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El que se considera el mayor referente de la antigua Grecia fue Aristóteles, que estableció las bases de lo que hoy consideramos democracia y que también tenía una opinión sobre las mujeres. “Son blandas y frías y, por tanto, incapacitadas para pensar”, explicaba. Pero incluso en los anales de la historia hubo mujeres que no solo eran mentes prodigiosas, sino que dedicaron su vida a la ciencia. Un ejemplo es Hipatia de Alejandría (IV d. C.) que pasó a la historia por ser científica.
Belén Yuste, comisaria de la exposición “Mujeres Nobel” y biógrafa de Marie Curie, se pregunta cómo es posible que madame Curie “lograra dos Nobel a principios de siglo y que ahora mismo no se estén otorgando ninguno a mujeres”.
Curie se abrió paso en un mundo de hombres. Se marchó a París para iniciar sus estudios y desarrollar su carrera. Tras su primer Nobel, su marido Pierre obtuvo la cátedra de Física de la Sorbona y entró en la Academia de Ciencias francesa, mientras Marie Curie solo alcanzó este puesto tras la muerte de Pierre y nunca fue admitida en la Academia. Pierre Joliot, científico y nieto de Marie Curie, considera que la pareja Curie no hubiera alcanzado tales descubrimientos el uno sin el otro, pero reconoce que si Pierre no hubiera reconocido a Marie “ella no habría tenido éxito en la ciencia solo porque ella era mujer”.
Techos de cristal
El director de tesis de Margarita Salas, Alberto Sols, no confiaba en su capacidad solo por el hecho de ser mujer: "cuando Margarita vino a pedirme hacer la tesis doctoral pensé: bah, una chica. Le voy a dar algo que no sea importante porque si no sale adelante, no importa", comentó Sols en una gala honorífica a Salas. Esto tuvo lugar en los años 60, pero no hace falta que nos vayamos tan lejos. Marina Terleira, graduada en Ingeniería Química por la Universidad de Salamanca, cuenta que los profesores más mayores, algunos ya jubilados, podían articular frases como “qué vais a saber vosotras, mejor pregunto a un chico” o “yo no entiendo desde cuándo dejan venir a las mujeres aquí”.
Se pensaba que con los techos de cristal que franqueó Curie, el mundo de la ciencia estaría más abierto a las mujeres y, aunque la situación ha mejorado con el paso del tiempo, los datos evidencian que ellas siguen estando minusvaloradas. “En España contamos con leyes aprobadas y en vigor, pero el problema es que no se aplican”, lamenta Victoria Toro, periodista y experta en género. Cuando se observan las estadísticas sobre el porcentaje de hombres y mujeres en los diferentes puestos de la carrera investigadora y universitaria, se aprecia el denominado “efecto tijera”. Es decir, en las fases iniciales mujeres y hombres van a la par ha que llega el momento en que se tiene acceso a puestos con valor decisorio y ahí las mujeres se pierden por el camino, mientras que los hombres van subiendo en el escalafón.
Solo hay tres rectoras entre las 50 universidades públicas de España.
En la educación superior, en general, no hay una brecha sustancial. Este instante llega después del post doctorado. “Coincide con un momento en el que quieres ser madre, pero es cuando tiene que dar ese salto en la carrera que es tan crucial: tener una plaza de investigador independiente o de líder de grupo”, explica Estrella Luna, presidenta de la Sociedad de Científicos Españoles en Reino Unido (CERU).
El pasado noviembre Rosa Menéndez se convirtió en la nueva directora del CSIC y en la primera mujer en dirigir uno de los ocho organismos públicos de investigación a nivel nacional. Sin embargo, menos del 20% de las posiciones estratégicas en laboratorios, universidades y centros de investigación están ocupadas por mujeres, según el informe Mujeres Investigadoras 2015 del CSIC. Además, solo un 18% de mujeres dirige un centro de investigación, como es el caso de María Blasco.
Las universidades no corren mejor suerte. A pesar de que el 40,9% del personal docente e investigador son mujeres, el número de catedráticas no llega al 21% y solo hay tres rectoras entre las 50 universidades públicas de España.
“Antes se achacaba a la vida familiar, a la atención a los niños. Esto yo creo que ya se ha superado. Es la eterna canción de que cuando llega la elección de los cargos se dan siempre a varones”, argumenta Belén Yuste. Carmen Fenoll, catedrática de Biología Vegetal, explica que ella no comenzó a sentirse discriminada hasta que accedió a la cátedra. “Empiezas a notar microdesigualdades, más que alguien te diga explícitamente que no valgas”, explica. Lo mismo le ocurrió a María Blasco al convertirse en directora del CNIO: “ahí sí que he notado que el poder es un mundo de hombres, con códigos y prioridades de hombres”.
A ello se suma el denominado “síndrome del impostor”, esa infravaloración que muchas mujeres se adjudican cuando van a concurrir para un determinado puesto, mientras que los hombres se presentan a todo, aunque no cumplan con todos los requisitos.
También hay otras científicas que no han visto dificultades en su carrera. Este es el caso de la Premio Nobel de Química Ada Yonath que asegura no haber “sentido ninguna discriminación”. María Jiménez, expresidenta de CERU, no ha sentido un trato diferenciado de forma directa y obvia, “pero sí que he visto en el día a día cómo la carrera investigadora pone más obstáculos a las mujeres”.
