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Antonio Machado"Recuerdo a Machado como un hombre muy entusiasta con sus alumnos pero lleno de una profunda tristeza"
La memoria de Concha Ramírez es admirable. A sus 95 años repasa cada detalle de una vida muy difícil en la posguerra y el exilio francés durante casi cuarenta años. Es la última alumna que se conoce con vida del poeta Antonio Machado en el Madrid de 1936. En su diario de niña exiliada dejó la memoria viva de aquellos duros años.
María Serrano
Madrid--Actualizado a
En el patio de su vivienda en Dos Hermanas (Sevilla), repasa su 'Diario de niña exiliada', el que escribió al inicio del conflicto cuando tenía solo doce años de edad. “Aún me acuerdo de mi cuaderno de tapas negras, el que hice con papel muy gastado. Lo guardo con mucho cariño cuando logré con él pasar la frontera”. Concha huyó con sus hermanos y su madre en noviembre de 1936 de un Madrid a punto de caer ante el fascismo “Cuando huimos del Madrid bombardeado, mi padre se quedó en el frente y encontró por el camino al poeta Antonio Machado que murió poco días después de llegar a Francia” , aclara a Público. “Tuve la suerte de no quedarme en aquellos campos de la muerte, en la playa de Argelès-sur-Mer donde hacinaban a las mujeres y niños en las playas hasta morirse de frío”, apunta a Público.
“Tuve la suerte de no quedarme en aquellos campos de la muerte, en la playa de Argelès-sur-Mer donde hacinaban a las mujeres y niños en las playas hasta morirse de frío”
Concha refleja, desde sus profundos ojos azules, una historia que comienza con el exilio en 1939: “Cuando llegué a Francia recuerdo cómo un senegalés se acercó vestido de uniforme francés, preguntando si en el camión que nos llevó hasta la frontera había hombres para sacarlos de allí”. Tras su llegada a la estación de Bouleau Perthus, Concha recuerda el intenso frío “Tuvimos que quedarnos a la intemperie”. Tampoco olvidará la primera comida caliente de semanas, gracias a la hospitalidad de una familia francesa de la zona. Sus hermanos y su madre probaron patatas guisadas y un vaso de leche. ”Mi madre estaba indignada. No podía creer el trato que nos dieron los franceses”.
Antes de pisar suelo francés, tuvieron que dejar casi todo. “Llegamos como el poeta ligeros de equipaje a una nueva vida muy difícil”. Así lo refleja también en su cuaderno cuando lee este extracto fechado el 1 de febrero de 1939. “Cada kilómetro nos separa un poco más de nuestro padre y de la mártir España. ¿Qué pasará luego? ¿Se salvará mi padre? De allí se marchaba al frente a continuar la lucha”.
Mi maestro, Antonio Machado
Un año antes de empezar la guerra, la vida de Concha Ramírez era muy diferente. Tenía 11 años cuando fue alumna de Antonio Machado en el Instituto Calderón de la Barca de Madrid. Y cuenta la sobriedad de aquel que fue su profesor en el último año de la Segunda República. “Recuerdo a Machado como un hombre muy entusiasta con sus alumnos pero lleno de una profunda tristeza”.
Aquellas lecciones de francés las vivió antes de todo, de la guerra, del exilio. “Era un hombre dulce que hablaba a los alumnos con mucha humanidad”, declara. En sus clases, inspiradas en los principios de la Institución Libre de Enseñanza, impartía lecciones en clases mixtas de alumnos con ansias de cambiar el mundo.
Su traje de chaqueta negro, su semblante serio, y a la vez hospitalario, su ceniza impregnada en la chaqueta por el tabaco... En el curso lectivo 35 /36, Machado hablaba de los avances de aquella República del Frente Popular, que muy pronto empezaría a truncarse. Fue el padre de Concha, Ángel Ramírez, militar del Cuerpo de Seguridad de la República quien la apuntaría al segundo curso de Bachillerado en el Instituto madrileño “No me olvidaré de todo el cariño que ponía en sus clases y de la tristeza que me produjo su muerte”.
Concha nunca pudo volver a retomar los estudios reglados. “La vida de mis hermanos, de mis padres cambió radicalmente. Nos enteramos por la prensa ya en Burdeos que Machado había muerto en pocas semanas. Mi padre le tenía un gran respeto y también vimos el abandono de tantos españoles ilustres que murieron en medio de la miseria”. La memoria viva de aquellos días fueron pasadas a un libro, que se publicó en el año 2006 bajo el título “Memoria de una niña exiliada 1939-1947”. Un amigo de las clases en aquella etapa machadiana, Eduardo Haro Tecglen, escribió su prólogo, donde la describe como una mujer discreta y sencilla aunque testigo de un tiempo complicado.
