MADRID
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La jota antipolicial de Evaristo Páramos, cantante de Gatillazo, no es más que una revisión contemporánea de las jotas subversivas entonadas en el norte durante la primera mitad del siglo pasado. Jose Mari Esparza recopiló en Jotas heréticas de Navarra (Altaffaylla) el carácter antirrepresivo del cante tradicional, cuyos márgenes alojaban letras que proclamaban el “fuera” y la “desaparición” de la Guardia Civil “cueste lo que cueste”, con sus “cuarteles hechos trizas”, así como el “abajo la policía” y los “asesinos del trabajador honrado”.
Casi un siglo después, el fundador y director de la editorial Txalaparta echa de menos aquella “arma arrojadiza” que alentaba a socavar los cimientos del sistema a través de la cultura popular, atentando contra la autoridad, vistiese ésta sotana, uniforme o corbata. Huérfano de la copla transgresora, Esparza aboga por la recuperación de la rima improvisada, en su tierra bautizada bertsolarismo y en otros lares, regueifa, hermanos mayores del rap. Evaristo, el que fuera líder de La Polla Records, abanderados del rock radical vasco, ha recuperado esa tradición sobre el escenario con el resultado conocido: la Guardia Civil lo identificó durante un concierto en Jerez y le comunicó una denuncia, según la Benemérita.
“El motivo no han sido las letras de sus canciones, sino su grito de ‘policías, sois unos hijos de puta’ tras la actuación de su grupo”, especificaba el cuerpo armado a través de su cuenta en Twitter. El vasco de origen gallego, durante sus conciertos con Gatillazo, suele cantar una jota en la que puede escucharse "si no lo digo reviento, policía hijo de puta" y "anda y rómpete la crisma, hijo de puta policía", aunque a veces opta por callarse el insulto y brindarle el micrófono al público. Una forma de evitar, en este caso en vano, las represalias de los protagonistas de sus versos.
No es el primer encontronazo de Páramos y sus colegas de generación con las autoridades, fuesen éstas judiciales, policiales o administrativas. La irrupción a mediados de los años ochenta del punk en Euskadi, precedido de una dura reconversión industrial que sepultó a muchos jóvenes en el paro y en la desesperanza, hizo proliferar a un puñado de bandas punk cuyas letras pusieron patas arriba el sistema. El género, importado del Reino Unido y Estados Unidos, encontró en un País Vasco deprimido, con un tejido fabril en desmantelamiento, el caldo de cultivo idóneo para el desarrollo de este fenómeno contracultural.
Aunque la política estaba presente —el hachazo de ETA, la represión policial, el terrorismo de Estado y los daños colaterales de la gestión económica— y las bandas apelaron a la denuncia social en sus canciones, el germen era antisistema, anarcoide y —aunque convendría matizar— despolitizado. Huían de clasificaciones y etiquetas, aunque el entorno abertzale terminase llevándolas a su terreno, ayudado por la situación de degradación que atravesaba Euskadi durante su declive industrial. Es la tesis que defiende David Mota Zurdo (Bilbao, 1985), autor de numerosos artículos en revistas académicas como No sólo fue rock radical vasco, publicado en Ecléctica en colaboración con Eneko Segura.
La Polla, Eskorbuto, RIP, Cicatriz, Soziedad Alkoholika, Barricada y Negu Gorriak, por ceñirnos a algunos de los grupos más significados del momento, esgrimieron en sus letras las coartadas de la lucha. Actualmente, algunos de sus textos no pasarían la criba de las fuerzas de seguridad ni —si nos atenemos a la persecución que están sufriendo numerosos músicos— las de los tribunales. “Si escribiésemos un vademécum de lo que se puede y no se puede cantar, hoy no se podría cantar nada, excepto a las flores y a los pájaros”, opina Mota, autor del libro Los 40 Radikales. La música contestataria vasca y otras escenas musicales (Ediciones Beta).
Aunque en su día ciertas canciones no lograron burlar la censura de las discográficas, RIP cantó en Terrorismo policial aquello de “Te tendrán tres días en sus manos / Descargando todo el odio en ti / Sufrirás los interrogatorios / Largas horas de tortura vil / Terrorismo policial”. Subyacen los efectos represivos del Plan ZEN, acrónimo de Zona Especial Norte (Spansuls Records), título de un epé compartido con Eskorbuto que incluía A la mierda el País Vasco. “Eran un torpedo contra lo establecido. Pura esencia punk, pues la politización de la izquierda abertzale aún está empezando”, explica el historiador bilbaíno. También en el disco de RIP No te muevas! (Basati, 1987), el corte Odio a mi patria reza: “Odio al sistema de inmigración / La policía nacional / No queda otra solución / Sólo nos falta despertar / Odio, odio, odio a mi patria odio”.
