Estampas de Paiporta, zona cero del desastre: "Me da igual la luz y el agua, es el dolor, el dolor"
La localidad valenciana, uno de los epicentros del temporal en el que han muerto 45 personas, luce este jueves como un tablero sacudido. Nada está en su sitio.
J. L
Madrid--Actualizado a
En el centro de la tragedia está el vacío. Y el vacío, en Paiporta, se viste de barro y coches fúnebres. También de guardias civiles, policías locales y militares de la UME que miran al suelo y tantean el lodo en busca de lo que en realidad no quieren encontrar. Pero encuentran.
De momento 45, seis de ellos ancianos que habitaban una residencia inundada. El resto, los que caminan entre columnas de coches en equilibrio, como si un gigante ocioso se hubiera dedicado a jugar con ellos, serán ya supervivientes para siempre. Mal que les pese.
Paiporta, uno de los epicentros de un temporal sin precedentes en lo que va de siglo que ha embestido València, luce este jueves como un tablero sacudido. Nada está en su sitio. Ni siquiera la cabeza de sus inquilinos, todavía a vueltas con ese sempiterno por qué a mí.
"Dos hermanos de una misma familia... dos mujeres con un niño sobre el capó de un coche... una farola echando chispas sobre el agua... qué horror", evoca Lucía [nombre ficticio] al otro lado del teléfono, todavía conmovida y entrecortada. "Soy una afortunada", repite como una letanía.
"Me da igual lo del agua y la luz, es el dolor, el dolor de saber cómo estará esa gente que lo ha perdido todo", regresa Lucía desde su cuarto piso en Paiporta, la altura le salvó. "Soy una afortunada", reitera. "Soy una afortunada".
También lo es Jose Luis. Que aguardó varias horas subido a un árbol, como cuando en la pesadilla nos persigue la fiera, solo que en su caso la fiera era color terracota, muy real. Tan real como la muerte que esquivó apretado a un tronco, apretado a una vida.
Junto a él, en otras copas, hombres y mujeres se salvaban de igual modo. Tambaleantes como si fueran mirlos sobre un junco. Al arbitrio de la molicie, lo consiguieron.
"Desde arriba vimos cómo el agua arrancaba las puertas de los garajes de cuajo, presionaba las de las plantas bajas y las movía como sábanas tendidas. Se oían gritos de socorro. Fue impactante", le explica Jose Luis a la periodista de la agencia EFE Mónica Collado.
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