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Ruta por las residencias que gestiona el Gobierno de Ayuso: hasta 31 grados en una habitación en los primeros días de verano

La Consejería de Familia, Juventud y Asuntos Sociales ha aprobado el 'Plan de Actuación de Episodios de Altas Temperaturas', pero el aire acondicionado seguirá sin ser obligatorio.

Un termómetro marca una temperatura de 31ºC en una habitación de la residencia pública Santiago Rusiñol de Aranjuez (Comunidad de Madrid).
Un termómetro marca una temperatura de 31ºC en una habitación de la residencia pública Santiago Rusiñol de Aranjuez (Comunidad de Madrid). Público

Como cada semana, Marisa fue este jueves a ver a su madre a la residencia. Lleva más de diez años haciendo la misma ruta, desde su casa a la Santiago Rusiñol (Aranjuez). Es 4 de julio y, aunque parece que el inicio del verano ha sido somero, la cigarra no deja de cantar, lo que significa que el calor ya aprieta: el termómetro marca 39 grados a la sombra. Público acompaña a Marisa en su visita, quiere visibilizar la realidad que su madre y quienes viven como ella sufren cada año cuando irrumpe el período estival y empieza lo que llama la "agonía veraniega"

Al entrar al centro de mayores el cambio de temperatura es considerable. La planta baja oscila los 25 grados, se está a gusto. De hecho, hay muchos residentes que deciden "echar el rato" en las zonas comunes cercanas al vestíbulo "para estar más fresquitos". La cosa cambia a medida que se sube de piso, hasta que en el cuatro, bajo el tejado de amianto, el sudor es inevitable. En casi todos los pasillos hay aire acondicionado, algunos sin rejilla para permitir "que se note más", en las habitaciones no. Hay quienes dejan las puertas abiertas "para que corra la corriente", pero de poco sirve. El edificio tiene más de 40 años, las ventanas son viejas y la aclimatación es prácticamente nula.

Antes de ver a su madre, Marisa pasa por la habitación de una amiga a llevarle la revista semanal. Ella, a diferencia de la inmensa mayoría de residentes del macro centro, forzados a compartir habitación aunque no se conozcan de nada, vive sola desde que su marido falleció. Tras cruzar el estrecho pasillo que da acceso a su pequeño cuarto, enseguida se ven un "pingüino" y un ventilador funcionando. Tiene la persiana a medio bajar, la luz apagada y las cortinas echadas "para que no se cuele el calor". Aún así, el termómetro marca 30 grados. "Aquí todo lo que hay es traído, nuestro. Si no lo compras tú, olvídate. Nos morimos del bochorno", expresa la mujer de 95 años. De momento, el aire del pasillo está funcionando bien, pero "cada año es una historia".

El verano pasado, cuenta Paqui −trabajadora de la Santiago Rusiñol−, se rompió y no recuerda cuánto tardaron en arreglarlo. "El sistema de aire acondicionado es muy escaso, hay zonas en las que no se nota nada y parece que hace más ruido que otra cosa. Así ocurre, al menos, en el comedor de la planta de enfermería, donde el calor es horrible. En el momento en el que sientas a las ciento y pico personas a comer, la temperatura no deja de aumentar. No hay quien pare, claro", afirma en una conversación con Público. "Esto es algo que ocurre siempre y hablamos de personas ya mayores, vulnerables, que no regulan igual su cuerpo que quienes son más jóvenes", advierte. 

Cuando termina de charlar un rato con su amiga, Marisa se despide y coge el ascensor para subir a la zona de asistidos a ver, ahora ya sí, a su madre, que para entonces ha acabado de merendar. Dan un paseo en la silla de ruedas y van a su habitación (compartida), prácticamente diáfana. Los rayos de sol dan de lleno a unas ventanas oxidadas que mal cierran: el termómetro indica 31 grados. "Mi madre entró hace muchos años, pero es como si no hubiera cambiado nada, en el peor de los sentidos. El mantenimiento y la calidad solo han ido a peor. No es bonito estar aquí", comenta mientras ordena el armario. 