“Dentro de la discografía de RIP nos encontramos con letras que son auténticas balas antisistema aderezadas con ingredientes propios del anarquismo, que invitan a la eliminación de los cuerpos de seguridad, la ley, la patria y todo lo relacionado con el Estado-Nación”, escribían Mota y Segura en la revista Ecléctica. De hecho, la banda de Mondragón juega con la ambigüedad en Odio a mi patria, pues no queda claro si se refiere a la vasca o a la española, por lo que se intuye un mensaje más anarquista y menos politizado por el independentismo. Poco importaba, pues fue un movimiento igualmente proscrito por Madrid.
“No obstante, siempre ha habido una bicefalia entre el cantante Mahoma y el bajista Portu, que militaba en la organización juvenil abertzale Jarrai, lo que se percibía en sus letras”, aclara el historiador. Algunas canciones, añade, podían ser sacadas de contexto en beneficio ajeno, pues muchas rezumaban un izquierdismo libertario que llamaba a la aniquilación de un sistema alienante. Durante un concierto en Pamplona de bandas adscritas al rock radical vasco, Anarchy in the UK, de The Sex Pistols, mutó en Anarchy in Euskadi. Una versión que no haría mucha gracia al organizador, Herri Batasuna, la coalición abertzale que derivaría, tras sucesivas ilegalizaciones y refundaciones, en la actual EH Bildu.
Sea como fuere, sus canciones cargaban contra la policía, el Ejército, la política antiterrorista del Estado y sus mecanismos represivos. “Niégales lo que te digan / Y no cedas al engaño / Pues todo lo que te pidan / Será para hacerte daño”, podía escucharse en la canción En comisaría. Cicatriz pisaba fuerte: en Cuidado burócratas, también incluida en el disco Inadaptados, advertían a los gobernantes de que “nuestras armas se están aburriendo”. ¿Qué ocurriría hoy si esto lo cantase un rapero? “Sin ninguna duda, sería censurada e irían a por él. Podría hacerse una lectura lectura militante de ETA y otra anarquista, aunque sin duda se trataba de una canción directa, como eran ellos”, cree Mota. “Simplemente, las bandas querían expresarse después de cuarenta años de dictadura y vendrían a decir: Sabemos que somos punzantes y crueles, pero como la vida misma”.
Eskorbuto no necesitaba abrir la boca para llamar la atención de los agentes, quienes solían pararlos por sus pintas. Mucha policía, poca diversión, que cantaba eso mismo y “¡represión, un error!”, podría parecer naif ante la letra misógina de Maldito país: “Quisiera enrollarme a una mujer policía / Para estar jodiéndola / Todos los días”. La canción, trufada de “picoletos de mierda”, pertenecía a la maqueta Jodiéndolo todo, que incluía ETA y Escupe la bandera. En 1983, de paso por Madrid, la policía les dio el alto y procedió a requisarles la grabación. Tras escuchar que España “es una gran pocilga”, los llevaron a comisaría, les aplicaron la ley antiterrorista y pasaron 36 horas incomunicados en el calabozo. Eskorbuto tampoco fue del agrado de la izquierda abertzale y tuvo problemas para tocar en su propia tierra, mientras que Cicatriz fue vetado por el gaztetxe de Vitoria, cuyo colectivo feminista denunció sus letras machistas y denigrantes.
La Polla fue ignorada por el Ayuntamiento de Madrid entre 1986 y 1989 después de una batalla campal entre heavies y punkis durante un concierto en las Fiestas de San Isidro, en el que también tocaron Obús y Bella Bestia. La culpa, claro, no la tuvo el grupo, sino el cóctel explosivo de ambas tribus urbanas. Sus letras, en cambio, no dejaban lugar a dudas. En El Congreso de los ratones, del disco Revolución (Soñua, 1985), cantan: “Estáis todos acojonaos por el ejército / y vendidos a todos los banqueros, / camuflando en democracia este fascismo, / porque aquí siempre mandan los mismos. / Un congreso de ratones podíais formar. / No representáis a nadie / ¿Qué os creéis? / ¿A quién queréis engañar?”. En Todo por la patria: “Protegiendo al ciudadano / a veces se os va la mano”. Y en Delincuencia entonaban "una plaga social, / una raza a despreciable, / una raza a exterminar", en referencia a los "banqueros ladrones", "políticos estafadores", "religiones calmantes" y "pandas de uniforme".
