BARCELONA
Actualizado:Fue a mediados de febrero cuando salieron de Bangladesh, seguramente desde uno de los campos de refugiados que el gobierno tiene ubicados en el sureste del país. Se desconocen las dimensiones del buque, pero sí se sabe que a bordo de él viajaban más de 400 rohingyas, minoría musulmana expulsada de facto de su país de origen, Birmania. El destino de los pasajeros era Malasia y el objetivo, buscar una vida mejor que la que les depara en los sobrepoblados campos de refugiados de Bangladesh. Les separan de su objetivo las aguas del golfo de Bengala y del Mar de Andamán, un trayecto que equivale a recorrer dos veces Italia de norte a sur.
Esa misma semana, a muchos kilómetros del punto en el que comienza este viaje, China alcanza el pico de contagios por coronavirus, alrededor de 15.000 en un día. Grandes compañías áreas dejan de volar a este país y Estados Unidos prohíbe la entrada de cualquier extranjero que haya estado en él. En Europa, pese a que el total de positivos supera por poco la veintena, el 13 de febrero la organización del Barcelona Mobile World Congress cancela este evento, el más multitudinario del mundo dedicado a la telefonía móvil. En solo unos días tendría lugar una fecha clave: el 22 de febrero. Es entonces cuando Italia decide seguir el ejemplo de China y aísla varias municipios de la Lombardía y el Véneto..
La travesía que lleva al buque con los más de 400 rohingyas hasta Malasia tiene una duración aproximada de siete días así que no sería aventurado suponer que precisamente es alrededor de esta fecha, el 22 de febrero, cuando llega a las aguas de este país. Para los pasajeros, las perspectivas en Malasia no son lo que se dice halagüeñas: allí viven actualmente unos 100.000 rohingyas que, puesto que Malasia no ha ratificado la Convención de la ONU sobre los refugiados de 1951, se encuentran, en gran parte, criminalizados por la ley nacional, con el temor a ser deportados. Se ganan la vida trabajando de manera clandestina en la construcción o la agricultura, sin ningún tipo de protección legal y por sueldos muy bajos. Hacia este futuro se dirigen más de 400 personas cuando el barco es interceptado y la guardia costera les impide el paso. El pretexto: temen que estén infectados de coronavirus y puedan propagarlo. En esta fecha -y durante las dos semanas siguientes- la cantidad de infectados en toda Malasia, un país con 30 millones de habitantes, se mantiene inferior a 100 personas.
Según ha reconocido la propia policía de Malasia, durante estas semanas, se ha prohibido la entrada al país a varios barcos en una situación similar a esta. Crisis del coronavirus aparte, no es algo que no haya ocurrido antes: ya en 2015 cientos de miles de rohingyas que huían de Birmania se quedaron a la deriva durante semanas al prohibírseles entrar en países Malasia o Tailandia. En este caso, según varios miembros de la tripulación del buque, se les negó hasta tres veces la entrada al país. Les dieron víveres, combustible y después les obligaron a que se marcharan.
Mientras, la crisis se ha acentuado en todo el mundo: los casos de coronavirus van a la baja en China, se mantienen en Corea del Sur y comienzan a dispararse en Italia primero y, poco después, en España. Ambos países proceden al confinamiento de la población; se aconseja una separación entre personas de metro y medio. Se repite una y otra vez: es necesario mantener las distancias. El Ministerio de Sanidad de España recomienda incluso que aquellos que estén contagiados utilicen una habitación y un baño distinto al del resto de miembros de su unidad familiar- recomendación que, dada la precariedad que sufre una parte importante de la sociedad española, tiene un aire a broma de mal gusto.
La distancia social adquiere la categoría de mantra y, mientras, un buque con más de 400 rohingyas continua su viaje, ahora con destino incierto. Según se deduce de los testimonios de algunos de sus pasajeros, pasa por la costa de Tailandia, cuyas fronteras han sido también cerradas a causa del coronavirus, y llega hasta Birmania. Es decir, a la mismísima boca del lobo. Pese a ser birmanos de nacimiento, desde hace generaciones el gobierno de este país considera a los rohingyas como inmigrantes de Bangladesh y les mantiene segregados del resto de población. En 2017 un grupo de rohingyas atacó a un destacamento de las fuerzas armadas birmanas, lo que agravó la situación: la réplica fue indiscriminada y sistemática, ocasionando una catástrofe humanitaria. Según fuentes como Médicos sin Fronteras o ACNUR, hubo al menos 9.000 muertos y casi un millón de refugiados, la mayoría en el vecino Bangladesh. Así pues, por motivos que se desconocen pero que podrían tener que ver con la escasez de provisiones, el barco trata de tomar tierra en Birmania. La armada sale al paso, frustrando sus intenciones y mandándoles hacia el lugar obvio, Bangladesh, aún más al norte, en el vértice del Golfo de Bengala.
Encaminados hacia el pico de contagios, los países europeos cierran las fronteras para evitar la propagación del virus del mismo modo que en 2016 las cerraron a los migrantes procedentes de las guerras en Oriente Próximo. Medida útil, si se quiere, a nivel interno pero no demasiado relevante si lo que se pretendía era evitar la entrada de habitantes de terceros países; la realidad es que Europa ya está cerrada desde fuera: Marruecos no permite entrar a nadie que venga de España (ni siquiera si son ciudadanos marroquíes), Ucrania y Rusia prohíben la entrada de cualquier ciudadano extranjero y Turquía hace lo propio con alemanes, austriacos, belgas, daneses y habitantes de hasta 8 países europeos.
Más de 30 rohingyas fallecidos
En medio de una dinámica de fronteras que les ha resultado letal, el buque de los rohingyas llega a aguas de Bangladesh. Lo encuentran navegando a la deriva, a kilómetros y kilómetros de tierra firme. Finalmente es rescatado el 16 de abril por los guardacostas de Bangladesh. Han pasado dos meses y el barco ha vuelto a prácticamente al mismo sitio del que salió. Solo que ellos, sus pasajeros, ya no son más de 400. En la travesía, han fallecido más de 30 rohingyas, se entiende que de hambre si bien algunos supervivientes han hecho referencia también a una pelea entre pasajeros y tripulación. Según un primer recuento, casi la mitad son hombres, el resto, mujeres y niños.
El futuro que les espera les es conocido: tras pasar una cuarentena de dos semanas, volverán a los campos de refugiados del país, donde viven hacinados casi un millón de rohingyas. Uno de ellos, Kutupalong, se considera el más grande del mundo. ACNUR asegura que, en algunas zonas, el espacio por habitante es de solo 8 metros cuadrados, lo que complica cumplir con los mínimos de distanciamiento social que se han impuesto en el país. Hay una letrina para cada 150 personas y apenas existe el agua corriente. No hay casos de covid-19 confirmados pero se teme el desastre que puede ocasionar en caso de que comience a haberlos.
En declaraciones al diario The Guardian, un líder de la comunidad rohingya explica las complicaciones cada vez mayores a las que se ven expuestos en estos campos. Asegura que se les restringen los movimientos y se les bloquea internet. El gobierno ha anunciado que pretende trasladar a muchos de ellos a una isla situada a 50 kilómetros de tierra por la que pasan habitualmente los grandes ciclones que golpean la zona. Por eso es seguro que, pese al cierre de fronteras y pese a que ello implique enriquecer a las mafias locales, más rohingyas como los que han pasado los dos últimos meses a la deriva en aguas de Índico, volverán a intentarlo próximamente.
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