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Anda enredado en mil historias. Nada nuevo en alguien que compuso su primera canción con nueve años: en la escuela le pidieron que escribiera un villancico y él, ya puesto, lo entregó acompañado de una partitura. Entre aquella precoz composición y su debut en solitario como cantautor, ha pasado más de medio siglo. O sea, que Javier López de Guereña (Bilbao, 1957) se estrenó a la edad en la que otros se jubilan: “Tengo sesenta años porque lo pone en el carné, pero no tengo ninguna perspectiva de tumbarme a la bartola. Yo me invento la vida todos los días”.
Su obra es tan fecunda como su rostro rico en arrugas. Productor, arreglista, compositor de cine y televisión, crítico de jazz y, a la guitarra, fiel escudero de Javier Krahe, nuestro Jesucristo ateo de la chanson: una noche como ésta, ambos habrían subido al escenario del Café Central de Madrid para hacernos las navidades más negras. Como acostumbraban a hacer en pascuas, aunque el último profeta ya no está y las fiestas no son tales.
Biólogo de carrera, algunas líneas de su currículo parecen un guion de película: trabajó en una fábrica de empanadillas, fundó el grupo Jazz el Destripador, sentó en el diván a Pablo Carbonell, dirigió la big band de La bola de cristal y, para no extendernos, armó la sintonía del Telediario cuando Buruaga y Aznar. Súmenle el teatro, la danza y la música de concierto, así como la nómina de estrellas con las que ha colaborado: Miguel Ríos, Ana Belén, Los Toreros Muertos, Manolo Tena... Y, claro, la escudería 18 Chulos, o sea, Javier Ruibal, Pablo Carbonell, Pepín Tre y el propio Krahe, a quien homenajea en el título de su disco: el Valle de lágrimas es ahora un Baile de lágrimas.
Nada más llegar a la cita, se disculpa. “Creo que te has confundido: ¿me quieres entrevistar a mí?”. En realidad, no sólo a él, sino también al penúltimo juglar de la jungla, al líder de una tribu musical no contactada, al buen salvaje de la canción.
¿To er mundo é güeno?
No soy nada rousseauniano [“El hombre es bueno por naturaleza”]. Los sentimientos se modulan, si bien no todo el mundo tiene la voluntad de ser mejor persona. La solidaridad es el motor de la evolución humana, aunque ahora se potencie el egoísmo.
"El plan perverso de los Gobiernos para infantilizar a la población les ha salido cañón. La gente está embobada en un universo irreal que recuerda a Black Mirror"
El pecado original es un castigo de la Iglesia católica. El mejor regalo que les hice a mis hijos fue no inocularles ese concepto, ni el de la culpa; sólo diferencian entre el bien y el mal.
Los críos son egoístas, pero a lo largo de la vida comprenden que ayudarse es beneficioso para todos. Que haya muchos pobres, por ejemplo, resulta muy molesto para los ricos: o los matas a todos o procuras que no estén tan mal, lo que permitirá a los pudientes vivir más tranquilos.
Aunque hay individuos más generosos que otros, no creo que el ser humano sea bueno o malo. Potencialmente, podemos ser ambas cosas. Es una voluntad posterior: la de ser mejor persona.
Qué fardo pesado —ahora lo llamarían mochila— el del pecado original.
Una barbaridad. La religión es lo que es.
¿Fue a un colegio de curas?
Fui a un colegio del Opus Dei, el Gaztelueta. Hasta los veinte años, yo era muy religioso. Allí aprendí muchas cosas buenas y conocí a fondo la religión católica, lo cual está bien para poder hablar mal de algo.
¿Qué enseñanzas recuperaría de aquellos años?
Jesucristo, si realmente existió, fue un tío interesantísimo. Es amor, generosidad, desprendimiento de los bienes terrenales…
¿Revolución?
Claro, porque buscaba el bien de los pobres y de los marginados. En el plano humanitario, es maravilloso, aunque no tiene nada que ver con la aplicación real de sus mensajes por parte de sus seguidores. Una desgracia.
Si volviese ahora, no duraría dos días, ¿no cree?
Claro que no. Y en Facebook, menos. Recuerda que quienes siguieron su senda fueron denostados o se las vieron con la Inquisición.
