Este artículo se publicó hace 6 años.
Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Sexual en los Conflictos"Me violaron porque era Jineth Bedoya, porque era una mujer y periodista"
De víctima a superviviente de la violencia sexual en un conflicto armado. Es el relato de Jineth Bedoya, periodista secuestrada y violada en Colombia en el año 2000. Tras 18 años de impunidad, comparte su historia con su campaña #NoEsHoraDeCallar para dar voz a otras víctimas de agresiones sexuales.
Barcelona--Actualizado a
Escuchar a Jineth Bedoya es quedarse con el cuerpo roto y la garganta seca. Escuchar a esta periodista, ahora subdirectora de El Tiempo, secuestrada y violada en el año 2000 en Colombia, es un ejercicio de denuncia y de reconocimiento del cuerpo de la mujer como campo de batalla. Es la historia de una víctima que quedó en el año 2000 y el relato de una superviviente a día de hoy. De cómo reconstruirse durante 18 años para superar a las cicatrices físicas y emocionales. Con su campaña #NoEsHoraDeCallar da a conocer su caso y el de otras víctimas de violencia sexual de diferentes países en conflicto. Su fin, que estas agresiones no queden en silencio. No hay cifras oficiales, pero Naciones Unidas calcula que por cada violación denunciada en relación con un conflicto hay entre 10 y 20 que quedan sin documentar. En su caso, tras más de 20 implicados, sólo dos autores materiales tienen sentencia por el secuestro. La violación y tortura perviven en la impunidad y no se ha vinculado a ningún autor intelectual pese a estar mencionados en el proceso.
Esto es lo que vive una víctima. Las fases de una superviviente para reconstruirse. Los meses y días con la necesidad de normalizar, de volver a la rutina, de regresar a trabajar, de curarse, de dejar de ser revictimizada y la misión de que sus historias salgan a la luz. Esto es un relato en primera persona. Las palabras y la voz de una mujer que narra 18 años de duro trabajo personal, diario, para seguir viviendo. Las palabras y la voz de Jineth Bedoya.
Jineth antes de aquel día
“Me inicié muy joven a hacer periodismo, muy ligada a los acontecimientos del país. En mi adolescencia me tocó afrontar toda la guerra del narcotráfico cerca de mi casa. Escuchar y ver tres carros bombas de los que puso Pablo Escobar o vivir muy cerca la toma del palacio de Justicia en 1985, de la guerrilla del M-19. Había circunstancias que me acercaron a la realidad de Colombia. En la universidad tuve la opción de hacer un curso de corresponsal militar y creo que eso me acabó de acercar a lo que ocurría en el país. Era una periodista joven que quería tragarse el mundo, que vibraba con los reportajes, que se metía en una y otra historia, que intentaba hacer algo diferente, y creo que eso me acercó a todo lo que terminé haciendo de investigación de secuestro, tráfico de armas y de corrupción, dentro de las fuerzas militares en alianza con los grupos al margen de la ley.
La violencia sexual prácticamente no existía para mí. Era algo que estaba tan normalizado, y más en el contexto de la guerra, que lo veía muy lejano. Era como como cuando tú ves una película en el cine y se queda allá, detrás de la pantalla. Crees que no tienes que sufrirlo en algún momento. Era un mundo lejano, desconocido, algo que no estaba dentro de mi interés periodístico en ese momento”.
Hacer periodismo en Colombia
"No hemos sabido transmitir al mundo lo devastadora que es la violencia sexual"
“Me acerqué mucho al conflicto armado, de la guerra interna del país entre guerrilleros paramilitares y fuerzas del orden estatales. Yo entraba e investigaba en muchas cárceles y empecé a tener muchas fuentes que me hablaban de ese otro país, que se manejaba precisamente desde la cárcel. En ese mundo paralelo que había desde las prisiones en Colombia encontré una gran industria nacional de manejo de secuestrados, pero también de tráfico de armamento. Grandes transacciones para que muchas de las armas del Estado pasaran a manos de los paramilitares, obviamente, todo ilegalmente. Algo que me asombró mucho, y aún me duele después de haber terminado esa guerra, es ver cómo se hacía alianza por debajo de la mesa entre Ejército y guerrilla, para poderle llevar munición y armamento. Públicamente eran enemigos y debajo de la mesa negociaban ilícitamente para mantener el control de muchas zonas. Obviamente, quienes estaban detrás de toda esa red eran policías y militares corruptos que se financiaban de eso”.