Las Reales Academias
En España, las Reales Academias siguen mostrando la infrarrepresentación de las mujeres en las altas esferas del conocimiento. En la de Medicina, solo hay tres mujeres (el 0,06%), en la de Ciencias, hay cinco (el 0,11%), en la de Farmacia, hay diez (el 0,21%) y en la de Ingeniería, tres (el 0,05%). Margarita Salas, es miembro de la RAE y de la de Ciencias y María Vallet de la de Farmacia e Ingeniería. Salas explica que “ahora se está concienciando de que las mujeres son tan válidas como los hombres y se piensa que hay que empezar a meter a mujeres en las academias”, pero sin imponer cuotas. María Vallet, explica que las Academias “se han concienciado de que les falta presencia femenina y están proponiendo más mujeres como candidatas, así que debería dejar de verse como algo raro que las mujeres formemos parte de las Academias”.
Y el ganador es...
Los inicios de Margarita Salas no fueron fáciles. Tras la profunda discriminación que sintió durante su tesis doctoral, Margarita y su marido Eladio, se marcharon a Nueva York para trabajar en el laboratorio de Severo Ochoa. “En Nueva York no sentí ninguna discriminación por el hecho de ser mujer”, asegura. Sin embargo, al volver a España, ella y su marido tuvieron que tomar una difícil decisión para que ella dejase de ser “la mujer de Eladio” y pudiera convertirse en Margarita Salas: separar sus carreras.
Ella es la primera mujer que ingresó en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y también es académica de la RAE y, en 2007, se convirtió en la primera mujer española que ingresó en la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Entre otros premios, tiene la medalla José Echegaray, concedida en 2016, convirtiéndose en la primera mujer en recibirla.
El caso de Margarita es excepcional, puesto que en España las mujeres reciben menos del 18% de los premios nacionales de ciencia y la sobrerrepresentación masculina se acentúa a medida que aumenta la cuantía de los premios. Solo el 0,08% de los galardonados con el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica son mujeres y su jurado nunca ha superado el 37% de representación femenina. En 2017, en los Premios Rey Jaime I cuatro de los seis galardonados fueron mujeres.
Margarita Salas considera que el poco reconocimiento y la falta de representación femenina en puestos de responsabilidad se debe a una cuestión de tiempo porque “las mujeres hemos empezado tarde en la ciencia”, asegura. Carmen Fenoll disiente: “no hay nada que lo justifique porque se están dando premios a científicos que tienen 40 o 50 años y, hace 20 años, esos estaban saliendo de la facultad cuando ya había casi más mujeres que hombres, y con mejores notas”, argumenta la catedrática de Biología Vegetal y asegura que si hubiera sido por tiempo “ya habríamos corregido esas desigualdades”.
Quizás, el caso más alarmante sea el de los Premios Nobel. Solo el 3% de los Nobel científicos se han concedido a mujeres desde la creación de los galardones en 1901. Doce mujeres, como Rita Levi Montalcini, han ganado el de Medicina, es decir, un 0,05% de los premiados han sido mujeres, y las cifras de Física y Química son aún más alarmantes: sus proporciones de mujeres no superan el 0,02% y si no fuera por las mujeres Curie (Irène Joliot, hija de los Curie, también ganó un Nobel), ni eso.
“Las personas que forman parte de los comités siguen siendo varones e inconscientemente se votan entre ellos”, apunta Belén Yuste. La edición del año 2009 fue esperanzadora por la distinción de tres mujeres en Química y Medicina, pero el camino que parecía abrirse volvió a cerrarse poco después.
La ciencia en crisis
María Teresa Fernández de la Vega valora que su gobierno promovió medidas para incentivar la participación de las mujeres en el ámbito de la ciencia. “Desde que estuve en el gobierno hubo un cambio, pero es verdad que también ha habido cierto retroceso debido a la crisis”, explica.
“ Cuando hay que ver si se contrata a un hombre o a una mujer, se contrata siempre al hombre
El sistema español de I+D ha perdido un 35% del presupuesto respecto al máximo alcanzado en 2009. Eso implica una reducción de ingresos de 20.000 millones de euros desde que comenzó la crisis y 11.000 investigadores menos que en 2010. En 2014, el segundo sector con mayor brecha salarial era el de “actividades científicas y técnicas” con más de un 30% de diferencia.
“Todas las crisis económicas nos perjudican más a nosotras porque cuando hay que ver si se contrata a un hombre o a una mujer, se contrata siempre al hombre, aunque estén en igualdad de condiciones”, alerta Carmen Fenoll. La catedrática, además, cree que las investigadoras no solo tienen menos proyectos, sino que también son más pequeños y cuentan con menor financiación.
Para Carmen Fenoll la igualdad real se conseguirá “cuando haya tantas mujeres mediocres en los puestos de mando como hombres mediocres hay ya”. “Si seguimos avanzando al ritmo al que lo hemos hecho hasta ahora, no es que tengamos que esperar a 2050 para alcanzar la igualdad efectiva es que tendremos que esperar un siglo”, concluye Fernández de la Vega.
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