¿Cómo pierde el sentimiento religioso?
Como le habrá pasado al noventa por ciento de los mortales, cuando descubrí el amor y el sexo. Entonces, te dices: “Esto no puede ser malo” [risas]. Sin embargo, tengo amigos de gran peso intelectual que siguen siendo católicos; lo cual, racionalmente, me asombra, porque es algo imposible de sustentar.
¿Tuvo una educación sexual represiva?
No, hombre. Todo lo opresiva que puede ser la doctrina católica. Luego me fui a la Universidad del País Vasco y después a Navarra, que también es del Opus. Afortunadamente, porque la universidad pública estaba tan mal como ahora y las primeras prácticas de laboratorio pude hacerlas en Pamplona. Era buen estudiante.
¿Ah, sí?
Claro. Yo soy músico porque estudié en el Gaztelueta. Afortunadamente, tenía cuatro horas semanales de música a cargo de un profesor excelente, Julio Rey, que me picó hasta el punto de terminar en esto. Un lujo asiático, porque era un músico de veintiséis años que, cansado de las giras, se puso a dar clase en Bilbao. Él fue mi descubridor.
Usted tenía unos once años, aunque a los nueve ya había compuesto un villancico.
Sabía lo justo de solfeo. Había ido a un par de cursos, pero me quitaron porque la profesora me daba tortas. Yo no me acuerdo, eso me lo contó mi madre. Cosas de la educación de entonces.
¿Qué hacían sus padres?
Mi padre tenía una tienda de recambios de coches y mi madre, de profesión, sus labores.
Usted quería ser músico, pero se puso a estudiar Biología.
Perdí la vergüenza a los cuatro años, cuando me llevaron a cantar, vestido de tuno, a la radio de Aranda de Duero. Nada podía ir a peor. Luego, la música fue una epifanía. En casa había una guitarra y mi mejor amigo empezó a recibir clases, justo cuando los Beatles publicaban el Álbum Blanco. Le pedí a mi colega que me enseñase a tocar y, al mes, ya sabía más que él.
¿Era de John, Paul, George o Ringo?
Ni idea. No obstante, fui siete veces al cine a ver Let It Be cuando se estrenó en Bilbao, a principios de los setenta. Y mis tres hijos, desde pequeños, también son fans de los Beatles.
Tentó la academia, pero la dejó.
Yo he estudiado por mi cuenta, a base de componer. Los músicos suelen tener capacidades claras como las matemáticas o el ajedrez. Yo carezco de ellas, soy músico por cabezón, o sea, por voluntad.
Probó suerte en Madrid y una tía lo colocó en una fábrica de empanadillas. ¿No estaría en Móstoles?
No, qué va, estaba en Reina Victoria [risas]. Menos yo, todos eran obreros recolocados que habían trabajado como conductores de camión. Era una empresa del INI que duró un año, porque fue dejada de la mano de Dios y de los sindicatos. Vi cómo vapuleaban a aquella pobre gente, hasta que la sede se trasladó a Zaragoza. Me propusieron ir y dije que no.
Supongo que se movería por el circuito de conciertos.
Sí, desde que llegué a Madrid. Veía todo lo que podía: me acostaba a las tres de la mañana y me levantaba a las seis para ir a la fábrica. Al poco, conocí a Rafael Albero, un cantautor que después sería directivo de la CBS. Él me presentó al flautista y saxofonista Andreas Prittwitz, de quien no me separé jamás.
¿La escena era más efervescente que ahora?
Lo que había era menos y más selecto, igual que sucedía en la industria discográfica. Con internet, hay muchísima más gente y ningún filtro, al margen de que algunos beneficios se hayan ido al garete. La democratización de los medios tiene un efecto perverso: no hay filtros previos para publicar un disco.
¿Cree que ahora es más difícil asomar la cabeza?
Muchísimo más. Internet es una guía de teléfonos. El filtro, además, garantizaba una calidad. Al final, terminas acudiendo a los mismos gurús o consejeros. Acabo de descubrir a Chris Thile, un talentazo asombroso, a través de un músico amigo con el que comparto gustos. Es un mandolinista del copón que puede tocar las Suites de Bach o improvisar como un diablo con el pianista de jazz Brad Mehldau. Y, como cantautor, el público se monda de risa. Apasionante.