El 25 de mayo de 2000: el secuestro y la violación
“Inicié una investigación sobre una gran red de tráfico de armas y de secuestrados. Los militares sacaban armamento de las guarniciones militares y se la vendían a las FARC por sumas astronómicas. Cuando yo estaba en un punto de la investigación y sabía que había alguien muy poderoso detrás de la red, pero desconocía quién era, es cuando ordenan mi secuestro. Hoy, 18 años después de impunidad, sé que quien ordena mi secuestro lo hace teniendo la certeza de que yo, supuestamente, sabía que él era quien manejaba esa red de tráfico de armas y que había gente muy poderosa. Para ser sinceros, en ese momento, yo no tenía ese contexto. Sabía que había unos grupos delincuenciales detrás pero no tenía la magnitud en mi cabeza de quiénes realmente manejaban esa red”.
Aquella mañana
Prepararse para morir, no para vivir
“Yo era consciente de que no iba a sobrevivir cuando empezaron a violarme. Hice toda la resistencia que pude pero yo era una mujer que estaba amarrada, disminuida, que tiene una pistola en la cabeza, que fue humillada de la peor manera que te puedas imaginar. Sabía que no iba a vivir y mientras ellos me violaban yo empecé a hacer como un recuento de lo que había sido mi vida hasta ese momento, e intente tratar de saldar mis deudas pendientes con la gente que yo amaba. Me despedí de mi madre, de mis amigos, de la gente de mi redacción en el periódico El Espectador, y empecé a hacer un proceso para encontrarme con la muerte”.
“Si mis circunstancias hubieran sido diferentes, si yo hubiera sido un hombre, efectivamente, no hubieran violado. Me violaron porque era Jineth Bedoya, porque era una mujer, periodista, porque tenía una vagina. Si yo hubiera sido Luis Pérez, hombre redactor del periódico El Espectador, me hubieran pegado un tiro y ya. Pero mi circunstancia de mujer era muy diferente y fue una de las mayores motivaciones para hicieran conmigo todo lo que hicieron. Me cortaron mi cabello. Y muchas cosas más… que prefiero no contar”.
Odiar su cuerpo
“Odié mi cuerpo no solamente en ese momento. También después de ese día, después de un momento en el que me encuentran, y después de que regreso, y después de que me vuelven a hacer todos los exámenes, después de que decido suicidarme, después de que regreso a la redacción... Muchísimos años después de seguir haciendo periodismo odié mi cuerpo”.
El cuerpo de la mujer como arma de guerra
“Más allá de lo que pasa físicamente, mi caso me llevó a encontrarme con decenas de casos más. Tomé por decisión propia buscar historias de otras mujeres violentadas sexualmente. Por primera vez, me interese por qué ocurría con la violencia sexual en medio de esa guerra que estamos afrontando y encontré historias muy difíciles, dramáticas.
Un caso me duele hoy todavía, porque la chica tiempo después desapareció. Sus victimarios marcaron su cara con un cuchillo, y en la frente le escribieron AUC (Autodefensas Unidas de Colombia). Ella no podía salir a la calle porque tenía esa cicatriz en su cara. Luego desapareció y yo creo que la asesinaron. También los casos de las guerrilleras que eran obligadas a abortar en los campamentos, y las mujeres violentadas por los paramilitares, y las guerrilleras violentadas por militares cuando eran detenidas, y mujeres civiles también como yo, violadas por los paramilitares”.