En sus primeras páginas recuerda cómo “se oían desde el balcón disparos. No se podían abrir las ventanas con las luces encendidas y las calles también estaban oscuras”. Había empezado la guerra. En medio de aquellos días grises y a punto de partir, la madre de Concha, Concepción Naranjo “se preocupaba por nuestros estudios paralizados y encontró un profesor que vendría dos veces por semanas a darnos lecciones particulares en espera de tiempos mejores”.
Escuchando todos los partes de la gran guerra
En medio de la entrevista Concha pregunta ¿a qué crees que me tuve que dedicar cuando llegamos a Francia? Agacha la cabeza y destaca con tristeza como aquella niña que quiso ser mecanógrafa para el gobierno de la República, tuvo que fregar suelos para que su familia pudiera comer. La llegada de los nazis, de la otra gran guerra la llevó a trabajar también en un hospital alemán, instalado cerca de Burdeos. “Doce horas diarias de trabajo me dio para aprender además del francés un alemán casi perfecto”.
De aquellos días anota en su diario una página del 2 de mayo de 1940. Concha ya tenía 17 años y una fuerte conciencia política. ”Estoy muy triste. Yo creo que no volvemos a España”. El día 17, Conchita escribía sobre la llegada de la gran guerra, un nuevo conflicto que iba a vivir muy de cerca “Después de varios meses de combate, Francia se entregó a Alemania y a Italia. Petain traicionó su país como hizo Casado con España”.
“Cada kilómetro nos separa un poco más de nuestro padre y de la mártir España. ¿Qué pasará luego? ¿Se salvará mi padre? De allí se marchaba al frente a continuar la lucha”
La joven Concha mostraba muchísimo interés por cada parte, por los avances de los alidos que podían acabar con el dictador en España. “Era una persona muy política, No era una niña que le diera igual aquel escenario”. El 1 de mayo de 1945, Concha escribe sobre el fin de la ocupación alemana. “Hoy es fiesta del trabajo. En Burdeos ha habido una gran concentración. Papá, Angel y yo fuimos. Era muy emocionante, esta alegría del pueblo liberado de la noche, del miedo y de todos los sufrimientos padecidos por la mayoría”.
A sus 20 años se enamoró de un chico francés de familia anarquista en Chambéry. Se llamaba Gaby y vivía en una casa vecina a la de Concha “No se lo dije en el momento porque era mayor que yo y tenía novia”, rememora entre risas. A los pocos meses aquel joven rubio sería trasladado con la ocupación nazi a un campo de concentración de la zona polaca de Silesia, donde se encontraba el campo de Auschwitz.
“Salió con vida tres años después”, destaca Concha. Recuerda con tristeza, cómo los padres de Gaby tenían que redactar las cartas en alemán para que llegaran al campo de exterminio. Si las mandaban en otro idioma, iban a la basura. “Yo recuerdo el día que vino de vuelta con apenas cuarenta kilos de peso. Nunca quiso hablarme de aquellos años en el campo”.
En enero de 1946 Concha y Gaby se casaron en Francia y tuvieron dos hijos. Se trasladarían en plena Transición democrática, en 1979, para vivir definitivamente en Sevilla.
“Los españoles éramos como ciudadanos de segunda”
Aquella localidad de exilio que fue Burdeos, le sigue produciendo mucha tristeza cuando la visita. Concha cuenta que “había una multitud de refugiados españoles. Exiliados políticos, que tenían disputas ideológicas. Contaban horrores de nosotros, no nos trataban bien y no nos daban trabajo. Los españoles éramos como ciudadanos de segunda allí en Burdeos”.
“Cuando cierro los ojos aún recuerdo los bombardeos de mi casa de Madrid en la calle Isaac Peral”, afirma a Público antes de finalizar la entrevista. A pesar de su avanzada edad, se encuentra en casi perfecto estado de salud, aunque a veces le falle “un poco las piernas” tras una caída reciente. Conduce en ocasiones su coche, vive sola y es miembro de la asociación AGE Guerra y Exilio de Andalucía.
“He ido a muchos pueblos a mostrar con mi diario todas las vivencias. Y muchos jóvenes se han emocionado. Ninguno se ha distraído cuando han venido a escucharme”, declara orgullosa. Del movimiento memorialista, recalca la “necesidad de que siga hacia adelante aunque “el avance de la derecha en Andalucía le parece preocupante”. “Los partidos de derechas parecen que vienen fuertes y no nos podemos relajar ni a estas edades”, concluye a Público.
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