"Perdí la vergüenza a los cuatro años, cuando me llevaron a cantar, vestido de tuno, a la radio de Aranda de Duero. Nada podía ir a peor"
Yo empecé a tocar en 1981 y era muy difícil, pero ahora es infernal. Aunque tengas una trayectoria y estés presente en las redes, el problema es que no hay público. A mí nunca me ha interesado grabar. Llego a Krahe de modo colateral, a través del jazz, y me interesa muchísimo porque no tiene nada que ver con el mundo de la canción.
¿Pero no le interesa la canción o el ambiente que la rodea?
Ni lo uno, ni lo otro. La música pop, en la que englobo la canción de autor, no me importa nada.
¿Ha sido más músico que oyente?
Ahora sí, aunque hasta los veinticinco años oí todo lo que se puede oír. La canción nunca me ha interesado mucho, la verdad. Los recursos musicales no son muy distintos a los de antes. Quiero decir que los Beatles son más modernos que casi todos los que han venido después.
La losa del artista.
No lo veo así. Yo tengo un lenguaje clarísimo. A veces, desgraciadamente, porque me rompo los cuernos para inventar algo distinto y a todo el mundo le parece que es muy mío. Ahora mismo preparo un proyecto apasionante: estoy escribiendo una zarzuela. Si no me interesa la canción, el canto lírico ni te cuento. En cambio, siempre me ha llamado la atención lo de escribir una zarzuela y las circunstancias me lo han puesto en bandeja.
¿Y cuando llegó a Madrid tenía tan claro lo que quería hacer?
Al revés. Tenía claro que quería ser músico, pero me llevé una gran decepción. Me puse a cantar, aunque ya ves que como cantante… ni siquiera ahora [risas]. Tenía el contacto de un director de orquesta de RTVE, que terminó poniéndome en mi sitio. Yo esperaba apoyo y, sin embargo, me dijo que lo que le había llevado era una porquería. Pese a ello, terminaría grabando algunas de aquellas cosas, por lo que hay que hacer caso, pero no tanto. Los consejos y las tortas están bien, mas si crees en ti mismo debes seguir adelante.
Su currículo es vasto con uve. Fundó el grupo Jazz el Destripador, ejerció como crítico musical en Ritmo y en El País, colaboró con Krahe en la composición de Diente de ajo y ¿Que quién es Marta?, prestó sus canciones a otros músicos, compuso para televisión y danza, suya es la banda sonora de Miss Caribe, de Fernando Colomo, entre otras películas...
Descubrí pronto dos cosas. La primera: es muy importante decir que no; hay que
saltar al vacío. Si me hubiese ido a Zaragoza, a lo mejor tendría un pisito, pero no sería músico ni una persona feliz. Los guisantes me gustan mucho, aunque no era mi plan de vida. La segunda: la vida del artista se la inventa el artista.
"Cuando empecé, era muy difícil, pero ahora es infernal. Aunque tengas una trayectoria y estés presente en las redes, el problema es que no hay público"
Me han encargado trabajos, si bien soy yo el que mueve ficha en el noventa por ciento de los casos. No soy nada emprendedor, mas debes provocar que algo suceda. Hay que ser arriesgado: por ejemplo, cuando me llamaron de La bola de cristal para que les montase una big band, les dije que sí, pese a que no lo había hecho nunca.
También hizo la música de El orgullo del Tercer Mundo, Siempre perdiendo o El fenómeno Faemino y Cansado. ¡Qué grandes!
Lo más raro y divertido que me ha pasado con ellos es jugar al fútbol. Faemino y yo duramos diez minutos y Cansado, que es un friki del ejercicio, se pasó todo el partido dándole al balón. Son buenísimos, maravillosos, delirantes y grandes personas.
En 1994 dirigió la orquesta y compuso la música de la gala de los Premios Goya, donde en los últimos tiempos se ha impuesto un discurso político. ¿Cree que es el escenario idóneo para la reivindicación?
No, aunque a veces es inevitable. Se mezclan churras con merinas, pero si te meten en una guerra y no abres la boca… Los personajes de la cultura son más comprometidos y tienen enfrente al Gobierno, que, por desgracia, siempre es el enemigo.
