabilizado hasta tres muertes de jóvenes de origen magrebí en el interior del puerto de Melilla, incluyendo a Soufiane, la última víctima. Según los informes ‘Derechos Humanos en la Frontera Sur’, de la Asociación Pro Derechos Humanos (APDH), en 2015 y 2016 se hallaron en aguas próximas al perímetro portuario los cuerpos de tres personas sin vida, de las que dos eran menores marroquíes. Otro menor murió en el mismo periodo al caer de un acantilado cuando intentaba acceder al recinto.
Concertinas como respuesta
El presidente de la Autoridad Portuaria de Melilla, Miguel Marín —quien también es secretario general del PP en la ciudad—, cuenta que se ha invertido más de un millón de euros en medidas para evitar “la intrusión de extranjeros ilegales”, de los que 551.640 euros se destinaron a la instalación de nuevas vallas, alambres de espinos y concertinas. Según Marín, así se ha intervenido en los espacios por los que se producían “casi el 90%” de los accesos.
A pesar de las críticas de asociaciones e instituciones como el Defensor del Pueblo, el responsable del puerto defiende que se ha conseguido disminuir considerablemente el número de entradas. “Mientras que en enero del año pasado se registraron 3.200 intrusiones, en junio no llegaron a mil”, sostiene. “Las únicas maneras de las que pueden acceder extranjeros al recinto reservado son a nado o escondidos en vehículos, como hizo la última persona que murió”, señala Marín.
Para el presidente de la Asociación Pro Derechos de la Infancia (Prodein), José Palazón, ni las alambradas ni las concertinas resultan efectivas a la hora de frenar a los menores y jóvenes que idealizan un futuro mejor fuera de Melilla, más bien todo lo contrario. “Los chavales no dejan de entrar al puerto, lo que se ha hecho es aumentar la peligrosidad”, lamenta. “Estos chicos están desesperados y, en su huida, no les va a detener el tener que correr riesgos”, aclara.
El activista, reconocido en diciembre con el premio René Cassin 2018 de Derechos Humanos, asevera que los accidentes son continuos en los intentos del riski, una circunstancia que se ha vista agravada con la instalación de elementos lesivos. “Siempre hay algún niño con algún brazo roto, una pierna rota o con heridas importantes”, indica.
El responsable de la Autoridad Portuaria, por su parte, incide en la necesidad de aumentar los efectivos policiales para hacer frente a esta situación, lo que reprocha a la delegada del Gobierno, Sabrina Moh. “Es la que tiene competencias en materia de seguridad”, añade. “La clave son más policías y guardias civiles en el puerto y en la frontera, que es la génesis del problema porque es por donde entran los extranjeros ilegales”, concluye Marín.
A pesar de los intentos de este diario, desde la Delegación del Gobierno declinan hacer declaraciones sobre este asunto.
Un drama diario
Los agentes de la Guardia Civil son testigos de hasta qué punto llega la desesperación por salir de la ciudad y llegar a la península. “Este es el drama que tenemos aquí a diario”, manifiesta el presidente desde la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) de Melilla, Sergio Márquez. “Nuestra misión es, sobre todo, la de preservar por todos los medios la integridad física de estas personas pero, aun así, las desgracias ocurren porque se corren riesgos demasiado elevados”, declara.
Los polizones encuentran una oportunidad “en cualquier hueco” que ven en los camiones. Y también dentro de los propios contenedores. “No sé si es que no se dan cuenta de que pueden quedarse sin aire o morir aplastados si la mercancía se mueve, como en el caso de los camiones de chatarra, o si es que lo saben pero prefieren intentarlo”, apostilla Márquez. “También suelen intentar acceder a los barcos escalando por las cuerdas, pero muchos se quedan sin fuerza y caen al mar, y pueden terminar ahogándose”.
Aunque desde la AUGC reclaman más medios humanos y recursos para hacer frente a esta situación, Márquez está convencido de que lo que realmente se necesita es “una mayor implicación” por parte de los países para que la inmigración “se produzca de manera regular, con todas las garantías y respetándose los derechos humanos”. Mientras esto no sea así, añade, “nada cambiará” en el puerto de Melilla.
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