'El Mayo' Zambada, el "jefe de jefes" del narco mexicano que nunca estuvo en prisión
El capo del cártel de Sinaloa lleva más de medio siglo en el negocio de las drogas y tras la caída del Chapo Guzmán lidera una de las organizaciones criminales más poderosas del mundo. Su discreción y la protección de políticos y militares le han permitido eludir a la Justicia.
"Le apodan el MZ / otros le dicen padrino / su nombre ya lo conocen / hasta los recién nacidos / lo buscan por todos lados / y el hombre ni está escondido". Como a otros capos de leyenda, a Ismael El Mayo Zambada se le rinde tributo en ese cancionero de forajidos que son los narcocorridos. Con más de medio siglo en el negocio del tráfico de drogas y tras haber elevado al cártel de Sinaloa a la categoría de gran multinacional del hampa, Zambada es el único de los grandes narcotraficantes mexicanos que no ha entrado nunca en prisión. Su discreto perfil y la red de complicidades que ha ido tejiendo durante años lo han hecho inmune a las detenciones. Tiene 75 años y ha visto caer, muertos o apresados, a todos y cada uno de los capos de la vieja guardia, como Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero o Amado Carrillo Fuentes. Tras la entrada en prisión de Joaquín El Chapo Guzmán, Zambada es el indiscutible "jefe de jefes" del crimen organizado en México. La recompensa que Estados Unidos ofrece por su cabeza (15 millones de dólares) delata su jerarquía.
Hay en Culiacán (capital de Sinaloa) una capilla dedicada a Jesús Malverde, el "santo de los narcos", a quien presentan sus respetos capos, sicarios y malevos de toda condición. Es una veneración parecida a la que se les profesa, de manera más prosaica, a unos pocos elegidos del panteón de traficantes mexicanos. Ismael Zambada es uno de ellos. Un narco sigiloso que conoce las montañas sinaloenses como la palma de su mano. Fue en esas laderas donde los primeros migrantes chinos comenzaron a plantar la adormidera a mediados del siglo XIX. Zambada nacería en el pequeño pueblo de El Álamo un siglo después, en 1948. Aunque no se le conoce residencia fija, parece que no se ha movido mucho de su tierra. Tiene una descendencia numerosa entre hijos, nietos y bisnietos, y varias mujeres se han rendido a sus encantos de macho norteño.
En una ocasión, mandó traer hasta algún paraje perdido de Sinaloa al más prestigioso de los periodistas mexicanos, Julio Scherer García, fundador de la revista Proceso (fallecido en 2015). Hay una fotografía que ilustra ese encuentro. Fue Zambada quien invitó a Scherer a posar tras haberle concedido la entrevista. El capo, de buena planta, domina la escena con un aire de suficiencia. Tiende su brazo derecho sobre el hombro del periodista, como si fueran dos viejos compadres. Ahí están las dos almas mexicanas. El México ilustrado del intelectual que cita a Octavio Paz en su crónica sobre la reunión con el traficante y el México bronco del narco que se sabe impune por la fuerza de las armas, el dinero y la corrupción.
La entrevista se publicó en 2010. Zambada se desplazaba entonces de un refugio a otro sin que el Ejército o la Policía lograran adivinar su paradero. Algo parecido a lo que sucede hoy en día. El capo reconoció ante Scherer que temía ser apresado: "¿Lo atraparán, finalmente?", se interesó el periodista. Y El Mayo, hermético y misterioso, respondió: "En cualquier momento o nunca". Confesó también que cargaba el miedo en el cuerpo todo el tiempo, como aquella vez en que escuchó el sonido de los helicópteros sobre su cabeza: "Huí del monte, del que conozco hasta los ramajes, los arroyos, las piedras, todo. A mí me agarran si me estoy quieto o me descuido".
El lado salvaje
Zambada lleva medio siglo en el lado salvaje de la vida. Trabajó desde finales de los años 70 a las órdenes de Félix Gallardo, Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo en el cártel de Guadalajara. Fue el primer gran emporio del crimen organizado en México. Controlaban grandes plantaciones de marihuana y opio y tenían a media policía de la ciudad bajo su nómina. El asesinato del agente encubierto de la DEA Enrique Kiki Camarena en 1985, en el que participó el cártel, marcó el declive de sus actividades. Los tres grandes capos entraron en prisión. El Mayo continuó curtiéndose con otra leyenda del narcotráfico: Amado Carrillo Fuentes, conocido como El Señor de los Cielos por los envíos aéreos de droga que realizaba a Estados Unidos. Al jefe del cártel de Juárez se le dio por muerto en 1997.
Graduados en el negocio de la droga, Zambada y Joaquín Guzmán (matón a sueldo del cártel de Guadalajara) unieron fuerzas para dirigir a principios de los años 90 su propia organización criminal junto a José Esparragoza, alias El Azul (otro fantasma que vaga desaparecido desde 2014). Con una estructura de mando horizontal, el clan sinaloense fue controlando progresivamente las principales plazas del país y extendiendo sus tentáculos en el extranjero. Célebres fueron sus enfrentamientos con los hermanos Arellano Félix, los amos de Tijuana.
El Chapo era el estereotipo del capo aguerrido, audaz y despiadado, mientras que El Mayo actuaba siempre con discreción, sin exhibirse públicamente. A Zambada se le relaciona con la coordinación logística del cártel. Dicen de él que no es amigo de la violencia gratuita. En todo caso, sería otra más de las funciones que prefiere delegar en sus subordinados.