¿Deben posicionarse los artistas?
Depende del tema. No creo que sea la plataforma idónea para una reivindicación social, aunque sí para una reivindicación laboral que tenga que ver con el cine. Lo que pasa es que esas reivindicaciones laborales a menudo tienen un cariz social.
Más allá de los Goya, si un artista se posiciona, pero se declara conservador o de derechas, se expone a la lapidación.
El público cae en un error primario que se potencia con la fama: pensar que el artista tiene que ver con la persona. Vargas Llosa, por ejemplo, es un escritor apasionante, pese a que en los últimos años me atrae menos. Ahora bien, en cuestiones políticas o de opinión, no me interesa en absoluto. Es una suerte para mi vida que escriba, si bien no me pondría en sus manos para que me gobernase.
Clint Eastwood, un republicano con películas progresistas.
Y Schwarzenegger, que no es uno de mis iconos culturales, le da cera a Trump. Estoy convencido de que —quitando casos muy particulares y afortunados, como me pasó con Krahe— es mucho mejor conocer la obra del artista que a la persona. Excepto en el caso de Labordeta, pues era mucho mejor conocer a la persona que su obra [risas]. Es broma, lo digo con todo el cariño del mundo.
Luego llegan las decepciones.
Pues claro. Todos nos manejamos en la ficción y en la seducción, pero la persona no se corresponde con el personaje. Me imagino que Picasso sería deslumbrante, aunque también absolutamente insoportable y egoísta. La humanidad que no vive con un tío así sale beneficiada.
En aquellos Premios Goya, Luis García Berlanga se llevó el galardón a la mejor película por Todos a la cárcel. Huérfanos de su humor, ¿ha venido alguien a ocupar su lugar?
Abundan los autores con talento, mas hemos perdido la herencia del público. Hay una corriente de guionistas jóvenes, entre los que incluyo a los de Vaya semanita, con un humor corrosivo, fronterizo y agresivo, rozando el límite. Te mueres de risa, pero baja el pistón…
Sin embargo, ese humor desdramatizó el problema vasco.
ETA desapareció gracias al Guggenheim, a la llegada de guiris a Bilbao y a Vaya semanita. Estoy absolutamente convencido.
La muerte de Berlanga fue precedida por la de Azcona. Ambos retratarían bien los traumas de estos tiempos.
Hasta Berlanga tendría dificultades, porque no hay público. El plan perverso que han llevado a cabo los Gobiernos para infantilizar a la población les ha salido cañón. La gente está embobada en un universo irreal que recuerda a Black Mirror. Aplicado a la cultura, el impacto es virtual: “Si ya le he dado a me gusta, para qué verlo, leerlo, escucharlo o vivirlo”.
Pesa más el gesto que la acción.
Claro, porque el público actual es acrítico. En las redes sociales no hay crítica, sino ira.
Durante casi una década, millones de españoles comieron y cenaron a su ritmo, pues suya fue la sintonía del Telediario entre 1996 y 2004. ¿Su gran hit?
Desde luego. Eso le dio de comer y de cenar a mi familia. El Telediario del PP, ¡qué paradoja! Rafael Galán, uno de mis admiradores, creyó que hacía falta una sintonía orquestal y se la coló a Buruaga, entonces director de los servicios informativos de TVE.
¿Le resultan indigestos los informativos actuales?
Nunca he comido delante del televisor. Hace mucho tiempo que dejé de ver la tele, incluso trabajando en el medio.
Usted es el culpable de que Krahe dejase de tocar la guitarra, ¿no?
Sí, bueno… Yo soy el agente causante, que no el agente provocador. Cuando dejó de tocar la guitarra, el directo mejoró notablemente, porque empezó a manejar las manos y se convirtió en un personaje teatral. Gozaba de la afortunada virtud del gesto mínimo: sólo con mover un dedo, brotaba la elegancia.
Después de Cuervo ingenuo, grabada en 1986, Krahe fue vetado por los ayuntamientos del PSOE por haber ridiculizado el volantazo de Felipe González respecto a la permanencia de España en la OTAN. Los conciertos del verano eran jugosos, si bien ustedes no rascaron bola. Peor aún: esos bolos gratis, en su opinión, laminaron la iniciativa privada.