El Ayuntamiento, antes de contratarlos, no se había fijado en eso —ni en la conjunción de punkis y heavies en un mismo espacio—, pero las fuerzas de seguridad y las autoridades tenían muy claro por dónde iban los tiros. “En realidad, si se descontextualizan, podrían denunciarse todas las letras”, afirma David Mota, quien recuerda que lo mismo sucedería con algunas canciones de los primeros discos de los navarros Barricada, como Barrio conflictivo (Oihuka). “De hecho, RCA les obligó a quitar ocho canciones de No hay tregua, pero como Rosendo era el productor del disco, consiguió que fueran publicadas. No sé qué hacer contigo (Polygram) ya tuvo más problemas y En nombre de Dios no llegó a editarse porque un directivo, según El Drogas, era del Opus Dei”, apunta el historiador. Tampoco se libró de la censura Bahía de Pasaia, sobre cuatro miembros de los Comandos Autónomos Anticapitalistas muertos a manos de la policía. “Parecía que quiénes los habían fichado no sabían quiénes eran Barricada”.
Conocida es la persecución que sufrió durante años Fermin Muguruza, primero enrolado en Kortatu y luego en Negu Gorriak. El teniente coronel de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo demandó al segundo grupo por delitos de daño al honor y difamación. En la canción Ustelkeria, incluida en Gure Jarrera (Esan Ozenki), la banda implicaba al alto mando en el narcotráfico a raíz de varias noticias aparecidas en periódicos. Muguruza fue boicoteado en todo el Estado, al igual que le sucedió a Soziedad Alkoholika, acusados por prensa, instituciones y asociaciones como la AVT de enaltecimiento del terrorismo. La banda, inmersa en un proceso judicial, tuvo que aclarar que nunca había apoyado a ETA ni la violencia después del revuelo causado por Explota cerdo, incluida en el disco Ratas (Mil A Gritos Records): “Huele a esclavo de la ley, zipaio, siervo del rey, / lameculos del poder, carroñero coronel. / ¡Explota zerdo! Dejarás de molestar. / ¡Explota txota! Sucia rata morirás”. La Audiencia Nacional absolvió a los músicos en 2006 por entender que el aludido era un chivato.
El autor de Los 40 Radikales contextualiza ese acoso, en plena ofensiva contra ETA. “Entonces se producían estos sucesos como parte de la persecución al entorno cultural de ETA, pero que hoy se produzca el caso de la jota de Evaristo resulta muy grave, porque es como si no hubiésemos avanzado nada décadas después”. Cree también que hay una fijación con ciertos géneros e ideologías determinados. “Se persigue más a la izquierda que a la ultraderecha. Cuando un grupo neonazi amenaza de muerte, parece que no es tan deleznable, porque no se le ataca de la misma manera, ni las fuerzas de seguridad le prestan tal atención. Sin embargo, a Soziedad Alkoholika, pese a haberse posicionado contra el terrorismo, porque eran ácratas, los han tenido durante mucho tiempo en la picota”. Sin ir más lejos, en 2015 la entonces delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, solicitó a la Fiscalía que suspendiese un concierto por enaltecimiento del terrorismo. No fue necesaria la vía judicial, pues se anticipó la alcaldesa, Ana Botella, quien lo prohibió por peligro de alteración del orden público.
“Se están repitiendo los viejos patrones, aunque hoy se magnifican con las redes sociales, porque hay músicos circunscritos a un ámbito local que se han visto proyectados a nivel estatal por denuncias o por la acción de la Justicia”, advierte el historiador bilbaíno. “La libertad de expresión tiene que concebirse en abstracto. Luego ya será la sociedad quien los condene o los ignore, pero la censura no procede”, añade el autor de Los 40 Radikales, quien recuerda el caso de los tuits de César Strawberry, condenado por el Tribunal Supremo a un año de cárcel por enaltecimiento del terrorismo. "No se puede llegar al extremo de juzgar letras de canciones y comentarios en redes sociales, aunque está claro que se busca el castigo ejemplarizante a través de personas conocidas. Como cantaba el líder de Def Con Dos, vivimos en Ultramemia". Sus letras distópicas, concluye convencido Mota, se han vuelto realidad: “Es preferible la injusticia al desorden, / decía el abuelo al abrocharse el uniforme”.
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