La metamorfosis: de víctima a sobreviviente
Creo que después de 15 días, mientras estuve en la clínica y antes de regresar al periódico, supe que había pasado algo muy grave y que yo era una víctima, pero también en ese proceso de reencontrarme con la vida, de volver a vivir, y de volver a la redacción, yo misma me metí en la cabeza que no podía ser víctima. Que si yo quería volver al periodismo, y que si quería retomar reportajes y escribir, tenía que borrar la palabra víctima de mi cabeza. Decidí ser periodista, así que borré la circunstancia de víctima de mi cabeza y me olvidé de lo que había ocurrido de cara al mundo pero en mi interior, en mi casa y en la intimidad de mi cuarto, todos los días, seguía siendo una víctima. Pero públicamente decidí no hacerlo. Ese proceso tardó nueve años. Supuestamente había pasado la página y había logrado perdonar, pero realmente me estaba consumiendo. Entonces descubro que era necesario hablar y que tenía que sacar fuerzas para reconocerme como víctima. Eso ocurre en septiembre del 2009, cuando hablo por primera vez en España, en Madrid, en una reunión de Oxfam. Es cuando yo me descubro y me reencuentro conmigo misma.
¿Por qué no hablar hasta entonces?
No era por temor al rechazo de la gente, porque ya me habían rechazado. Algunos colegas me condenaron en la picota pública y dijeron que me merecía el secuestro, sin saber que había sido violada. Decían que merecía el secuestro por haberme metido donde no me importaba, porque una mujer no tenía que ir a una cárcel. Mis colegas hombres fueron crueles conmigo y dijeron que yo era amante de un guerrillero. Luego dijeron que yo estaba buscando a los paramilitares porque está enamorada de un paramilitar. Pero luego dijeron que era la amante de un general del Ejército...
La revictimización
El caso se hace público
Vino un momento muy difícil, pero muy difícil, y es que se conoce mi caso públicamente. La gente me ve con un poco de tristeza, pero también con un poco de valentía y eso despierta muchas cosas. Se reanuda mi proceso judicial. Empiezan a aparecer testigos, aparece uno de los violadores, se empieza hablar de quiénes ordenaron el crimen, lo presentamos ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pero...
18 años después, voz contra la violencia sexual
Ha sido una bendición para mí hacer tantos viajes y encontrarme con tantas mujeres de diferentes conflictos, como yo, sobrevivientes de violencia sexual, en circunstancias diferentes. Al final hay una cosa que nos une profundamente, que no cambia en ningún lugar del mundo: la dignidad. Siempre he dicho que cuando nos violan nos quitan la fuerza, nos quitan la vida, nos quitan el sueño, la esperanza, la ilusión… pero algo que nunca, nunca, nunca nos van arrebatar es la dignidad y esa dignidad que yo logré preservar en mí, la he visto en mujeres de Ruanda, del Congo, de Bosnia, las mujeres sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial en los campos de concentración, campesinas sobrevivientes de las guerras de Centroamérica, de Guatemala, Salvador, Nicaragua, Perú, también en Birmania; y lo he visto con mucho dolor en mujeres iraquíes.
¿Se supera?
No me interesa que la gente entienda si lo superé o no. No me importa porque creo que lo determinante aquí ha sido lo que yo he logrado hacer por otras mujeres, a través de transformar el dolor. Cada cosa que yo hago todos los días en #NoEsHoraDeCallar, que es mi campaña, es desde el dolor.
Creo que la gente aún no ha comprendido la dimensión de lo que causa la violencia sexual. Los periodistas no lo hemos visibilizado y no hemos entendido la responsabilidad histórica frente a este delito. De lo contrario, seguiremos siendo cómplices de los peores crímenes que se cometen contra la humanidad. Nos falta todo por contar. No hemos sabido transmitir al mundo lo devastadora que es la violencia sexual y esa es una de nuestras grandes responsabilidades. En Colombia, el día de mi secuestro, el 25 de mayo, es el Día Nacional para honrar a las víctimas de violencia sexual.
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