Las administraciones derrocharon el dinero en grandes espectáculos gratuitos. Ante eso, no hay competencia posible y, con el público mal acostumbrado, las salas se resintieron. Eso, por culpa de las descargas, se ha hecho extensivo a la venta de discos. “A los músicos les queda el directo”, argumentan algunos. ¿Pero quién dice que toda grabación debe ser llevada a un escenario? Aute empezó a tocar tarde y Vainica Doble actuaba poquísimo, por ejemplo, y mira que habían publicado discos…
"Descubrí pronto que hay que saltar al vacío y que la vida del artista se la inventa el artista"
La gente se ha acostumbrado a no pagar y, si cobras, protesta. Krahe lo tenía clarísimo: “Hay que pagar por la música, aunque el precio sea simbólico”. Es curioso que él fuese el único artista que no pasó por la Expo de Sevilla, cuyos cachés te dejaban los ojos a cuadros.
Aquel verano descubrió las vacaciones escolares, o sea, que tres meses en la playa sentaban estupendamente. Él, como estaba bien casado, se tomaba la vida con filosofía.
Zahara de los Atunes.
Llegó a Cádiz en los setenta, pero hasta 1992 siempre había trabajado en verano. Cuando terminó la Expo, España entró en bancarrota y nos ofrecieron trabajar en la cafetería del Teatro María Guerrero, donde tocábamos los miércoles y los jueves. Dos años después, el Ministerio de Cultura nos echó y nos fuimos al Swing, heredero del Elígeme.
"Krahe gozaba de la afortunada virtud del gesto mínimo: sólo con mover un dedo, brotaba la elegancia"
Allí Krahe decidió actuar un día a la semana, aunque ese local terminó cerrando por culpa, una vez más, del Ayuntamiento. Entonces nos instalamos en la sala Galileo, donde tocábamos sólo una vez al mes, aunque podríamos haberlo hecho mucho más. Cosas de Krahe…
Descansar cansa.
Cuando se rompió una pierna en 2012, el médico le dijo que durante un mes iba a ir de la cama al sofá, y del sofá a la cama. Y Krahe le respondió: “¡Ah, como siempre!”. Un personaje.
Luego llegaron las navidades en el Café Central. ¿Un Papa Noel escuchimizado, pero bondadoso?
El Krahe era muy buena persona. Un tío justo y ecuánime. Yo he ganado más dinero con él que otros músicos con artistas de estadio. Pagaba como nadie. He tenido buenos maestros, como él o el Reverendo, otro tío genial, peculiar y generoso.
Usted decide cantar y tocar sus canciones cuando Krahe se toma su año selvático, que infelizmente terminaría siendo una eternidad sabática.
Efectivamente. Krahe estaba muy machacado. Tocar es una droga estupenda, pero viajábamos mucho. Él solía conducir, y tanta carretera cansa.
Desde su primera canción, el villancico que musicó con nueve años, hasta que debutó con Baile de Lágrimas (Lemuria, 2016), ha pasado toda una vida y un solo disco. Un solo disco suyo como cantante, quiero decir.
Cuando Krahe se tomó el año sabático, me puse a cantar y a componer a borbotones. Me dio tiempo a enseñarle tres piezas, porque la cuarta —en la que lo homenajeaba— no llegué a tocársela. Era muy placentero discutir con él un verso. Su razonamiento siempre resultaba interesante.
"Krahe era un tío justo y ecuánime. Yo he ganado más dinero con él que otros músicos con artistas de estadio. Pagaba como nadie"
En julio de 2015 me bajé a Zahara y él me mostró dos canciones recién terminadas, lo que significa que todavía estaba activo y con propósito de seguir escribiendo. Tras una tarde de tertulia, la noche se echó encima y no me dio tiempo a enseñarle la canción que le había dedicado. Le dije que se la tocaría al día siguiente, aunque para evitar el marrón decidió morirse.
Un inmejorable referente o, si lo prefiere, un maestro, ¿no?