Como ella, Teresa −miembro de Marea de Residencias−, habla algo sofocada. En su caso, tanto su madre como su padre viven allí. Antes compartían habitación, pero su madre, que está enferma, se encuentra en la planta de enfermería. "Se pasa el día con la cabeza empapada de sudor. Esta mañana ha ido a la peluquería y es como si nada", explica en diálogo con este diario.

"Esto es algo que saben que ocurre, pero la respuesta es siempre la misma: el silencio o fingir, como si todo marchara bien", lamenta Teresa. "Me da lo mismo si se trata de la directora, de la concejala o de la consejera de Familia, Juventud y Asuntos Sociales, Ana Dávila (PP). Saben que así no se puede vivir y les da exactamente igual. Ni gazpacho, ni nada. Esta semana a mi madre le dieron de cenar una sopa de ajo (nada fresca) repulsiva. Los residentes no comen porque les da asco la comida", critica.

Evitar que las olas de calor se conviertan en tragedias

El problema que Marisa, Teresa y otros familiares observan en la residencia Santiago Rusiñol no es un caso aislado. Según denuncian diversas organizaciones y colectivos, la situación se repite en múltiples centros de mayores a lo largo de toda la Comunidad de Madrid (sean privados o gestionados directamente por el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso, como esta). Este mismo lunes, la Plataforma por la Dignidad de las Personas Mayores en Residencias (PLADIGMARE) emitió un comunicado señalando la inacción del Gobierno regional ante las previsibles subidas de temperaturas.

"Año tras año, se repite la misma historia y se trata de enmendar con soluciones que no llegan", afirma la plataforma. "El plan para combatir el calor se reduce a repartir bebidas frías, lo cual es claramente insuficiente", reprochan.

"Nos preocupa que no se termine de entender que las olas de calor son un fenómeno que ha venido para quedarse y se siga con la misma rutina, como si se tratara de fenómenos excepcionales, que no necesitan de medidas urgentes y duraderas, estructurales", insisten desde PLADIGMARE. Para esta asociación no hay que limitarse "a poner una venda en la herida, sino que hay que evitar que la herida se produzca". 

Para ello, subrayan la necesidad urgente de establecer ratios con criterios científicos, basados en el tiempo mínimo necesario para que los residentes, principalmente mayores de 80 años con grados de dependencia II o III, reciban una atención digna. Eso permitiría, además, monitorear individualmente a cada persona, previniendo la deshidratación y los golpes de calor: "Es vital comprobar que se cuenta con alternativas adecuadas para evitar que las olas de calor se conviertan en una tragedia".

La asociación también critica los actuales horarios de las residencias bajo la gestión del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso. "No se puede dar de cenar a las 19.00 horas ni acostar a las 20.00 horas, ni en verano ni en invierno", sostienen. "Basta ya de sistemas cuartelarios, en función de las necesidades organizativas de las empresas o la Administración", expresan, reclamando un sistema que priorice y ponga a los ciudadanos en el centro.

La organización recuerda el estudio realizado por MACE que, en 2023, reflejó que la mortalidad por calor excesivo se cobró la vida de 2.155 personas. Recuerdan, además, que la normativa de la Comunidad de Madrid para dar autorización administrativa a cualquier residencia privada únicamente señala que no se debe bajar de los 20 grados en invierno, pero que del verano no se dice nada.

A sus reclamas se suma también Marea de Residencias, que insiste en las mismas apreciaciones. "Allí donde hay aire, lo apagan pronto. Tenemos muchos casos que nos llegan, demasiados", comenta Carmen López, miembro de la agrupación. "El hecho de que tengan sus propios ventiladores puede provocar sobrecargas en los edificios. Es un problema grave", añade López.

Aunque el tema preocupa en prácticamente toda España, con las competencias transferidas es difícil materializar ningún tipo de exigencia firme. En 2023, el Consejo Territorial de la Dependencia compartió con las comunidades autónomas la necesidad de establecer un escudo climático y abordó la posibilidad de establecer protocolos de actuación. De momento, sin embargo, la sopa fría no está teniendo los mejores resultados.

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