La primera captura de El Chapo, en 1993, le otorgó más galones a Zambada. Pero algunas de las "hazañas" de Guzmán (como la espectacular fuga que protagonizó en 2001 al escaparse del penal de máxima seguridad de Puente Grande en un carrito de la lavandería) lo encumbrarían como ídolo de muchos jóvenes norteños. Como le diría Zambada a Scherer, el narco está arraigado en la sociedad mexicana. Algunos de esos jóvenes, hijos de la ira y la miseria, serán un día los sucesores de los capos de hoy. Zambada ayudó a escapar a El Chapo en 2001 y también en 2015. Fue otra huida con tintes hollywoodenses, esta vez a través de un sofisticado túnel. Pero El Chapo no tenía tregua. Sería detenido por última vez en 2016 y extraditado un año después a Estados Unidos, donde cumple cadena perpetua.
Nexos con políticos y militares
Con Zambada al frente, el cártel de Sinaloa ha continuado expandiéndose. Controla el tráfico de cocaína, metanfetamina, heroína y marihuana a lo largo y ancho de la frontera con Estados Unidos. Y ha apuntalado sus alianzas con las manzanas podridas del Estado mexicano. Los nexos entre el cártel y la política salieron a relucir durante el juicio al Chapo, celebrado en Nueva York a finales de 2018. Para entonces habían sido detenidos y extraditados dos familiares de Zambada -su hijo Vicente y su hermano Jesús Reynaldo Zambada, alias El Rey-. Ambos declararon en contra del Chapo y revelaron algunos secretos del modus operandi de la organización.
La periodista de investigación mexicana Anabel Hernández relata en su libro El traidor que el hijo de El Mayo habría intentado, según su abogado, algún tipo de acuerdo con la DEA (la agencia antinarcóticos de Estados Unidos) para reducir su condena a cambio de información. Vicentillo, quien desde muy joven ya era uno de los máximos responsables del cártel de Sinaloa, dio detalles a los jueces sobre su estructura (proveedores, distribuidores, sicarios, etc.) y denunció el contubernio entre narcos y altos oficiales del Ejército.
El hermano del Mayo también tiró de la manta en el juicio. Y apuntó contra Genaro García Luna, quien fuera responsable de Inteligencia y Seguridad durante los gobiernos de los derechistas Vicente Fox (2000-2006) y Felipe Calderón (2006-2012). Según su testimonio, el exministro de Seguridad Pública cobró durante esos años varios millones de dólares a cuenta de su colaboración con los narcos. García Luna asiste esta semana en Nueva York a su propio juicio. Está acusado de cuatro delitos de conspiración internacional para traficar cocaína a Estados Unidos en asociación con el cártel de Sinaloa. Entre los testigos que podrían declarar en su contra figura, Jesús Reynaldo Zambada.
Lucha por el poder
El último capítulo de la encarnizada lucha que se libra en los bajos fondos de Sinaloa se escribió el pasado 5 de enero. La policía detuvo ese día cerca de Culiacán a Ovidio Guzmán, alias El Ratón, uno de los hijos del Chapo. Hombres armados de su facción (Los Chapitos) provocaron después a las fuerzas del orden para sembrar el caos, tal como hicieran en octubre de 2019. El hijo del Chapo también había sido detenido entonces durante un operativo policial y sus sicarios tomaron las calles de inmediato convirtiendo la ciudad en una zona de guerra. Los duros enfrentamientos entre narcos y policías durante el culiacanazo, como se conoce a aquel episodio, llevaron al presidente Andrés Manuel López Obrador a ordenar la liberación del capo para evitar un baño de sangre. Pero esta vez el mandatario no se ha echado atrás.
Algunas versiones periodísticas han resaltado la supuesta pasividad de El Mayo Zambada ante la detención del hijo del Chapo. Si en 2019 la participación de Los Rusos (brazo armado de El Mayo) fue decisiva para doblarle la mano al gobierno, en esta ocasión Los Chapitos habrían actuado solos, sin capacidad de fuego suficiente para controlar la ciudad, según el diario El Sol de Sinaloa.
Los encontronazos entre la familia Zambada y los hijos de El Chapo por el control del cártel no han cesado desde que el patriarca de los Guzmán cayera en desgracia. Una disputa que ahora podría recrudecerse. La detención de Ovidio, por más que haya tenido gran repercusión mediática, no parece que obedezca a una estrategia para descabezar a una de las ramas del cártel. No era un líder destacado. Al mando están sus tres hermanos: Iván, Alfredo y Joaquín. A Estados Unidos, principal beneficiario de su apresamiento, le interesa, antes que nada, como informante. Si se decidiera a hablar, se uniría al hijo y al hermano de El Mayo Zambada en el selecto club de ilustres delatores del narco para satisfacción de la DEA.
Dice el corrido sobre Zambada que sus dólares y sus cuernos de chivo (fusiles de asalto AK-47) lo protegen. Si las revelaciones hechas por sus familiares en una corte de Nueva York son ciertas, esa impunidad de la que goza el Mayo existiría, además, gracias a la connivencia de políticos, militares y policías. De momento, el jefe de una de las organizaciones criminales más poderosas del mundo sigue a lo suyo, en el monte o en la ciudad, siempre atento a su sombra y a su negocio. Los Tucanes de Tijuana, osados trovadores de narcocorridos, saben de lo que hablan: "Y pasan, pasan los años / y el MZ ordenando".
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