Para mí Krahe era algo más complejo que un maestro: es mi padre. De hecho, me nombré su hijo predilecto. Era mi amigo y un referente en todo, tanto en lo artístico como en la gestión vital. Con él aprendí muchas cosas, incluso las que no tengo que hacer.
¿Quizás una influencia más literaria que musical?
No te creas, porque yo también influí musicalmente en él. Los tres músicos que acompañábamos a Krahe somos inquietos. Nos interesa la música elucubrada. Para subirte a un escenario a tocar con él, había que saberse las canciones muy bien.
"Yo tengo claro que no tengo claro nada, eso lo tengo clarísimo. Es más, si hay algo que me da miedo es la gente que tiene las cosas claras"
Con otros cantantes, en cambio, puedes hacerlo aunque no hayas oído esa melodía en tu vida. Krahe provoca una incertidumbre musical, no sólo literaria. Esa ciencia se me pega y, simultáneamente, yo le propongo otras lecturas de las canciones. Su perfil iniciático era el de Brassens, cuyas estructuras musicales ejercían simplemente como soporte.
Krahe enseguida se desliga del cantautor francés y sólo se parece a él en las primeras canciones y en las versiones. En eso, nosotros tenemos bastante que ver. Y también me siento orgulloso de hacerle cambiar alguna letra.
Como cuando se quejaba en La kriptonita de que follaba poco.
“Arriba, corazón, y a ver si contraatacas”. Una pena que Krahe destruyese sus cuadernos antiguos antes de irse a Zahara, porque sólo se conservan las dos libretas que se llevó a la playa en su último verano.
Por cierto, ¿qué le inspira a usted?
No tengo ni idea. Como Krahe, siempre he sido muy juguetón, aunque nunca había practicado el verso. Me gusta plantear un problema y divertirme mientras lo soluciono. Musicalmente, también funciono así, y me río mucho cuando compongo.
Me refiero a la temática. En sus letras, por ejemplo, hay ironía y humor.
A veces todo empieza con una rima. La zarzuela que he comenzado a escribir versa sobre don Rodrigo y la batalla de Guadalete. Me llevó hasta ella mi hijo, que hace esgrima, por aquello de los espadachines y los floretes. Una historia divertidísima.
En otra época, haría un buen juglar.
Seguramente. Con mi último grupo de jazz, Virimá, me di cuenta de que lo que más le gustaba a la gente eran las presentaciones. No me cortaba un pelo y terminaban siendo disparatadas.
Debería animarse y ofrecer al fin un concierto sin canciones.
Sigue siendo mi propósito, pero Pepín Tre y Riki López son un vagos.
Usted dice que hay canciones con historia y canciones historiadas, pero no canción histórica, como El castillo.
Es historia-ficción, que resulta más divertida todavía. Ahora bien, aunque sea una parida, en todo escrito hay una proyección moral del autor.
En El estribillo se saca un palabro de la manga: cantautorar.
Pues no sé si será un invento mío… Puestos a hablar de verbos, me gusta más cuando en El autobús digo “casi me espeto”, porque hoy en día apenas se usa en la acepción de chocarte contra algo.
¿Se puede escribir de todo?
Desde luego. Con mayor o menor fortuna, porque se puede tener buen o el mal gusto. En ese sentido, hay que ser prudente. Yo empecé a componer una canción muy pornográfica, pero me eché para atrás porque soy mayor...
¿Terminaba bien o mal?
No me acuerdo [risas]. Me echó para atrás la sensación de viejo verde, un calificativo terrible. El verde siempre tiene una connotación positiva, excepto en una persona de cierta edad. Lo bueno de haber comenzado a cantar con casi sesenta años es que no tengo que hacer canciones de amor.
¿El amor tiene fecha de caducidad?
Espero que no, aunque necesita complicidad y hay que regarlo.
¿Palito es la gran esperanza blanca de la canción de autora?
¡Ay, dios mío, ojalá! Es la persona más inteligente que he conocido. Eso tiene una parte buena y otra mala. Sabe muy bien hasta dónde quiere llegar, pero es muy perezosa, como Krahe o Wyoming. Bueno, con el paso de los años, Wyoming trabaja muchísimo [risas]. Quiero decir que la gente muy inteligente tiende al relax intelectual.
¿Y la parte buena?
Ella es inteligente y seductora. Y su voz, candorosa y colorista. Cuando me envió su trabajo, me embaucó. Desde entonces, llevo años trabajando con ella y tiene un talento enorme.
Por sus manos ha pasado desde Manolo Tena hasta Pablo Carbonell.
Manolo pasó más por las manos de Andreas, pero Pablo conoce las mías de memoria. Nos hemos reído todo lo risible y lo adoro, aunque me ha torturado. Un tipo hiperactivo y difícil [risas].
Su discográfica, Lemuria Music, ha rescatado a Paraíso, Glutamato Ye-Yé, Carlos Berlanga, Aerolíneas Federales, Los Auténticos, Almodóvar & McNamara… El arca de Noé de los ochenta.
Pese a tener sólo veinticinco años, Pablo Lacárcel trabaja de maravilla. Un profesional.
El nombre de la disquera, Lemuria, remite a Lemuripop, uno de los grupos de Germán Coppini.
Eran muy amigos. Un tío singular, Germán.
Por cierto, ¿alguna vez se le pasó por la cabeza volver a Bilbao?
Jamás. Con Bilbao tengo un problema emocional. Culturalmente, siempre me ha parecido que es como Sevilla, una ciudad pagada de sí misma. Viven inmersos en una autosatisfacción y se creen el ombligo del universo. Sin embargo, la cultura se acaba a las siete y media, cuando llega la hora de los pinchos. ¡Dios mío, los bilbaínos me van a matar! [risas] A ver, las cosas han cambiado con el tiempo y no estoy siendo justo, porque Bilbao ha sido una potencia cinematográfica.
En cambio, he estado muy cómodo en Madrid y allí donde he vivido, desde Pamplona a Córdoba. Es curioso, porque me fui de Bilbao a Pamplona cuando empezaba a reinventarse el euskera. Yo soy de allí, pero no me entero, ni voy a aprenderlo ahora. Por encima, hasta los pueblos han cambiado de nombre. Es como si fuese un extranjero, lo que me genera cierta sensación de rechazo. Algo que no me pasa cuando voy a Galicia o a Catalunya, donde he veraneado.
"Los personajes de la cultura son más comprometidos y tienen enfrente al Gobierno, que siempre es el enemigo"
No parlo catalá ni falo galego, si bien nunca he tenido ningún problema para apañarme con los colegas de allí. Ojo, no tengo nada en contra de Euskadi, aunque también es verdad que nunca me han llamado para tocar. Sólo he ido como acompañante de Krahe y, en una sola ocasión, con Jazz el Destripador.
¿Tiene ocho apellidos vascos?
Me pierdo... Sé que una abuela mía era cubana.
Krahe comentaba que sabía lo que opinaba de un tema concreto cuando se ponía a escribir una canción. ¿Le pasa lo mismo o tiene todo muy claro?
Yo tengo claro que no tengo claro nada, eso lo tengo clarísimo. Es más, si hay algo que me da miedo es la gente que tiene las cosas claras. Tiene mucha razón el Krahe, aunque yo soy un escéptico. Bueno, en realidad soy un optimista, pero sin ningún fundamento.
"Krahe no es mi maestro, sino mi padre. Con él aprendí muchas cosas, incluso las que no tengo que hacer"
¿Cómo puedes tener claro algo? Me asusta cuando la gente contesta a cualquier cuestión sobre la que, por supuesto, no sabe nada. Le da igual hablar de los parquímetros de Sevilla que de las centrales nucleares. Joder, cuando no tengo ni idea, yo pregunto a quienes conocen el tema. ¡Anda que no es difícil decir que una cosa es mejor que la otra!
En fin, que usted debuta a la edad en que otros se retiran.
Soy muy consciente de que tengo sesenta años, no porque lo piense, sino porque lo pone en el carné de identidad. Conozco a personas de esa edad cuya actitud no tiene nada que ver con la mía. Yo me invento la vida todos los días. Y lo que conforma tu forma de vivir es la actividad mental. No tengo ninguna perspectiva de jubilarme y de tumbarme a la bartola. Y no es carezca de voluntad, porque anda que no me gusta a mí no hacer nada... Aunque, la verdad, no sé descansar, pero siempre podría aprender [risas].
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